Colombia y Chile. No más cien años de soledad

Compartir

“…nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. Gabriel García Márquez.

Daniel Martínez Cunill. Ciudad de México. 13/09/2022. Colombianos, chilenos y latinoamericanos hemos celebrado en estos meses la victoria electoral de Gustavo Petro y Francia Márquez, que es también el triunfo de un pueblo que ha derrotado en las urnas a una oligarquía que llegó a ser tan corrupta que pervirtió hasta el narcotráfico. Por primera vez, el pueblo colombiano ha elegido un Gobierno de izquierda y América Latina lo valora.

Esta victoria comenzó a gestarse un año antes del desafío de las urnas. Es hija legítima de las movilizaciones del Paro Nacional de 2020, que fue reprimido por militares y paramilitares, sumados en una respuesta criminal destinada a dar marcha atrás al clamor reivindicativo de los pueblos que iluminan el arcoíris étnico-cultural colombiano.

Esta gesta estuvo antecedida por un siglo de guerras internas, guerrillas de diversas denominaciones, sublevaciones y combates populares. Esta combinación de factores de una estrategia de campaña, con audaces tácticas electorales llevaron a una victoria inédita, resultado de la apertura del cauce popular que la precedió en el campo y la ciudad.

Hacemos esta alusión porque la otra elección crucial en el continente nos trajo la mala nueva del resultado desfavorable del plebiscito en que Chile rechazó un proyecto de Constitución de contenido luminoso y esperanzador. Un texto que hacia legal lo más legítimo de las aspiraciones del pueblo chileno y que fue redactada con sangre, sudor y lágrimas. En sentido figurado y real.

Su rechazo abre un período de incertidumbres y son de preocupar las múltiples repercusiones que puede tener en el resto del continente. Las lecciones que los colombianos extrajeron del caso chileno no actuaron en sentido inverso y lo aprendido en Colombia no se tradujo en la victoria del Apruebo en Chile.

Hemos aprendido en estos días de triunfo, angustias y desencantos, que para limpiar el rostro mancillado de Colombia había que llegar hasta el más lejano de los poblados rurales y llevar, a ritmo de cumbia y de vallenato, la voz de la paz y el susurro de la espada de Bolívar a la mayoría de la población.

Hemos aprendido también que en Chile no bastaba con estar del lado del Apruebo, había que estar también con la Dignidad, es decir, el pueblo que le acompaña. Las derrotas, si van precedidas por una autocrítica honesta, contienen una serie de enseñanzas y de enfoques renovadores. Hay que dejar la arrogancia a los vencedores y asumir con humildad la derrota aleccionadora.

Hay que situarse desde el 15 de noviembre de 2019, cuando la derecha, la rebautizada ex Concertación y el Frente Amplio, firmaron el Acuerdo por la Paz para evitar el derrumbe del Gobierno. Preguntarse por qué el constituyente no fue ni libre ni soberano. Recuperar el 80% de apruebo en el primer plebiscito y asumir que, por muy buena que era la propuesta, no podía ser aprobada por un pueblo que o no la conocía o simplemente esperaba que realmente modificara a fondo el modelo económico y sus inequidades.

El rechazo no fue a la propuesta constitucional, el rechazo fue al Gobierno y los partidos tradicionales que no supieron o no quisieron escuchar lo que con voz potente expresó el clamor popular. Los derrotados son los que se preguntan ¿por qué nos abandonó el pueblo? Cuando la verdadera interrogante debe ser ¿por qué abandonamos al pueblo?

No se abren “las grandes alamedas” solo en un momento electoral, por mayoritario y mágico que pueda parecer. Abrir las grandes alamedas es un proceso histórico de largo aliento, alimentado por la fuerza del pueblo y debe hacerse con las palabras que también están en el discurso de Allende “no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos…”.

Los Movimientos Sociales que marcharon y lucharon en las calles y el campo tanto de Chile y de Colombia precedieron a los plebiscitos y procesos electorales. Fueron premonitorios de una votación que abrió paso a la redacción de una nueva Constitución o llevó a la victoria presidencial. Solo el llamado de alerta de los más perjudicados por el modelo reinició la larga marcha que conduce a las conquistas populares, solo su presencia permanente en cada paso que se da es garantía de nuevas victorias.

Aplicar lo aprendido a las nuevas acciones políticas convertirá las derrotas en victorias. Solo así Chile se sumará a los cien años de unidad latinoamericana que se avecinan, a los cien años de hermandad entre los pueblos del continente, a los cien años de democracia y equidad que harán justicia a las movilizaciones de los pueblos que las hicieron posibles.