ANÁLISIS. Malestar social y democracia

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Aumento de campamentos, salarios a la baja, cambio de Isapres a Fonosa, y el obstruccionismo de la derecha rechazando la reforma tributaria, parándose de la mesa de seguridad, atacando al Presidente y al Gobierno.

Hernán González. Valparaíso. 17/3/2023. De acuerdo a las cifras conocidas, el número de campamentos ha crecido de manera significativa en el último tiempo: 40%, con 114.00 familias viviendo en ellos. Una cifra similar a la de 1985, hace ya casi cuatro décadas. Hace años que se venía advirtiendo sobre aumento en el costo de las viviendas y de los arriendos, lo que se ha visto agravado por la agresiva política de tasas de interés del Banco Central, conducido por una fundamentalista del credo neoliberal.

Al mismo tiempo, producto del alza del costo de la vida, los salarios han disminuido según estimaciones del INE en un 2,2%. La crisis de las ISAPRES ha provocado un éxodo sostenido de sus afiliados hacia FONASA, ello incluso con anterioridad al fallo de la Corte Suprema que los obliga a devolver los cobros usureros e ilegales realizados a sus afiliados y que habían motivado miles de juicios en su contra, juicios que perdieron.

El modelo neoliberal demuestra todos los días su inviabilidad y no pasa de ser lo que los filósofos idealistas llamaban un puro “hecho de la razón”. Esto es, uno que por la sola circunstancia de no ser lógicamente contradictorio, es posible. Bueno, probablemente bajo la dictadura militar, cuando éste fuera instaurado a base de estados de excepción y fraudes, haya sido así.

Durante el Gobierno de Piñera, esto precisamente quedó demostrado mediante una simple alza de treinta pesos en el valor del Metro de Santiago que dio origen a la más gigantesca ola de indignación y protesta popular, que puso en vilo la Constitución que es su sostén jurídico y político.

Después del 4 de septiembre, sin embargo, abundan los analistas y exégetas que intentan explicar el resultado del plebiscito constitucional, reeditando viejas teorías acerca de las demandas de la clase media -clase media que gana menos de setecientos mil pesos mensuales y que vive estrujando las tarjetas de crédito- o los diferentes ritmos de la modernización, manera eufemística de describirla y exponer la posibilidad de que ésta algún día desaparezca. Peña, Brunner y similares ya ni siquiera hacen el esfuerzo por diferenciarse un poquito de la derecha y compiten con ella en sus críticas al “octubrismo”, esto es, a las interpretaciones objetivas de los acontecimientos del 2019, como resultado de las contradicciones propias del modelo neoliberal. En aconsejar con el tono de una presunta superioridad que les daría su “experiencia”, al Gobierno y al mismo Presidente Boric y a través de la prensa servil de la que disponen, golpear al gabinete e intentar pautearlo cada vez que pueden.

Un absurdo considerando que el punto de partida de cualquier análisis medianamente objetivo y realista debiera ser la constatación pura y simple de la obscena desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad; los abusos con “la clase media” que este tipo de ideólogos presumen interpretar, la que no es otra cosa que la representación edulcorada que vive en sus rebuscados razonamientos e ideologizadas quimeras de una sociedad moderna en medio de un vecindario -Latinoamérica- poblada de salvajes.

Más absurdo aún, considerando que sus pretensiones de empatar teóricamente con la derecha -ya ni siquiera la derecha “liberal” como en la época de gloria de la “democracia de los acuerdos”- queda en ridículo cada vez que ésta ningunea al Presidente; extorsiona a la sociedad y al sistema político para imponerle sus condiciones; rechazar todas las iniciativas de reforma que pudieran morigerar las paupérrimas condiciones en las que el neoliberalismo mantiene a la población y se arrodilla frente a Kast y su patota, cuestión que éste se encarga de recordarle cada cierto tiempo.

El reciente rechazo a la idea de legislar la reforma tributaria en la Cámara de Diputados; restarse a la mesa de seguridad; la de la reforma a las pensiones; sus ataques diarios al Gobierno, al gabinete y hasta al Presidente de la República y antes, a la Convención Constitucional, dejan en evidencia que es el Partido Republicano es el que pone el ritmo, la intensidad y la melodía de la música en la derecha. Chahuán y Macaya no pueden más que mantener por un tiempo indeterminado las posiciones de liderazgo formal en sus partidos mientras el éxodo de militantes, parlamentarios y alcaldes hacia los republicanos es continuo y permanente, especialmente en RN.

El espectáculo que han dado los partidos de centro en este sentido es lamentable. Amarillos y Demócratas, ni qué decir. Los que mantienen su posición en el Gobierno desde la extorsión, como los radicales y a la primera de cambio y con el más nimio de los argumentos se encargan de resaltar sus diferencias en lugar de reforzar las coincidencias.

Esta situación en que se mezclan malestar social, profundización de la desigualdad, bancarrota de la derecha tradicional y reflujo del movimiento de masas, es extraordinariamente peligrosa. Es a los partidos, organizaciones de izquierda, al progresismo y el movimiento social a quien le corresponde enfrentarla. El Gobierno debe gobernar y con todos los obstáculos y obstrucción que la derecha tradicional y sus nuevos aliados dizque de “centroizquierda” han puesto, lo ha hecho. 

Su primera responsabilidad es evitar que el costo de las contradicciones y flagrantes injusticias del modelo sigan golpeando a los trabajadores, trabajadoras y sus familias, lo que a algún afiebrado podrá parecerle poca cosa. La profundización de la desigualdad y el abuso en este sentido, está en relación directa con el fortalecimiento de la ultraderecha, al menos por ahora por todo lo dicho hasta aquí.

Pero sus capacidades tienen como límite una institucionalidad política hecha precisamente para que nada cambie; unas correlaciones de fuerza institucional en que la derecha y el nuevo centro espurio como lo llamó el compañero Diego Ibáñez mantienen una capacidad de bloqueo considerable. En la medida que los partidos de izquierda y las organizaciones sociales se movilicen y debatan sin pudor ni temores con la derecha y la ultraderecha, se ensancha ese límite y que lo hagan no es responsabilidad ni del Presidente ni de sus ministros.

Hacerse cargo del malestar social, darle forma y organización; hacerlo protagonista de los acontecimientos políticos es una tarea de la izquierda y una necesidad para defender la democracia de los demagogos, de los oportunistas de ultraderecha, y del empresariado que esperan hacer de éste, el pretexto para seguir gobernando como hasta ahora.