A partir de enero de 1960, el continente situado al sur del Río Bravo, había dejado de ser el pasivo granero en el que se depositaban las riquezas que se habrían de llevar las grandes corporaciones; y se había convertido en un verdadero campo de batalla en el que nuevos gobiernos, y pueblos enteros, afirmaban la lucha por la independencia y la soberanía de sus Estados.
Gustavo Espinoza M. Periodista. Lima. 25/09/2022. Por decisión de las autoridades de Naciones Unidas, los primeros días de la 77 Asamblea General desarrollada en Nueva York, tuvieron como expositores a mandatarios de América Latina. Jefes de Estado y de gobierno de otros continentes, representantes especiales, y observadores internacionales; tuvieron no solo la ocasión de familiarizarse más con el idioma castellano, sino también tomar el pulso a un continente que marca la historia en el mundo de nuestro tiempo.
Claro que esto no ocurre por primera vez. Memorable fue la intervención de Fidel Castro en ese mismo escenario en 1960 -su primera presentación allí-, cuando despertó la pasión de multitudes, a la par que la ira del Imperio. Igualmente, el discurso de Salvador Allende, quien llamó la atención del mundo aludiendo a la esperanza de su pueblo, y denunciando la barbarie que se avecinaba en su patria; y que se cumpliera poco después.
También, la brava exposición de Hugo Chávez, quien comenzó su intervención fumigando el podio que poco antes había ocupado -él lo dijo- Satanás, aludiendo al Mandatario del Imperio.
Cada una de estas intervenciones mostró un hecho ineluctable: A partir de enero de 1960, el continente situado al sur del Río Bravo, había dejado de ser el pasivo granero en el que se depositaban las riquezas que se habrían de llevar las grandes corporaciones; y se había convertido en un verdadero campo de batalla en el que nuevos gobiernos, y pueblos enteros, afirmaban la lucha por la independencia y la soberanía de sus Estados.
Ya el Imperio, en ese entonces, estaba a la defensiva. Y eso, ahora, es más notable. El nuevo continente, ese de José Gabriel Túpac Amaru; de San Martin y Bolívar: de José Martí y de Sandino; de José Carlos Mariátegui y otros; había ya dado un salto cualitativo, que hoy se afirma. Por la ruta de los Libertadores, transitan ahora los pueblos de nuestro tiempo.
Eso explica el grito de Nayib Bukele, el mandatario salvadoreño, que trasmitió el desgarro del más pequeño país del continente, condenado al olvido y al ostracismo pese a haber regado la tierra con sangre generosa de su pueblo.
La formidable palabra de Gustavo Petro, el mandatario colombiano, que abofeteó al Imperio mostrando el fracaso total de su política anti drogas, defendió a la Amazonía y desnudó el papel siniestro del capital.
El verbo cadencioso y académico de Gabriel Boric, que afirmó la necesidad de construir un Chile democrático en el que se respeten las ideas y las personas, y se avance forjando niveles de dignidad y de justicia. Y la firmeza de Denis Moncada, el vocero de la Nicaragua Sandinista.
Desde la Pampa Argentina, llegó la palabra de Alberto Fernández demandando la devolución de las Malvinas, en manos del Imperio Británico; y exigió equidad y justicia en el trato internacional para no permitir que las deudas y los compromisos financieros contraídos en el marco del dogal del Neo liberalismo, ahoguen a los pueblos.
Y desde el Altiplano el boliviano Luis Arce anunció al mundo que ellos mismos explotarían el Litio y que no permitirían más el imperio de la sinrazón, ni el mandato de las armas.
Un hito en las exposiciones, lo marcó Bruno Rodríguez, que por Cuba, habló en nombre de un pueblo que “ha pagado un alto precio por defender legítimo derecho a existir como nación soberana e independiente”. Durante más de 6 décadas, -dijo- “hemos resistido un despiadado y unilateral bloqueo recrudecido en extremo a niveles sin precedente”.
Pronto, la Asamblea General de la ONU, con el voto del Perú, condenará una vez más, ese inicuo garrote que simboliza la barbarie.
Fue este el contexto en el que se escuchó la palabra de Pedro Castillo, el Maestro rural que tuvo, por primera vez, la ocasión de hablar ante más de tres mil millones de personas de todos los continentes y países. Habló de la guerra y de la paz, y marcó la injusticia y la impotencia que ella registraba; pero calló ante la política belicista, y los planes guerreristas de la OTAN, alentados por Washington y la Unión Europea.
La alocución del mandatario peruano tuvo méritos. Condenó las sanciones contra algunos países al margen de la ONU. Fue el modo de rechazar las acciones norteamericanas contra Rusia, pero también contra Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero debió ser más preciso y detenerse en el caso específico de la Mayor de las Antillas, sometida a un bloqueo genocida; del mismo modo cómo expresó su respaldo a Palestina, y a la causa Saharahui.
Pedro Castillo leyó una parte de su discurso, aquella que aludía al escenario mundial; pero habló sin papel, explicando a viva voz la crisis política por la que atraviesa el Perú. Y allí resultó más preciso: Condenó los cantados intentos de Golpe de Estado, que no solamente no cesan, sino que se acrecientan a la luz del odio ponzoñoso de la clase dominante, que no oculta su desprecio, su racismo y su vileza.
Curiosas resultaron las reacciones que tuvo aquí ese discurso. Mientras Castillo se esforzó por alentar la inversión extranjera asegurándole garantía y beneficios; Mávila Huerta acudió al sarcasmo, para decir que era mentira.
Mientras el Mandatario peruano extendió la mano a sus opositores; ellos, en el parlamento, censuraron a sus ministros y alentaron a Lady Camones dotándola de puestos claves en la Sub Comisión de Acusaciones Constitucionales y en la Comisión de Constitución, para que “apurara” los proyectos destinados a “vacar” al Presidente; e iniciaron un debate para “rebajar” el número de votos requeridos para librarse de él.
En suma, el golpismo en acción, alentado por el cambio de mando en el Legislativo donde asoma un general dispuesto a cubrir su cuerpo con el fajín presidencial.