Los estudiantes secundarios y universitarios, las mujeres y los profesionales, trabajadores y pobladores, las y los artistas, salieron a las calles, plazas y espacios públicos con alegre rebeldía, pacíficamente, reivindicando sus derechos y denunciando abusos e injusticias, marchando, cantando, bailando, expresándose. Eso ocurrió en prácticamente las 16 regiones del país. No se trató, como lo está instalando la derecha política, económica, empresarial y comunicacional, de un suceso marcado relevantemente por la violencia, el caos, la destrucción, la irracionalidad, la barbarie, queriendo oscurecer y desmentir la verdad de los acontecimientos.
“El Siglo”. El Editorial. Santiago. 18/10/2023. La revuelta social y ciudadana de 2019 estuvo caracterizada, sobre todo, por su masividad, extensión territorial, espontaneidad, alegría, sentido de rebeldía, participación, exigencia de terminar con los abusos, enaltecer la dignidad de la gente, y avanzar hacia un país distinto con transformaciones sociales, incluyendo el consagrar una real nueva Constitución.
Los estudiantes secundarios y universitarios, las mujeres y los profesionales, trabajadores y pobladores, las y los artistas, salieron a las calles, plazas y espacios públicos con alegre rebeldía, pacíficamente, reivindicando sus derechos y denunciando abusos e injusticias, marchando, cantando, bailando, expresándose. Eso ocurrió en prácticamente las 16 regiones del país.
No se trató, como lo está instalando la derecha política, económica, empresarial y comunicacional, de un suceso marcado relevantemente por la violencia, el caos, la destrucción, la irracionalidad, la barbarie, queriendo oscurecer y desmentir la verdad de los acontecimientos.
Se expresó en la revuelta el cansancio y el enojo con el abuso y la desigualdad, la crítica a un sistema que instala las bajas pensiones y los bajos salarios, el empleo precario, una educación y salud muy costosas, el endeudamiento dramático como fórmula de sobrevivencia, el continuo encarecimiento de la vida cotidiana, la falta de reales oportunidades, la segregación social y la discriminación frente a las diversidades, la restricción de derechos de las mujeres y los jóvenes, la falta de cuidado de los adultos mayores, el abandono de los indígenas y la desprotección y trasnacionalización de los nuestras riquezas naturales y estratégicas.
Un momento crucial fue el desarrollo de cabildos, de encuentros ciudadanos en plazas, barrios, comunas, centros culturales y sociales, sindicatos, animando un proceso constituyente y que apuntara a construir una nueva Constitución, garante de derechos y mejor democracia.
No se puede omitir la marcha de un millón y medio de personas en Santiago y decenas de miles en otras ciudades, la Huelga General, la ola feminista, la primera línea y las brigadas de salud, los festivales culturales en distintas comunas y la permanente manifestación en la Plaza Dignidad.
Como suele ocurrir en estos episodios de revuelta y conmoción social, se produjeron hechos vandálicos, delictivos, incontrolables, destructivos, que sin duda quedaron registrados como parte de los sucesos de 2019, pero que bajo ninguna circunstancia cuantitativa o cualitativa desvirtúan el verdadero carácter del 18/10.
De hecho, resulta más relevante desde un punto de vista ciudadano y ético, la constatación de una sistemática y masiva violación a los derechos humanos que dejó una estela de muertos, miles de heridos y detenidos, miles de torturados y abusados, cientos de personas con graves heridas oculares, miles de querellas contra agentes del Estado, mujeres y jóvenes violados, y una percepción y constatación de impunidad.
La actual oposición, la derecha y la extrema derecha y sus medios de prensa afines, columnistas conservadores y sectores contratransformadores están construyendo falacias y distorsiones bajo la tesis del “octubrismo” y del “estallido delictual”. No es sorprendente. Estuvieron en contra de la revuelta, temblaron frente a ella, y la quieren criminalizar y demonizar para no solo alterar la historia, sino pretender inhibir futuras manifestaciones populares masivas y reivindicadoras de cambios.
El tema es que, independientemente del estado actual de las cosas, con un movimiento social y ciudadano replegado y a la expectativa, con las fuerzas progresistas y de izquierda golpeadas por procesos electorales importantes, y una extrema derecha y una derecha a la ofensiva, está claro que las demandas fundamentales de 2019 siguen sobre la mesa y a la espera. Que no se vuelva a decir que “no lo vieron venir”.
El abuso de grandes empresas persiste; el abuso y los malos servicios continúan; el endeudamiento de las familias crece; los sueldos siguen siendo malos y las pensiones, ni hablar; el mal empleo es una tónica para las y los asalariados; la salud y la educación son caras; la vivienda se encarece por los arriendos y préstamos; se agregan los problemas reales de inseguridad ciudadana; la gente no lo está pasando bien, es un hecho de la causa.
Además, hay una enorme frustración porque el real cambio constitucional, en base a garantizar derechos sociales, mejor democracia, mayor participación, no se está produciendo y está saliendo un texto retrógrado, policíaco, restrictivo, conservador, incluso anulador de derechos obtenidos y consagrados. La aspiración de una real nueva Constitución no se está logrando. Está saliendo “un engendro” peor de lo que hay.
Se han vivido desde 2019 momentos complejos, contradictorios, oscilantes, difíciles, que incluye la pandemia del Covid-19, algo que tuvo efectos sociales, económicos y de alteración de la vida de la población. En medio de todo, ahí está el ejemplo del 18/10 en cuanto a la demostración del efecto de la movilización ciudadana sobre el devenir del país, que no se centra en el “quiebre institucional” como afirman desde la derecha, sino que se concentra en la ruptura con un sistema económico e institucional injusto y autoritario y la construcción, con propuestas y responsabilidad, de una sociedad más equitativa, democrática y justa, donde todo se centre en el bienestar de la gente.
El 18/10, sin dejar de considerar su cuota de espontaneidad e independencia, lleva nuevamente a relevar la demanda social y popular, y también el papel de las organizaciones sindicales y sociales, del movimiento feminista y estudiantil, de los colectivos de la cultura y los sin casa, de los pueblos originarios, de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda, de la necesidad de la conciencia y la organización popular y ciudadana. Y alejar las respuestas elitistas, institucionalizadas, conservadoras, privatizadoras y maximalistas.