La batalla de salida

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En las comisiones de Sistema Político y Gobierno, Forma del Estado, Medio Ambiente y Modelo Económico, se han cumplido al menos en las votaciones particulares de norma, las peores pesadillas de la derecha y ya da por perdidas también, las votaciones en el Pleno de la Convención por esa causa. El presidencialismo napoleónico de Pinochet; el bicameralismo; el laissez faire en materia económica y social, el exclusivismo racial y el nacionalismo, todo lo que sostuvo el modelo neoliberal están crujiendo.

Hernán González M. Profesor de Arte. 14/02/2022. La campaña por el plebiscito en que se someterá a referéndum la nueva Constitución ya comenzó. La derecha, desesperada ante su imposibilidad de detener las transformaciones que la Nueva Constitución consagrará en materia de rol del Estado y concepción de derechos y libertades individuales y colectivas, ya optó por adelantar la campaña del rechazo.

Si bien algunos de sus representantes habían insinuado tibiamente su disposición a redactar y posteriormente, aprobar una nueva Constitución, en los últimos días lo que predomina en sus declaraciones son las descalificaciones, las caricaturas, y hasta la distorsión de los debates, las propuestas y resoluciones que se van abriendo paso en las comisiones de la Convención. 

A las perdidas, algún timorato de los que hay entre sus miembros, se compadederá de su soledad minoritaria y la acompañe en ella.

Lamentablemente para el sanedrín de los herederos de Jaime Guzmán, incluso esa labor de  compañero contenedor que le gusta jugar por ejemplo al convencional Patricio Fernández, no es suficiente ni necesario, pues lo que quiere es salvar lo que se pueda de la estantería, ya casi desmantelada. No consuelos. 

En las comisiones de Sistema Político y Gobierno, Forma del Estado, Medio Ambiente y Modelo Económico, se han cumplido al menos en las votaciones particulares de norma, las peores pesadillas de la derecha y ya da por perdidas también, las votaciones en el Pleno de la Convención por esa causa. El presidencialismo napoleónico de Pinochet; el bicameralismo; el laissez faire en materia económica y social, el exclusivismo racial y el nacionalismo, todo lo que sostuvo el modelo neoliberal están crujiendo.

Los discursos amistosos, los intentos de tender puentes con alguien en la Convención no han dado resultados. A ratos, la derecha parece no darse por enterada de que «la democracia de los acuerdos» felizmente es sólo un recuerdo. Y cuando súbitamente lo admite como quien despierta de un largo sueño, se retuerce de indignación y acusa a la Convención de traicionar el mandato para el que fue electa; la descalifica con ordinariez y prepotencia y en su versión más sofisticada pero igualmente reaccionaria, inventa retorcidos sofismas para tratar de explicar -como lo han hecho los conservadores toda la historia- mediante una lógica abstracta y transhistórica, que cualquier intento de transformación contraviene las leyes naturales del desarrollo social y la democracia. 

Un escenario terrible para el sector. Todo esto no es más que la expresión de la decadencia inevitable e incontenible del neoliberalismo. El que en marzo asuma un gobierno de izquierda, el primero desde el fin de la dictadura, sin la Democracia Cristiana y con presencia de la socialdemocracia hasta los comunistas en carteras importantes y que plantea en su programa reformas estructurales, solamente viene a confirmar la necesidad de adelantar la campaña.

El riesgo de que en el plebiscito de salida gane el rechazo, sin embargo, no se puede despachar de buenas a primeras. El susto de la primera vuelta de la elección presidencial es muy reciente como para no considerarlo. La derecha y el empresariado están usando su potente red de medios de comunicación y no hay horario en el que no estén criticando majaderamente las «locuras» que se están aprobando. Los «gustitos personales» -que es como llaman a todas las normas que no se avienen a sus concepciones del Estado y la Sociedad- que aprueban las comisiones. 

Esta propaganda va dirigida fundamentalmente a sectores de clase media que de alguna forma se han visto beneficiadas o a las que se hecho creer que lo han sido, con la exclusividad de un status ideológico que los hace creer que no son o que dejaron de ser trabajadores o trabajadoras; que han «superado la pobreza» -promesa quimérica del modelo- o podrían hacerlo gracias a su esfuerzo individual, todo gracias a la privatización y la mercantilización de la vida social. 

Es un libreto bastante conocido y archi manido por el fascismo en todo el mundo. Los vestigios de la Concertación de alguna manera representan este temor clasemediero. Algunos de sus adláteres en la Convención; algunas antiguas glorias del liberalismo social y de la Democracia Cristiana, todavía no se animan a llamar abiertamente al rechazo, pero se han sumado entusiastas al coro de los augures que advierten la posibilidad de que la Convención fracase, para lo que urdieron muy sibilinamente la trampa del mega quórum de aprobación. 

Como toda obra humana, la nueva Constitución se va a abrir paso pese a cualquier limitación formal porque proviene de una necesidad social e histórica y como el búho de Minerva va a emprender el vuelo sólo al atardecer. Eso no significa, en todo caso, que la razón vaya a imponerse sólo por una necesidad lógica. En el plebiscito de salida va a abrirse paso la necesidad histórica en la forma de un movimiento popular, semejante al que le dio el triunfo a Boric y Apruebo Dignidad en las últimas elecciones presidenciales. 

La experiencia de entonces indica que no va a ser la suma algebraica de siglas, partidos políticos u organizaciones la que lo constituye. Es la expresión material de unos valores, de una moral del trabajo frente al despojo; de la solidaridad frente al individualismo; de la igualdad frente al abuso; de la armonía con el medioambiente contra el afán de lucro; de la diferencia, de la democracia y de la libertad y que provienen de una larga historia y tradición de lucha del pueblo chileno.

El adversario ya no es una caricatura del conservadurismo y la intolerancia como en la pasada elección. 

Es una batalla ideológica y cultural que requiere de la más amplia lucha de masas; en el que se deben movilizar también todas las capacidades políticas, técnicas y de las organizaciones sociales. El carácter de clase del modelo es lo que la derecha está defendiendo con uñas y dientes y por lo que ha desatado una feroz campaña contra la Convención. La crisis del modelo neoliberal, ha desatado la resistencia más tenaz de los patrones frente a cualquier reforma que pueda poner en riesgo sus groseras tasas de ganancia y limitan cada vez más la posibilidad de extender los plazos para su implementación. 

Por esa razón los sindicatos y las organizaciones sociales desde ya debieran prepararse para el plebiscito de julio. Informar, debatir, coordinar, denunciar las mentiras de la derecha; emplazar a sus convencionales y pedirle cuentas de su participación en la Convención. Los partidos de Apruebo Dignidad e incluso los que entraron al gabinete luego del llamado del Presidente, fortalecer su unidad en las comunas, en los sindicatos, las organizaciones estudiantiles, de género y también las de las artes y la cultura. 

En julio vamos a ganar, como lo hicimos en diciembre.