Un homenaje al fundador del Partido Comunista a 100 años de su muerte, trayendo a tiempo presente y reflexionando sobre uno de sus tantos escritos que a pesar de estar pronto a cumplir 115 años, goza de excelente salud. Un texto que habla de la desigualdad social, denunciando la profunda brecha entre ricos y pobres y evidenciando cómo la riqueza se concentraba en pocas manos mientras la mayoría de la población vivía en condiciones de pobreza y explotación. Luis Emilio Recabarren Recabarren le otorgaba a la institución judicial un muy especial lugar en la reproducción de la desigualdad. Subrayaba de manera contundente la importancia de la conciencia de clase como motor del cambio social.
Daniel Jadue. Arquitecto y Sociólogo. Santiago. 12/2024. El próximo 19 de diciembre se conmemorarán 100 años de la muerte de Luis Emilio Recabarren, uno de los fundadores del Partido Obrero Socialista[1], que años más tarde se convertiría en el Partido Comunista de Chile. Es por tanto una ocasión oportuna para homenajear su gran legado, muchas veces ignorado por la clase trabajadora a la cual le dedico su vida y obra. En esta ocasión me propongo homenajearlo trayendo a tiempo presente y reflexionando sobre uno de sus tantos escritos que a pesar de estar pronto a cumplir 115 años, goza de excelente salud, debido a su evidente vigencia y denodada actualidad. Es un texto que interpela de manera drástica las cuentas alegres que la clase dominante sacaba cuando se cumplían 100 años de la República. Cuentas alegres que se parecen bastante a las que hoy sacan los defensores del modelo neoliberal, tanto aquellos que lo impusieron de la mano de la dictadura civil-militar, como aquellos que durante las últimas cuatro décadas, se han dedicado a administrar el mismo. Advierto, eso sí, que en este caso cualquier semejanza con la realidad actual, lamentablemente, no es pura y simple coincidencia.
El texto en cuestión se titula “Ricos y Pobres” y nace de una conferencia dictada por Recabarren en una universidad, el 3 de mayo de 1910. En ella realiza una incisiva crítica social de la realidad chilena de la época, ofreciendo un diagnóstico crudo y profundamente desalentador de la situación moral, social e intelectual de la sociedad en la que vivía.
Su crítica más enconada iba dirigida a la desigualdad social imperante, denunciando la profunda brecha entre ricos y pobres y evidenciando cómo la riqueza se concentraba en pocas manos mientras la mayoría de la población vivía en condiciones de pobreza y explotación. Criticaba, por cierto, al sistema capitalista y sus efectos en la sociedad chilena, señalando cómo este sistema perpetuaba la desigualdad y la injusticia social. Dedicaba una parte importante de la conferencia a denunciar las condiciones laborales de los trabajadores, sometidos a largas jornadas laborales, bajos salarios y absoluta falta de derechos. Destacaba, además, la falta de oportunidades para la clase trabajadora y cómo el sistema educativo y social estaba diseñado también para perpetuar las desigualdades existentes. Planteaba, por lo mismo, la necesidad de una transformación radical en la forma como se organizaba la sociedad, con el objeto de construir una sociedad más justa y equitativa, en donde nadie se quedara atrás.
En su análisis, Recabarren le otorgaba a la institución judicial un muy especial lugar en la reproducción de la desigualdad. Para él, el sistema judicial de la época no era un instrumento neutral de justicia, como se pretendía, sino un mecanismo al servicio de los intereses de la clase dominante. Planteaba que tenía un fuerte sesgo en ese sentido y que estaba diseñado para favorecer a los ricos y poderosos, mediante la aplicación de leyes que favorecían claramente los intereses de la burguesía y los grandes terratenientes. Planteaba, como problema adicional, la falta de acceso a la justicia por parte de los sectores populares, que debido a su precaria situación económica y a la falta de educación, se veían imposibilitados de enfrentar los procesos en su contra, debido a los costos de los juicios, la complejidad de los procedimientos y la corrupción judicial que se constituían en barreras casi insuperables para los más desfavorecidos y para los enemigos declarados del sistema. Planteaba además que en lugar de garantizar la tan manoseada igualdad ante la ley, servía solamente para proteger los intereses de la clase dominante. Las leyes laborales, por ejemplo, eran notoriamente favorables a los empleadores y ofrecían escasa protección a los trabajadores. También aludía a lo que él llamaba carencia de independencia judicial, ya que los jueces no eran independientes porque estaban sujetos a presiones políticas y económicas, lo que comprometía la imparcialidad de la justicia y debilitaba el Estado de Derecho.
En resumen, Recabarren veía al sistema judicial como un instrumento de opresión, dominación y desigualdad, es decir, como parte fundamental del Estado como instrumento de dominación de clase, por lo que era selectiva y solo beneficiaba a aquellos que tenían el poder económico y político.
