Chile, después del 18 de octubre, cambió definitivamente. La política no puede ser añorar lo que fue antes de esa fecha, la política no consiste en despertar sonámbulos. El único resultado que puede tener esa política es la de resucitar los monstruos que asechan en las entrañas del neoliberalismo y desatar las fuerzas reaccionarias que podrían producir una involución política, humana y social con un costo enorme para el país.
Hernán González. Valparaíso. 26/5/2023. Las palabras de la ex candidata al Consejo Constitucional y presunta autora de la tesis de las dos listas, la presidenta del PPD -en las que trató de “monos peludos”, “treinta por ciento” y otras linduras a los partidarios de una nueva Constitución- no pasaron inadvertidas, ni siquiera en su partido que está cruzado actualmente por un debate no muy amistoso entre quienes están por continuar colaborando con el Gobierno del Presidente Boric y el resto de las fuerzas de la izquierda; y quienes, como ella probablemente, preferirían experimentar nuevas alianzas o insistir en resucitar a la Concertación, como el sonámbulo Cesare en la película “El gabinete del doctor Caligari”.
Da la impresión que su objetivo es dinamitar las posibilidades de unidad de los demócratas para enfrentar el mayor desafío que hayan enfrentado en cien años, con propósitos incomprensibles e inconfesados.
En efecto, una vez concluido el trabajo de la Comisión Experta, le toca al Consejo Constitucional ratificar o modificar el anteproyecto presentado por ésta. Si ya a muchos les debe parecer malo, con la mayoría que el Partido Republicano logró en la elección de consejeros, podría ser todavía peor. Ello, considerando que lo que del trabajo de la Convención conservaron los expertos, podría ser eliminado para terminar con un mamarracho peor que el actualmente vigente -otro sonámbulo.
Esto es el resultado de una seguidilla de errores que la izquierda y el campo social y popular viene cometiendo desde la instalación de la Convención Constitucional, de los que nadie se ha hecho cargo. Partiendo por la presidenta del PPD, que parece no darse por enterada de los cambios que ha habido en los últimos tres años y que son los que determinan lo que queda del proceso constituyente, de la misma manera que los teóricos de “la clase política”, hacen como que no los ven para insistir en ese discurso facilón que, por cierto, siempre tiene quien lo aplauda.
El primero, es el crecimiento acelerado de la utraderecha, como resultado de la despolitización de la sociedad y la irrelevancia en la que la política de la transición -suerte de neoliberalismo adocenado- sumió al Estado. Esto como resultado de las políticas que han hecho del mercado un hecho natural y de los valores asociados a la competencia mercantil, los que predominan en todas las esferas de la vida social.
El Partido Republicano y su prédica reaccionaria, precisamente por esa razón, empalma tan bien con el sentido común dominante, que es la ideología de las clases dominantes repetida en forma machacona por los medios y el sistema educacional. “Con mi plata no”, “derecho a elegir”, “los ricos crean empresas y trabajos”, “los impuestos son siempre regresivos y coartan mi libertad”, etc., es parte de la letanía que repiten los empresarios, sus economistas y los políticos que les sirven, convirtiéndose en frases hechas para uso cotidiano y argumentación de toda clase de abusos. Por eso hasta la derecha tradicional se ha hecho irrelevante.
Ese es también un punto que Piergentili parece no considerar. “Chile Vamos” fue fagocitado en el transcurso de los últimos años por los Republicanos, de lo que es expresión el resultado de la elección de consejeros. Especialmente RN, que dada su matriz más tradicionalista -al lado de una UDI mucho más tributaria de un neoliberalismo puro- sufrió la peor caída electoral de su historia expresada ahora en la lucha desatada por su conducción.
El añorado centro moderado, la “centroizquierda”, el “liberalismo social” o “tercera vía”, ya no existen…¿qué pretende Piergentili? Sus vestigios andan buscando fórmulas que les permitan sobrevivir en este escenario ya que con la nueva Constitución podrían terminar por desaparecer. Insistir en la formación de “un tercio” de centro, se ve complicado, excepto al costo de renunciar a la aspiración de un cambio estructural efectivo que fue parte de la identidad del centro histórico, cuestión que a la Concertación le costó las derrotas del 2010 y su patético estado actual.
Chile, después del 18 de octubre, cambió definitivamente. La política no puede ser añorar lo que fue antes de esa fecha, la política no consiste en despertar sonámbulos. El único resultado que puede tener esa política es la de resucitar los monstruos que asechan en las entrañas del neoliberalismo y desatar las fuerzas reaccionarias que podrían producir una involución política, humana y social con un costo enorme para el país.
La respuesta de los demócratas no puede ser otra que fortalecer la unidad, unidad que en el transcurso de la Convención se dio sólo en forma coyuntural e inorgánica. Partidos, movimientos sociales, organizaciones tradicionales y emergentes. La forma que vaya a adoptar esa unidad es algo que la experiencia decidirá, aunque el tiempo apremia en todo caso. Esa unidad no puede repetir la experiencia de la Convención, que con todo lo avanzada y lo representativa de los pueblos de Chile que fue, no alcanzó el carácter de un proyecto de sociedad, sino solamente la suma algebraica de sus demandas, de sus anhelos y necesidades.