97 aniversario del natalicio de Fidel

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El Comandante en Jefe del pueblo de Cuba burló la muerte tantas veces que enumerarlas podría parecer exagerado. Pero así fue. La historia, que no miente, guarda cada uno de los triunfos que aquel hombre singular colocó sobre la parca, y solo después de haber vivido 90 gloriosos años, abandonó el mundo, en el que dejó su preclara obra. No e+ra de ningún lado más que de Birán…y de Santiago, y de La Habana, y de Pinar del Río, y de cada rincón de Cuba. Pero Fidel también era y es de la Humanidad.

Madeleine Sauti. “Granma”. La Habana. 12/8/2023. Entre Cuba y la esperanza.

Un absoluto desacierto tuvo aquella quiromántica que le profetizó a Fidel, en plena adolescencia, que viviría poco. El Comandante en Jefe del pueblo de Cuba burló la muerte tantas veces que enumerarlas podría parecer exagerado. Pero así fue. La historia, que no miente, guarda cada uno de los triunfos que aquel hombre singular colocó sobre la parca, y solo después de haber vivido 90 gloriosos años, abandonó el mundo, en el que dejó su preclara obra.

Los hombres de honor no se hacen de la noche a la mañana. Los rasgos del carácter asoman desde los albores de la existencia y van labrando la personalidad definitiva, que fragua compactando virtudes y desterrando lo que no cabrá jamás en los seres dignos. Actitudes, situaciones, desenvolvimientos avisaron antes que aquel muchachito traía dentro de sí una generosidad desbordante, una inagotable inteligencia, un sentido de la justicia a toda prueba y la irreverencia a cualquier costo ante lo inadmisible. Tal vez por eso, cuando muchos de los que conocieron a Fidel de niño y de adolescente supieron, por las noticias, que había sido él el que asaltó el Cuartel Moncada, no se llevaron la gran sorpresa.

Tal como concibiera a los niños José Martí -la más elevada figura que inspiraría su destino-, fue el niño Fidel, quien pensó en todo lo que sucedía a su alrededor. Amó los libros y el conocimiento. La curiosidad, que no lo abandonaría nunca, le abrió las puertas de muchos saberes, consolidados por la lectura y la férrea autoexigencia.

La Universidad -donde, dijo, se hizo revolucionario, martiano y socialista, donde aprendió “las mejores cosas de mi vida; porque aquí descubrí las mejores ideas de nuestra época y de nuestros tiempos”- fue el escenario en que se consolidó su irrefutable madurez política. La penosa situación del país se le enquistó en el corazón y se propuso cambiarla. Hacerlo significaba derribar un poderoso aparataje imperial que por décadas subyugaba a Cuba.

Manos a una obra colosal, la de la Revolución Cubana, que costó tanto sufrimiento y sangre de jóvenes excepcionales, fue, desde entonces, la palabra de orden, a la que se sumaron cada vez más cubanos, dispuestos a seguir a su ya indiscutible líder, Fidel Castro Ruz, el promotor de las antorchas encendidas, que anunciaban la presencia martiana en una generación que no dejaría morir a su Apóstol nunca, mucho menos en el año de su centenario; el de la rebelde estatura, ensanchada en la Sierra Maestra; el de la victoria del 1ro. de enero, aclamada por toda una Isla.

Desde entonces, Fidel vive en su Revolución.

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Cuando estaba en el mundo de los físicamente vivos, incluso hasta muchos de sus enemigos le reconocían la eternidad y lo concibieron como una leyenda real. Valor, sagacidad, liderazgo, visión de futuro, integridad y -sobre todo- su ingente obra humana, sustentaban la inmortalidad que desde entonces ya se le atribuía. Después de su natural muerte, nadie que lo haya conocido bien habla de él en pasado.

Hoy, que contra Cuba se esgrime la más brutal y larga asfixia económica que ha padecido país alguno en el orbe; que el gobierno más poderoso del mundo pretende aniquilar a un pueblo negándole el derecho a la existencia, por sostener las banderas que Fidel conquistó; que se mancilla hasta el cansancio a nuestros dirigentes -que sabemos y vemos al pie del cañón para combatir dificultades- lo sentimos cada vez más cerca.

Fidel no es un extraño en el desvencijado mundo en que vivimos. Su amor por la humanidad lo hizo advertir al planeta de peligros que hoy se hacen cada vez más frecuentes. A su encuentro vamos porque llega siempre, porque no se va. Fidel nos acompaña en cada batalla que libramos, que son muchas y siempre duras.