Debido a todo lo anterior, subrayaba de manera contundente la importancia de la conciencia de clase como motor del cambio social. Para el autor, la comprensión de la propia posición dentro de las estructuras de poder y la identificación de los intereses comunes con otros miembros de la misma clase, en oposición a los intereses de los dueños de los medios de producción, resultaban fundamentales para desafiar el statu quo y construir una sociedad más justa. Como elemento distintivo de la conciencia de clase, mencionaba en primer lugar el reconocimiento de la explotación como destino común de la clase trabajadora, seguida de la capacidad de darse cuenta del poder transformador de la realidad que la clase tenía, para satisfacer sus necesidades materiales e inmateriales.
A partir de lo anterior apuntaba la importancia de la unidad de las y los trabajadores y el desarrollo de mecanismos democráticos para la superación de las divisiones artificiales que al interior de la clase explotada se desarrollaban, normalmente fomentadas por la clase dominante, mediante el control de los medios de comunicación y la imposición de la ideología dominante, como mínimo común denominador del pensamiento de la época, oponiendo a ellas la organización, la unidad, la fraternidad y la solidaridad de clase como valores fundamentales. Solo estos elementos, planteaba el autor, podían derivar en procesos de lucha colectiva que lograran disputar el sentido común, mejorar sus condiciones de vida y transformar la sociedad, actuando como sujetos históricos, como protagonistas principales de su propia historia y no como simples mercancías del proceso productivo.
Pero Recabarren no solo denunciaba la desigualdad y la explotación, sino que también exploraba y desenmascaraba las estrategias que la clase dominante empleaba para mantener el statu quo, perpetuar la desigualdad, evitar la unidad de los trabajadores y el desarrollo de la conciencia de clase.
El primer elemento que destacaba en estos objetivos es imponer en la sociedad una ideología que justificara la desigualdad y promoviera la idea de que el sistema social existente es el más justo y equitativo posible. A través de los medios de comunicación de masas, la educación y la manipulación de la religión, se difundían ideas que individualizaban los problemas sociales y desviaban la atención de las causas estructurales de la explotación y la desigualdad, promoviendo la idea de que todos podían ascender socialmente a través del esfuerzo individual, desincentivando así la lucha colectiva y la búsqueda de cambios estructurales. También destacaba los permanentes esfuerzos de la clase dominante por dividir a los trabajadores a través de estrategias como el racismo, el sexismo y la xenofobia, fomentando la competencia entre diferentes grupos sociales y evitando que se unieran en una lucha común. Otra estrategia de la clase dominante que Recabarren apuntaba, era el permanente intento por cooptar y corromper a los líderes obreros, ofreciéndoles beneficios económicos o políticos a cambio de que traicionaran los intereses de sus representados.
Y cuando las estrategias anteriores no eran suficientes, la clase dominante recurría a la represión, a la criminalización de la protesta social y de las propuestas de transformación, desatando sobre ellas toda la violencia necesaria para silenciar las voces disidentes y mantener el control social.
En resumen, la clase dominante utilizaba una combinación de mecanismos ideológicos, políticos y económicos para mantener a los trabajadores en una situación de subordinación y evitar que desarrollaran la conciencia de clase. Estas estrategias, según el autor, buscaban perpetuar la explotación y la desigualdad para defender sus privilegios y la explotación de la que emergían. Para Recabarren, por último, la única forma de superar estas estrategias y construir una sociedad más justa es a través de la educación popular, la organización de los trabajadores y la lucha colectiva.
En síntesis, en “Ricos y Pobres»”, Recabarren, como uno de los principales líderes del movimiento obrero chileno, ofrecía una mirada crítica y comprometida con la lucha por la justicia social y mostraba cómo la desigualdad era producto de un sistema económico que beneficiaba a unos pocos en detrimento de las mayorías. Mostraba como los trabajadores eran explotados y sometidos a condiciones laborales injustas. Mostraba, además, cómo el Estado y el sistema judicial estaban al servicio de los intereses de la clase dominante y ante esta situación, proponía la unidad de la clase trabajadora, su organización y la lucha como única vía para superar la explotación y construir una sociedad más justa y equitativa.
Qué duda puede caber entonces sobre el rol que “Ricos y Pobres” jugó en la comprensión la realidad social de Chile a principios del siglo XX, y qué duda cabe que sigue ocupando un lugar de privilegio para comprender el Chile de hoy, ya que muchos de los problemas que denunciaba en su época, a pesar de todos los avances de los que disfruta sobre todo, la clase dominante, siguen estando presentes en la sociedad chilena y en otras partes del mundo y lamentablemente, como dije al inicio, cualquier parecido con la realidad actual no es simple coincidencia.