Un texto de Fabien Roussel.
Fabien Roussel. Secretario nacional del Partido Comunista Francés. París. Hace cincuenta años, el 11 de septiembre 1973, las Fuerzas Armadas de Chile, encabezadas por el general Augusto Pinochet perpetraban un golpe de Estado de brutal violencia para derrocar al Presidente Salvador Allende y destrozar la democracia chilena.
A pesar de una resistencia heroica en el palacio presidencial de La Moneda, cercado por las tropas facciosas, bombardeado por la Fuerza Aérea, Salvador Allende muere, prefiriendo el sacrificio a la capitulación, asumiendo hasta las últimas consecuencias las responsabilidades que le había confiado el pueblo chileno.
El asesinato de la democracia fue planificado, financiado e instigado por los sectores conservadores de la política chilena y el gobierno de los Estados Unidos, eso con el objetivo de acabar con una experiencia inédita de movilización popular y de conquistas sociales puesta en marcha tres años antes con la victoria electoral de Salvador Allende y de las fuerzas de la Unidad Popular.
En apenas mil días, la izquierda en su conjunto había realizado un trabajo titánico en favor del pueblo y de la nación chilena: nacionalización del cobre y de los bancos; reforma agraria; creación de un sector público de la economía; alfabetización; educación superior al alcance de las mujeres, los jóvenes de medios rurales y de la clase obrera; fomento de la vivienda social; acceso universal a los servicios de salud.
El proceso se señala por una explosión cultural inédita, donde resonaban el canto de Víctor Jara y de los Quilapayún, los poemas de Pablo Neruda, pero también por el entusiasmo de millones de chilenas y de chilenos que accedían a todas las formas de arte y de cultura, forjando así una nueva cultura popular.
Las clases que hasta entonces habían dirigido el país no aceptaban aquel proceso revolucionario cuyo objetivo era la emancipación radical de cada uno y de la sociedad entera. Y prefirieron ahogarlo en sangre antes que ceder el más mínimo de sus privilegios.
Consecuencias del golpe de Estado, más de 3.000 personas fueron asesinadas, torturadas, desaparecidas. Decenas de miles fueron encarceladas y tratadas atrozmente tan solo por haber defendido la democracia y la dignidad humana.
En nombre de los comunistas franceses, rindo aquí homenaje a todas las víctimas de la dictadura chilena. Su coraje, su sacrificio no han sido vanos. Ellos nos imponen un inmenso respeto y una obligación en este momento en que los herederos del fascismo surgen y se instalan en el poder en todos los lugares del planeta.
Sobre las ruinas de la democracia y de los derechos humanos, los diecisiete años de la dictadura de Augusto Pinochet hicieron además de Chile un verdadero laboratorio mundial del neoliberalismo: destruyendo las conquistas sociales y desmantelando los servicios públicos con fin de erigir la tiranía del lucro.
Pese a la represión, miles de ciudadanos y de militantes condujeron la resistencia por restablecimiento de la democracia y el derecho de vivir con dignidad. Entre ellos, pienso con emoción en el camarada Guillermo Teillier, que fue presidente del Partido Comunista de Chile, artesano de la resistencia clandestina bajo la dictadura y enseguida de la reconstrucción de la democracia, y que hemos perdido en el mes de agosto pasado. Su combate vive hoy en un Partido más fuerte, rejuvenecido y feminizado, en orden de marcha, motor de las luchas emprendidas por el movimiento popular y de las políticas de transformación social que conducen el gobierno, el Parlamento, las colectividades.
La resistencia contra el golpe de Estado y por la democracia tuvo también una dimensión internacional. En todo el mundo un inmenso movimiento popular de denuncia y de solidaridad con les demócratas chilenos se alzó.
En Francia, el Partido Comunista Francés -junto con organizaciones ciudadanas, con sindicatos y partidos progresistas- ocupó el lugar que le correspondía en esa movilización. Las municipalidades dirigidas por comunistas estuvieron así en primera fila para acoger miles de refugiados que huían la represión, a menudo con sus familias. Hoy, con orgullo asumimos esa herencia frente a las políticas actuales que restringen el derecho de asilo et y se proponen repeler a las personas que huyen las persecuciones.
Por su profundidad, por el recuerdo que ha dejado, la Unidad Popular es parte del patrimonio vivo de todos los que, en todas partes, luchan por un mundo mejor. La Unida Popular nos deja enseñanzas para buscar las vías de la emancipación humana: la necesaria articulación entre justicia social y democracia; la importancia vital de defenderla contra todos sus enemigos; la indispensable implicación del mundo del trabajo y de una alianza mayoritaria y popular para apoyar las políticas de transformación social.
Como lo declaró Salvador Allende en su último discurso a la nación aquel 11 de septiembre de 1973: “La historia es nuestra, y la hacen los pueblos.” ¡Viva Salvador Allende! ¡Viva la Unidad Popular! ¡Viva la fraternidad entre los pueblos chileno y francés!