Desde siempre, Fidel es esperanza. Lo fue cuando la Patria se desangraba con verdaderas dictaduras; lo fue en el triunfo luminoso de la Revolución y, desde entonces, y hasta hoy, sigue siéndolo para los pobres del mundo. Lo es para Cuba, optimista y fiera, que lo lleva en su alma generosa. La esperanza es siempre contemporánea. Si Cuba resiste es porque aquí está Fidel.

Fidel es de la Humanidad

Mariano Saravia. “Granma”. La Habana. 12/8/2923. “Un agitador peronista de origen cubano”. Así catalogó la CIA a Fidel, según cuenta el periodista Rogelio García Lupo (de Prensa Latina) en su libro “Últimas noticias de Fidel Castro y el Che” (2007).

Un joven Fidel, de 21 años, acudió a Bogotá como representante de la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba a la contracumbre que fue la Conferencia Panamericana, herramienta del Imperio, que a partir de ese año sería sustituida por la OEA. Ese 9 de abril, Fidel esperaba reunirse con el líder Jorge Eliécer Gaitán, pero este fue asesinado ese mediodía. Sobrevino el Bogotazo, y si bien Fidel no era colombiano, estuvo ahí, al lado del pueblo.

Según García Lupo, Fidel “salvó la vida en un Cadillac protegido por una bandera argentina extendida sobre el techo y con las placas diplomáticas bien visibles”. De ahí la apresurada y falaz conclusión de los espías yanquis. No era argentino, pero ese documento de la CIA muestra el carácter de patriota latinoamericano de quien, diez años más tarde, conduciría la guerra necesaria.

En el 47, Fidel había participado de la fallida Expedición de Cayo Confites, integrada por cubanos y dominicanos, y cuyo objetivo era liberar a la República Dominicana de la dictadura de Rafael Trujillo. No era dominicano, pero ya con 20 años dejaba claro su internacionalismo.

Luego vino el asalto al Moncada, la cárcel y la estancia en México, para tomar impulso y volver a la lucha. Allí, en junio de 1955, conocería a Ernesto Guevara, un médico argentino que le presentara Raúl en casa de María Antonia, una cubana exiliada en el DF.

Con la ayuda de El Cuate, se conseguirían el yate Granma y las armas necesarias, y otro mexicano llamado Arsacio Vanegas los entrenaría. Fidel no era mexicano, pero comiendo tortillas lanzó aquella sentencia: “Si salgo, llego. Si llego, entro. Si entro, triunfo”. La convicción de la razón…y del espíritu humano.

Tampoco era puertorriqueño, pero tenía bien claro aquello de que Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro, las dos alas. En una ocasión aclaró: “La solidaridad de Cuba con Puerto Rico nos viene de la historia, nos viene de Martí y nos viene de nuestros principios internacionalistas”.

Fidel no era nicaragüense, pero sin su ayuda, quién sabe si se habría dado la revolución sandinista. En 1961 viajaron a La Habana Carlos Fonseca, Germán Pomares y Tomás Borge, y en Cuba se sembró la semilla que dos años después germinó como FSLN. Pero en una oportunidad, Fidel les advirtió: “Tienen que hacer su propia revolución, no pueden imitar la nuestra”. Y así fue.

No era soviético, ni vietnamita, ni yugoslavo, ni chino, pero siempre entendió de qué lado estar en épocas de Guerra Fría, contra el Imperio. Y esa claridad estratégica es uno de sus legados más lúcidos para nosotros en estos tiempos de reconfiguración geopolítica.

Fidel no era africano, pero se transformó en un símbolo del poscolonialismo, porque la ola de descolonización en África coincide exactamente con la definitiva independencia de Cuba. Cientos de miles de cubanos fueron a África a ayudar en ese periodo poscolonial y la acción más determinante, sin duda, fue en Angola. La batalla de Cuito Cuanavale liberó tres países, porque terminó con la reacción en Angola e inició el fin del régimen del Apartheid en Sudáfrica, que a su vez determinó la independencia de Namibia.

No era de ningún lado más que de Birán…y de Santiago, y de La Habana, y de Pinar del Río, y de cada rincón de Cuba. Pero Fidel también era y es de la Humanidad.