La potencia frente a las acciones de Ucrania e Israel, y las realidades de la Otan, el Mar Rojo y América Latina. Hoy, por ejemplo, no son los gobiernos de Estados Unidos e Israel los que discuten la crisis de Gaza, sino la CIA y el Mossad.
Gustavo Espinoza. Periodista. Lima. 17/3/2024. Mike Pompeo, hombre fuerte del entorno de Donald Trump y exdirector de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y luego Secretario de Estado, dijo no hace mucho, sintetizando la función que había cumplido: “Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos, robamos, asesinamos. Teníamos cursos de formación completos”. Cuando fue nombrado jefe de la entidad, organizaciones de derechos humanos de su país expresaron sus reservas y dijeron que no merecía confianza “porque era favorable al espionaje masivo y de los líderes extranjeros, y por su opinión referida a que Edward Snowden debía ser juzgado y finalmente condenado a muerte”. Por lo demás, él mismo se encargó de explicar que quería una CIA “más despiadada e implacable”.
El drama de los Estados Unidos es que, a medida que se agrava la crisis del sistema de dominación capitalista y aumentan los problemas internos en el país del norte, el peso de la CIA va tomando cuerpo, y su orientación política perfila cada vez más el comportamiento de la Casa Blanca. Hoy, por ejemplo, no son los gobiernos de Estados Unidos e Israel los que discuten la crisis de Gaza, sino la CIA y el Mossad. Ellas analizan el futuro de una guerra que tiene en vilo a la Humanidad.
Como consecuencia de esto, se puede asegurar que no son los políticos los que cortan el jamón en la lógica imperial, sino los militares, cuando no los espías los que tienen la última palabra. En ese escenario, hasta el discurso de la Casa Blanca se torna más agresivo, temerario e irresponsable.
No obstante, los analistas aseguran que la CIA tiene tres problemas que inciden severamente en su comportamiento. Hablan así de los objetivos de la organización, los métodos que usa y la impunidad de la que gozan sus cuadros operativos en el mundo, dado que no tienen que rendir cuenta a nadie por sus actos. Ellos decidirán -en connivencia con el Presidente de los Estados Unidos- si habrá paz o guerra en Ucrania; vida o muerte en Gaza; acuerdos o violencia en el Mar Rojo.
Tradicionalmente se solía decir en los Estados Unidos que cinco republicanos más cinco demócratas, sumaban 10 bandidos. Y en buena medida, eso es cierto. Los dos grandes conglomerados partidistas se parecen tanto entre sí, que han debido surgir facciones al interior de cada uno de ellos para pergeñar ciertas diferencias que aluden más bien a las formas de expresión, que a los contenidos. En esencia, unos y otros dicen lo mismo, sólo que lo hacen de manera distinta para mantener la imagen de una “democracia” que -bien mirada la cosa- se devora a sí misma.
Y los líderes de ambos conglomerados -Joe Biden y Donald Trump- se preparan para competir en comicios nacionales previstos para el 5 de noviembre próximo. Aunque se atacan incluso agresivamente, cada vez está más claro que ambos representan los intereses de las grandes corporaciones y que ellas se juegan por la preservación del sistema. Esta confrontación es la que hoy tiene a Estados Unidos ante una encrucijada.
Claro que, en el plano más amplio, esta encrucijada tiene muy variadas expresiones. La situación de Ucrania es una de ellas. En Estados Unidos incluso un sector del gran capital parece haber llegado a la conclusión de que la guerra que hoy se libra en ese suelo, carece en absoluto de perspectiva. Y por eso los republicanos se entercan, y no quieren dar pase a nuevos créditos en beneficio del régimen de Zelensky. Por lo demás, el mandatario receptor de esa “ayuda”, la usa para sus propios fines y los de sus allegados, porque para ellos la guerra también es un negocio.
Y la encrucijada aquí es mayor, porque los ucranianos no quieren ya pelear. Entonces la OTAN busca desesperadamente soldados de otros países. Mercenarios, no -a ellos ya los usaron- sin mayor resultado. Y es que esos “combatientes”, estuvieron allí por plata, y no necesariamente para “sus herederos” sino para ellos mismos. Por eso quieren “hacer la guerra”, pero, además, vivir. Y huyen, cuando la muerte les toca la puerta.
La “salida” entonces, es conseguir soldados profesionales que estén dispuestos a ir hasta el fin. ¿Dónde hallarlos? En los países de la OTAN. La frase suena bien, pero el contraste viene cuando se baja a tierra y se choca con la realidad: ¿De qué países? Los soldados de Francia probablemente estén dispuestos a morir por Francia; pero ¿por Ucrania? ¿A santo de qué? Y eso funciona para los soldados de cada país. En el fondo, esa “causa”, no es la suya. Estados Unidos en la encrucijada. Pero ella es más grande aún si se tiene en cuenta que enviar soldados de un país determinado a Rusia, equivale a declarar la guerra a Rusia. Y también eso, tendrá su precio. ¿No es verdad? ¿Quién está dispuesto a asumirlo? ¿Quién habrá de proteger a la población de Francia en una guerra contra Rusia? ¿Y qué habrá de ocurrir en los otros países?
Para Estados Unidos, el principal gonfalonero de la guerra, el tema implica una encrucijada más. Pero a ella se suma lo que acontece en Israel, donde Netanyahu asoma cada vez más empecinado en una guerra que no tiene salida y que perfila nítidamente el rostro neonazi del régimen sionista de Israel. Ahora, ni Washington lo puede justificar. Por lo demás, 30 mil muertos no es una anécdota bélica, es simplemente un genocidio.
Y a esta encrucijada se suma el Mar Rojo, y Siria. También Irak, y Libia. Pero, además, América Latina, donde la Casa Blanca “maneja” torpemente gobiernos tan obtusos y mediocres como los que subsisten en la Región. Mientras tanto, en su tumba de Harleigh, en Camden, Nueva Orleans, W. Whitman ha de seguir cantando: “Indolente y ocioso convido a mi alma- Me dejo estar, y miro un tallo de hierba de verano”.