HABLEMOS DE LA TELE. Publicidad antiética y antiestética

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Hemos llegado a una situación que impone la corrupción en el fútbol profesional y a que la televisión chilena quede definitivamente en manos de empresas transnacionales, retails y grandes monopolios nacionales.

José Luis Córdova. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 10/10/2023. Cuando el honorable Parlamento de la República se digne aprobar una normativa sobre el funcionamiento regulado del negocio de las casas de apuestas on line, la industria de la televisión resentirá el impacto en sus ingresos por publicidad y los clubes deportivos recibirán un fuerte golpe a su financiamiento, pero la legislatura hará un aporte a la salud mental de los televidentes y amantes del deporte. 

Hemos llegado a una situación que impone la corrupción en el fútbol profesional y a que la televisión chilena quede definitivamente en manos de empresas transnacionales, retails y grandes monopolios nacionales.

La fiscalización del sistema de apuestas, que actualmente financia clubes, publicita en sus camisetas, adquiere espacios en los programas deportivos y llega con su mensaje a captar ludópatas -incluso a niños y jóvenes- debería evitar el uso e impedir los abusos de estas situaciones -hasta ahora irregulares- y que se sometan definitivamente a una normativa legal y a la ética.

Como se sabe, la televisión chilena se inició como una labor de difusión cultural en manos de universidades públicas hasta que la dictadura civil-militar decidió en 1975 su comercialización desatada y  terminar con el subsidio fiscal mientras TVN era transformada en una empresa autónoma del Estado, con las consabidas dificultades de financiamiento que llevara a la industria a cuestionables decisiones en materia de contenidos y formas para atraer avisaje, sin considerar los intereses de la teleaudiencia.

Así llegamos a las interminables y cansadoras “tandas comerciales” de 20 o más avisos en cada pausa que interrumpen programas, conversaciones y noticias con una cantinela tan insoportable como repetitiva. Actualmente, en promedio, un segundo de propaganda en televisión tiene un costo de 875 mil pesos, que varía según horarios prime y otras consideraciones.

El Consejo Nacional de Televisión carece de facultades para incursionar en estos aspectos y se limita a realizar estudios, encuestas y a recibir denuncias de diferentes tipos, así como financiar proyectos culturales, pedagógicos y de difusión de diverso carácter que no abarca atribuciones para reglamentar la publicidad televisiva y menos la propaganda de apuestas on line. 

La influencia incontrarrestable de la cultura K-pop y los animés se ha enseñoreado en nuestras pantallas y niños y jóvenes -que hasta hace unas décadas asumían modismos y jerga mexicana o colombiana por las teleseries originadas en esas naciones- hoy introducen en su léxico terminologías y personajes nipones o de Corea del Sur -sin xenofobia ni chovinismo de ningún tipo en cualquier caso- sino en un afán de conservar nuestra identidad propia que corresponde en el mundo globalizado como el actual.

Jugar con apuestas puede ser una actividad suficientemente normada, pero abre posibilidades de corrupción, arreglos bajo cuerda de partidos de fútbol y otras irregularidades como las denunciadas por el jugador de Cobre Loa, David Escalante, quien reveló que tiene colegas que “están enfermos apostando. Nosotros tenemos compañeros que apostaban hasta (las tarjetas) amarillas, apostaban hasta (los tiros) laterales, hasta cuántos corners hacían. Y todos festejaban, gritaban: ¡Ganamos!”.

Por otra parte, es probable que las nuevas generaciones de televidentes encuentren agradable y convincentes los mensajes publicitarios que, para adultos y adultos mayores, parecen demasiado estridentes, hasta violentos y con una estética ajena a nuestras idiosincrasias e identidades particulares. La “música”, el griterío y hasta un lenguaje procaz y de mal gusto repletan la pantalla con la esperanza de lograr consumidores y es probable que, lamentablemente, lo logren, incluidos niños y jóvenes. La publicidad puede ser engañosa y subliminal, pero nunca antiética ni menos antiestética.