Educación  artística y cambio social

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El programa de la UP planteaba la creación del Instituto Nacional de Arte y Cultura, en estrecha relación con el sistema de educación pública, sistema que por su extensión territorial y su relevancia, podía ser el lugar de intercambio de toda la diversidad social, cultural y también política del país.

Hernán González. Valparaíso. 26/6/2023. Laura Rodig, militante comunista, escultora y artista plástica; fundadora del MEMCH y Gabriela Mistral, profesora normalista, poetisa y ensayista; americanista hasta la médula, fueron dos eminentes defensoras y promotoras de los derechos de la infancia; la educación pública y la educación artística en Chile y América.

Ésta existía en el país desde los albores de la República. En la Academia San Luis, el Instituto Nacional, el Colegio de Santiago y el Liceo de Chile, ya se impartían clases de canto y dibujo e incluso baile. Se incluyó su enseñanza en las escuelas normales desde su fundación. Poco después de la independencia, se crearon la academia de pintura y el conservatorio. Más adelante, la escuela de artes y oficios, y en el siglo XX las escuelas de teatro y danza universitarias.

Sus principios originales, que ponen el acento en sus facultades “moralizadoras” y su utilidad en la formación de artesanos, conviven tempranamente con una preocupación por la estética y la filosofía del arte, a lo menos para la elite que gobernaba el país. Los planes de estudio del Instituto Nacional, por ejemplo, incluían estética e historia de la literatura.

Participan de este esfuerzo intelectuales y políticos de toda América: Bello, Sarmiento, Simón Rodríguez y muchos más.

En el curso del siglo XX, se introducen en todo el sistema escolar orientaciones que incorporan la historia del arte, la semiótica y principios de psicología del niño y el adolescente que los consideran sujetos de derecho y a las actividades artísticas, como instrumentos de expresión personal, desarrollo del pensamiento y de conocimiento de historia de las ideas y la cultura universal y nacional.

Al alero de la Universidad de Chile, se fue conformando un sistema que incluye además del conservatorio, el Ballet Nacional, el Teatro Experimental y el Museo de Arte Contemporáneo. También la Universidad Técnica del Estado y las universidades privadas tradicionales como la Universidad de Concepción y la Católica son parte de esta empresa, incluyendo la creación de los primeros canales de televisión.

Las escuelas normales y el Instituto Pedagógico, por su parte, se orientan a la formación de docentes para el sistema escolar, que junto a masas de trabajadores y trabajadores van conformando una cultura en la que se combinan la música escrita y las vanguardias pictóricas, con la cultura de pueblos indígenas y del pueblo campesino y trabajador.

La educación artística siempre acompañó la conformación de la República. Así lo concibieron los padres de la patria y sus primeros pensadores, como Manuel de Salas, Fray Camilo Henríquez, Lastarria, Bilbao, Miguel L. Amunátegui, Eusebio Lillo, los hermanos Matta y otros. La educación artística  es concebida como parte de ésta no por casualidad. La educación  artística es parte del esfuerzo de formación de un hombre y una mujer libre, ciudadanos y ciudadanas de una república democrática y soberana.

El programa de la Unidad Popular también lo consideraba. Pese a las caricaturas de la derecha y de los conversos, fue concebido como el producto de un amplio consenso político y social. Expresión de eso fue el Congreso Nacional de Educación del año 1971, no una comisión de expertos.

La última de las 40 medidas del Programa de la UP planteaba la creación del Instituto Nacional de Arte y Cultura, en estrecha relación con el sistema de educación pública, sistema que por su extensión territorial y su relevancia, podía ser el lugar de intercambio de toda la diversidad social, cultural y también política del país.

En los últimos treinta años, sin embargo, esta amplia experiencia y construcción histórica y social fue negada. Los discursos refundacionales, propios de la transición, que hacían ver la globalización como el límite del progreso humano y al pasado de la Nación, como puro subdesarrollo y como una suerte de estado pre-moderno, intentaban cubrir con un manto ideológico, la construcción centenaria del pueblo, de los pueblos de Chile, en su lucha por la democracia, la soberanía y la justicia social.

El objetivo de la izquierda; de los trabajadores del arte y la cultura, en la actualidad, debe ser no resistencia sino la continua reforma cultural, considerando nuevas realidades y desafíos para la democracia y el pueblo como lo fue en el proceso de formación de la República y la expansión de la democracia en el siglo XX.

Ésta no es otra que la formación de una ciudadanía crítica -rebelde, como dijo el Presidente Boric durante el aniversario de su partido-. Pensar el sentido de la educación artística de nivel escolar tiene esa importancia, la misma que Lastarria le daba a la formación de una literatura nacional en el siglo XIX.

Hoy por hoy es el sentido de la democracia lo que está en juego, en medio de una crisis que incluye el fin de la globalización; el cambio climático, la recesión y en nuestro país la posibilidad de profundizarla o sufrir una involución autoritaria, como la que ya en España experimentan después de las últimas elecciones municipales.

La derecha, fiel a su ethos reaccionario y torpe, pretende que es posible volver a los años noventa. En este propósito la acompañan un par de despistados que se autoproclaman de “centro”. Por eso la derecha es esencialmente reaccionaria. Porque pretende que los desafíos de la sociedad se resuelven siempre volviendo al pasado, haciendo de él no la fuente de la experiencia histórica siempre renovada del pueblo sino la esencia de un origen virtuoso al que es posible y deseable volver.

De la resolución de esta contradicción depende el destino de la patria. Así lo entendieron Laura Rodig, Gabriela Mistral y toda la intelectualidad progresista de América.