Alarcón y la diplomacia cubana

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Mirando los sucesos y las experiencias, se constata que Ricardo Alarcón fue uno de los principales constructores de la política exterior cubana en toda su dimensión y alcance. Una diplomacia de excelencia que pocos, aun los adversarios más duros, se atreven a cuestionar por su profesionalismo, discreción, aterrizaje, valentía y dignidad.

Hugo Guzmán Rambaldi. Periodista. Santiago. 03/05/2022. La diplomacia cubana se caracteriza, por décadas, por su audacia, creatividad, asertividad, valentía, inteligencia, dignidad y profesionalismo.

No es retórica si se revisan/analizan diversos episodios de la política exterior de Cuba que sorprenden por su mosaico temático.

Para mencionar sólo sucesos más contemporáneos y bien conocidos, recordar a La Habana como el punto de encuentro del Papa Francisco con el Patriarca Ortodoxo ruso Kiril, la primera reunión de los líderes de las dos Iglesias tras el cisma de 1054; gestiones diplomáticas y políticas para hacer posible que los tres últimos Papas -Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco- visitaran la isla socialista; el papel activo de Cuba en la firma de la paz que posibilitó la independencia de Namibia, la soberanía de Angola y el inicio del derrumbe del apartheid en Sudáfrica, en que participó el destacado ex Canciller Isidoro Malmierca, junto a Jorge Risquet y el general de Cuerpo de Ejército, Abelardo Colomé Ibarra; la templanza e inteligencia para administrar la situación irregular de que Estados Unidos (EU) mantenga ilegítimamente una base militar en territorio cubano hasta esta fecha; el manejo de relaciones con EU durante décadas, sin ceder en sus principios, normas, leyes y soberanía, logrando el apoyo de prácticamente la totalidad de países en Naciones Unidas en la condena al bloqueo, llegando a acuerdos migratorios (que en la actualidad la Casa Blanca no cumple, como otorgar 20 mil visas anuales a los cubanos), combate al narcotráfico y otras áreas con los estadounidenses, y materializando el restablecimiento de relaciones a nivel de embajadas entre Cuba y EU, marco en el cual viajó a la isla el ex presidente Barack Obama; la experiencia de la Crisis de Octubre donde los dirigentes cubanos lidiaron, con energía, inteligencia, audacia y valentía con los representantes de dos potencias, EU y la Unión Soviética, como nunca lo ha hecho gobierno alguno de América Latina; el mantenimiento de relaciones abiertas, respetuosas, beneficiosas, a veces fraternas u otras tensas, con casi todos los países de América Latina, Asia, África y Norteamérica.

Son muchos, elocuentes e impactantes, los episodios de la diplomacia cubana, que debe ser una de las más activas y consideradas de la región.

Nada habría sido posible, es lógico, sin el carácter, el contenido, la dignidad, la fuerza, el relato y la impronta que la Revolución Cubana le colocó a su política exterior. Nadie desconoce en ello el papel jugado por Fidel Castro.

Vino la fundación del emblemático Minrex, el Ministerio de Relaciones Exteriores, y el papel decisivo que cumplió Raúl Roa García, conocido como el “Canciller de la Dignidad”, artífice de la política exterior de la Cuba socialista y maestro de diplomáticos que tendrían en sus manos las representaciones en otras latitudes. Un diplomático que mostró el carácter del pueblo, el país y el Gobierno que representó en Naciones Unidas y que encaró las políticas belicistas y agresivas de Estados Unidos.

De todas esas experiencias, episodios y valores formó parte durante décadas el Doctor en Filosofía y Letras, ex presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de Cuba, antiguo militante del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y del M-26-7, Ricardo Alarcón de Quesada, fallecido el pasado fin de semana en La Habana a los 83 años.

Un hombre culto, fino según muchos diplomáticos, inteligente, perseverante, de paciencia infinita, que entre otras cosas le tocó asumir un rol protagónico en la conversación de Cuba con Estados Unidos, en un manejo majestuoso de la firmeza y la apertura, llevando a cabo misiones delicadas -quizá algunas aún no narradas- que marcaron el relacionamiento de la Mayor de las Antillas con la potencia del norte.

Los cargos no siempre definen, pero en el caso de Alarcón marcan su ruta de compromiso y profesionalismo: Director de América Latina del Minrex, representante de Cuba ante Naciones Unidas, viceministro y ministro de Relaciones Exteriores, presidente del Parlamento cubano e integrante del Comité Central y del Buró Político del Partido Comunista de Cuba.

Fue discípulo de Raúl Roa y luego maestro de diplomáticas y diplomáticos cubanos que han cumplido delicadas, esforzadas y exitosas misiones ante EU y en innumerables tareas propias de la política exterior en todo el mundo. “A Ricardo Alarcón de Quesada, el maestro de los diplomáticos de nuestra generación, le guardaremos siempre profundo respeto, admiración e infinito afecto. Gracias por el privilegio y el honor de haber sido (una de) sus discípulos”, colocó en redes sociales Josefina Vidal, funcionaria clave en las negociaciones con EU para restablecer relaciones a nivel de embajadas y hoy viceministra del Minrex.

Alarcón cumplió funciones determinantes en la llamada “crisis de los balseros”, en las negociaciones en África, en los acuerdos migratorios con los estadunidenses, en las gestiones en la ONU para obtener la condena al bloqueo estadounidense, en momentos tensos en relaciones con gobiernos latinoamericanos, y fue un colaborador leal con Fidel Castro.

Mirando los sucesos y las experiencias, se constata que Ricardo Alarcón fue uno de los principales constructores de la política exterior cubana en toda su dimensión y alcance. Una diplomacia de excelencia que pocos, aun los adversarios más duros, se atreven a cuestionar por su profesionalismo, discreción, aterrizaje, valentía y dignidad.

Seguro que Alarcón, como Roa, no fueron ni serán los únicos, pero colocan un sello a una de las actividades más sensibles y eficaces de Cuba.