El resultado del plebiscito del 4 de septiembre del año pasado demuestra que nada está ganado y que sin que haya una voluntad subjetiva, una convicción radical acerca del significado de lo que está en juego, la posibilidad de que la reacción política, moral y cultural no sólo frustre las esperanzas de cambio social del pueblo sino de que le imponga condiciones de vida todavía más precarias.
Hernán González. Valparaíso. 20/10/2023. Los últimos tres años han sido intensos. Históricos referentes políticos, sociales y sindicales que no se han hecho cargo de esto y han insistido en seguir siendo lo que fueron o haciendo lo que hacían hasta poco antes del 2019, han desaparecido progresivamente y no tienen ninguna incidencia salvo la que les da el comportarse como asistente o apéndice de quienes sí la tienen.
La movilización social y la lucha de masas, que fue el factor determinante en el cambio histórico que hemos presenciado y del que seguimos siendo testigos en el último período, dio paso a una impasibilidad que tolera de modo impresionante los discursos de odio en contra de la izquierda, los inmigrantes, los sindicatos, los indígenas y las mujeres, entre otras linduras.
La derecha y las clases dominantes, después de haber estado contra las cuerdas y hasta obligadas a reconocer la necesidad de realizar reformas profundas que incluían la Constitución, hoy están a la ofensiva; tienen la capacidad de bloquear reformas que se hacen cargo de las necesidades de la población en salarios, pensiones, salud y derechos humanos, dentro del mezquino marco que impone ésta y hasta de imputar al país soluciones reaccionarias a los problemas que las generaron.
Su ofensiva tiene un solo objetivo. Aprobar la propuesta reaccionaria, machista y clasista del Consejo Constitucional.
“La casa de todos”, y otros eufemismos que se enarbolaron como coartada ideológica para adormecer a la opinión pública y facilitar un acuerdo entre los de siempre, ha dado paso paulatinamente al fundamentalismo del mercado, a la defensa del sentido común, esto es de lo existente -las AFP, las escuelas particulares subvencionadas, los bajos salarios, la salud privada y el abuso con los consumidores-.
La desmovilización de la sociedad y de la opinión pública es lo que ha facilitado este estado de cosas que por lo demás, nos pone como país y como sociedad en una condición similar a la de otros países en el mundo que son testigos del avance de la ultraderecha y de los fundamentalismos de mercado que pretenden aparentemente que la solución a la crisis actual del sistema neoliberal, es reventar a los trabajadores y trabajadoras y el medioambiente, incluida toda la diversidad de pueblos y etnias originarias que son los únicos aparentemente que tienen consciencia de la gravedad de la crisis climática, pese a todas las advertencias del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guetrres.
La propuesta del Consejo Constitucional es un excelente ejemplo de esta ideología reaccionaria y torpe, que está muy en sintonía con la propuesta y discurso de otros energúmenos como Trump o Millei.
El resultado del plebiscito del 4 de septiembre del año pasado demuestra que nada está ganado y que sin que haya una voluntad subjetiva, una convicción radical acerca del significado de lo que está en juego, la posibilidad de que la reacción política, moral y cultural no sólo frustre las esperanzas de cambio social del pueblo sino de que le imponga condiciones de vida todavía más precarias. El destino no va a ser el resultado de la evolución natural de las cosas. Nunca lo ha sido. Es el resultado de la práctica, de los anhelos y luchas del pueblo.
La burguesía así lo ha entendido y lleva tiempo preparándose para enfrentarlo.