La actualización curricular no es solamente el motivo de una polémica entre los distintos actores políticos, académicos e institucionales involucrados. También lo es o debiera serlo, para las mismas comunidades educativas, conminadas a participar de este debate y de avanzar en su implementación, en su diseño y puesta en práctica en cada escuela y liceo; en cada sala de clases. Es, por consiguiente, una oportunidad para generar un amplio movimiento de masas de renovación pedagógica y educacional.
Hernán González. Profesor. Valparaíso. 31/7/2024. La actualización curricular impulsada por el Mineduc, plantea una serie de desafíos a las comunidades educativas y especialmente a los y las docentes. La escuela, como es reconocido por moros y cristianos, es un espacio donde se vive el conflicto dado el diverso origen social, étnico y hoy por hoy, nacional de quienes la conforman y es elaborado luego en las complejas formas de la cultura convencional, del conocimiento científico, las artes y las humanidades; en usos y costumbres cada vez más exigidos por transformaciones sociales, económicas, medioambientales y cambios tecnológicos que se suceden con una velocidad vertiginosa.
La actualización curricular, por esa razón, no es solamente el motivo de una polémica entre los distintos actores políticos, académicos e institucionales involucrados. También lo es o debiera serlo, para las mismas comunidades educativas, conminadas a participar de este debate y de avanzar en su implementación, en su diseño y puesta en práctica en cada escuela y liceo; en cada sala de clases. Es, por consiguiente, una oportunidad para generar un amplio movimiento de masas de renovación pedagógica y educacional.
Es precisamente a eso a lo que le teme la derecha; su temor inveterado a la participación del pueblo y su concepción paternalista y conservadora de la educación, han motivado el más absurdo galimatías para oponerse a ella. El hecho de que el Ministro a cargo del área sea un militante comunista, además, intensifica sus furores reaccionarios, interpretándola en forma antojadiza como una maniobra maquiavélica de manipulación cultural o en el mejor de los casos, como una pérdida de tiempo o un gustito ideológico.
La centralidad que adquieren el lenguaje y la ética; la consideración del territorio no como una condición determinante del aprendizaje sino como el lugar donde se origina y se realiza, obligan a las comunidades a inventar; a experimentar; integrar experiencias y debatirlas. No se trata, entonces, de una circunstancia para tomar en cuenta sino de su verdadero contenido. Fenómenos como las migraciones; el calentamiento global; el aumento de la pobreza; las novísimas tecnologías de la información y los resultados que ha tenido el desarrollo de la “sociedad de la información” -entre ellas la difusión de noticias falsas, discursos de odio y paradójicamente desinformación- en los últimos veinte años, las coloca en tensión y la actualización curricular, ante una oportunidad para cuestionarlos, pensar en ellos y al mismo tiempo, innovar tanto en contenidos como en formas de enseñar y aprender.
Los despropósitos implementados en los últimos veinticinco años, basados en la cobertura de contenidos y el cumplimiento de objetivos de aprendizaje, como si se tratara de una maratón, han tenido como resultado la burocratización de la docencia con su consecuente efecto de sobrecarga administrativa, stress laboral y agotamiento. Asimismo, la reducción de la educación al cumplimiento de estándares ha traído consigo su empobrecimiento, el de las experiencias que las comunidades tienen en las escuelas y el aumento de la conflictividad; y contrariamente a lo que suponían sus autores, un estrechamiento alarmante del conocimiento medido en las pruebas estandarizadas, ocasión para rasgar vestiduras, lanzar acusaciones, e implementar nuevos planes y mediciones que generalmente sobrecargan a las ya agobiadas comunidades.
El país está experimentando profundas transformaciones, imperceptibles a primera vista, pero que van a cambiar, que están cambiando su apariencia y también su cultura. Esos cambios provocan incertidumbre y ésta a su vez temor a lo desconocido, temor aprovechado por el fascismo para difundir su prédica reaccionaria; su discurso excluyente y discriminador de todo lo diferente –el inmigrante, la mujer; las diversidades sexuales y de género; los pobres, los que se organizan-. También para difundir sus típicos llamados al orden y la autoridad.
La escuela y el debate curricular, en cambio, un espacio para reflexionar acerca de ellos; para dialogar acerca de lo que somos y lo que queremos ser como sociedad. No el único ni el más importante probablemente, pero sí uno con capacidad de convocar y movilizar a muchos y muchas que se resisten a retroceder a niveles de consciencia de los derechos de los trabajadores; de la mujer; de la naturaleza, los pueblos originarios, la juventud y la comunidad LGBTQI+ del siglo XIX, que es hacia donde arrastra a la humanidad la crisis del neoliberalismo, la derecha y sus vástagos neofascistas.