ANÁLISIS. ¿Y después del plebiscito?

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El contenido del plebiscito, en efecto, es solamente ese. Quedarse con la Constitución de Guzmán y Pinochet o aprobar una nueva.

Hernán González M. Valparaíso. 03/08/2022. Estas últimas semanas, la tendencia dominante en la política nacional es la de la convergencia de las fuerzas políticas que están por Aprobar en el plebiscito de salida.  Las fuerzas del Rechazo no logran sumar nada. La supuesta campaña “ciudadana” no pasa de ser un titular de diario y por esa vía, se ha instalado precisamente como lo que no es, penetrando en amplias capas despolitizadas de la población que van desde pobres con baja escolarización hasta sectores medios temerosos de perder el aparente y frágil status que el modelo neoliberal les habría otorgado.

Están en una posición de trinchera, lo que los ha hecho recurrir, como era de esperar, considerando su inveterada mendacidad, a las estrategias más ruines que no vale la pena enumerar en estas líneas.

El arco político de las fuerzas del Apruebo por cierto, es muy amplio yendo desde partidos de la ex Concertación y la izquierda, hasta organizaciones y movimientos sociales y territoriales. Es natural que considerando esa amplitud no todos respalden la opción con el mismo entusiasmo ni tengan las mismas pretensiones una vez resuelta la disyuntiva entre la actual constitución pinochetista y la constitución que fue el resultado del proceso de deliberación más democrático de los últimos cien o doscientos años.

El contenido del plebiscito, en efecto, es solamente ese. Quedarse con la Constitución de Guzmán y Pinochet o aprobar una nueva. La gracia de la nueva Constitución además es que, en lugar del hierático monumento al neoliberalismo que es la Constitución del 80, contiene normas y mecanismos de reforma que motivan el debate y la deliberación permanente de la sociedad respecto de su sistema político y de la normas de convivencia que la definen.

En ese sentido, decir “aprobar para reformar” no pasa de ser una perogrullada, pero al menos es más lógico que el llamado a “rechazar para reformar”, una contradicción en esencia que explica solamente el estado de confusión mental de la derecha para enfrentar los desafíos ante los que se encuentra el país -y la humanidad- producto de la debacle del neoliberalismo global, y de antiguos dirigentes de la concertación que se han puesto de vagón de cola de la reacción.

Las eventuales reformas a la futura Constitución, fueron consideradas por la Convención Constitucional al elaborar su propuesta. Es probablemente una de las innovaciones más importantes que tiene en relación al mamarracho que nos rige actualmente. Introduce la iniciativa popular de ley; el plebiscito en materia de reformas al carácter del Estado; simplifica su trámite en el futuro Congreso; elimina las leyes de quorum calificado y los rebaja para la realización de reformas importantes que tienen que ver con la propiedad de los recursos naturales, la creación de empresas públicas, impuestos, etc.

La aprobación de la propuesta de la Convención va a ser un gran cambio por esta razón y no únicamente por su contenido, el cual ciertamente define un avance notable en relación con el neoliberalismo ínsito en la actual Constitución. Va a motivar la politización de la sociedad -la pesadilla de los neoliberales y de los conservadores de todas las layas, para quienes idealmente Chile debiera parecerse a Springfield- y el debate de la sociedad. Va a posibilitar la profundización de cambios y transformaciones todavía mayores. Ese es el verdadero temor de la derecha y ante lo que se resignaron sectores de centro que se han visto obligados a llamar a aprobar un poco a regañadientes -el laguismo sin Lagos, por ejemplo-.

Va a ser la motivación para el más amplio despliegue de la deliberación y movilización popular desde la época de la Unidad Popular. No va ser un resultado espontáneo del triunfo de la opción Apruebo el 4 de septiembre, por cierto, sino de una genuina voluntad de lucha de la izquierda, de capacidad política, de vocación unitaria y de realismo. Es la hora de los pueblos de Chile; el primer gran triunfo del que podamos sentirnos orgullosos y felices en muchos años, pero que nos pone ante el enorme desafío de comenzar a construir una sociedad mejor.