ANÁLISIS. Dios los cría y el diablo los junta

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La antigua “patrulla juvenil”, ya entrada en años, se retira sin pena ni gloria; sin relevo y sin legado… Quizás lo único nuevo de lo que pueda ufanarse es de nuevos compañeros, provenientes de una autodenominada “centroizquierda” que si alguna vez tuvo algo de progresista.

Hernán González. Valparaíso. 12/06/2022. La derecha chilena no le ofrece nada nuevo al país. Por la sencilla razón de que no tiene nada nuevo que ofrecer. De lo único que puede balbucear algo que le pueda parecer coherente a alguien, o al menos intentarlo, es de la seguridad y la lucha contra la delincuencia. En sus reacciones frente al discurso del Presidente Gabriel Boric en su cuenta anual al Congreso, no hace alusión ni en media línea a la reforma tributaria, la creación de la Empresa Estatal del Litio, la creación de un Sistema Único de Salud, la reducción de la jornada laboral, el proyecto que pone fin al sistema de AFP’s. Sólo repite como un mantra “…no habló de seguridad…no se refirió al combate al terrorismo…”.

Respecto de la Convención y el plebiscito de septiembre, sus opiniones no son más que expresión de temores atávicos y  defensa de privilegios de clase, raciales y naturalización de exclusiones de diversa índole.

Nunca antes fue tan evidente, quizás desde los años sesenta del siglo XX, que  representa el pasado. Una vez enterrado el pinochetismo más fundamentalista -junto con la Constitución del 80- , la “derecha democrática” se quedó como el Rey Desnudo del cuento de Andersen. Ya no tiene una caricatura con la cual compararse para presumir de “liberalismo” y se ve igual de reaccionaria y grotesca que sus compañeros republicanos.

La antigua “patrulla juvenil”, ya entrada en años, se retira sin pena ni gloria; sin relevo y sin legado y vuelven a aparecer los viejos discursos de fundamentalismo católico, conservadurismo moral -ahora llamado “pro vida”- rancio clasismo y exclusivismo social, típicos de la oligarquía terrateniente, revestido ahora de argumentaciones técnicas basadas en la economía política neoliberal pero que ya no suenan tan evidentes como hace veinticinco años atrás.

Quizás lo único nuevo de lo que pueda ufanarse es de nuevos compañeros, provenientes de una autodenominada “centroizquierda” que si alguna vez tuvo algo de progresista, ya lo olvidó o de lo que  sencillamente renegó sin ningún escrúpulo ni pudor. Las maniobras desesperadas de última hora de este sector para salvar lo que se pueda del acuerdo que con tanto esmero y dedicación cultivó con la derecha durante treinta años, no merece comentarios.

La defensa de ese acuerdo -que ahora incluso se manifiesta mediante una propuesta para deshacer lo que Patricio Aylwin pactó con un ministro de Pinochet el ‘89-  es precisamente lo nuevo de una derecha que emerge entre las ruinas de la Constitución pinochetista parchada por Lagos el 2005. Los nuevos ricos de la transición, los que desde puestos clave en el Estado se hicieron luego un lugar en los directorios de empresas, lobbiystas, directores de fundaciones -entre las que destacan  las que florecieron en el mercado de la educación , la industria de las comunicaciones y las asesorías.

Una derecha circunstancial, si se quiere, llena de grietas, débil en lo doctrinario; sin propuestas y que lamentable aunque forzosamente, le abre el camino al fascismo más duro. Esta mezcla de nostálgicos de la política de los acuerdos; católicos fundamentalistas; conservadores, neoliberales de diversas denominaciones, pentecostales y nuevos ricos, es por el momento la nueva derecha, de la que resulta difícil pronosticar su alcance y proyecciones. En una sociedad despolitizada por treinta años de prédica “cosista”, sin embargo, tampoco se puede desechar fácilmente que tenga todavía alguna posibilidad.

De hecho, según las encuestas, en el segmento etario de entre los 35 y los 54 años, tanto en hombres como mujeres, es donde se registra mayor propensión a rechazar en el plebiscito de salida. Precisamente los que crecieron y se formaron culturalmente en nuestra larga y somnífera transición a ninguna parte. No es sólo pedagogía política -lo que ya de por sí suena ñoño y presuntuoso- sino acción política y movilización de masas lo que se requiere. Las alzas golpean fuertemente; los bajos salarios y la precariedad de saber que aparte de la familia, uno en el oasis de los neoliberales está solo y la única perspectiva es estar aún peor son caldo de cultivo para el populismo de ultraderecha.

Ha sido notable, en este sentido, la confianza del pueblo en el programa de gobierno; en las perspectivas que abre para el cumplimiento de las demandas populares la Nueva Constitución; en el recambio generacional que se produjo en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias pero que lamentablemente no se expresa en las organizaciones sociales y de masas. La paciencia del pueblo, sin embargo, no es un cheque en blanco sino una esperanza, una confianza que requiere de confirmación y que no surge de una promesa sino de una tarea política, de una necesidad concreta.

Es eso precisamente lo que diferencia el programa de la izquierda -no su radicalidad- de los programas de la derecha y los del autodenominado centro político. La expresión de un anhelo de masas; la realización histórica de una tarea colectiva y popular -hoy en día mucho  más densa y compleja de lo que fue hace cincuenta años atrás- y no un favor.

El fascismo, camuflado por ahora entre la majamama del rechazo, espera pacientemente su oportunidad. La nueva derecha, la del rechazo no representará nada nuevo pero precisamente por eso prepara el camino para el retroceso cultural, político y moral que representa el fascismo, lo único que puede emerger de entre sus ruinas.