La contradicción que cruza a nuestras sociedades es entre fascismo y antifascismo. No estamos frente a un grupo de deschavetados; de radicales de derecha o de fanáticos sin plan. La marcha de la ultraderecha es expresión del cambio de época y evidentemente, uno que además pone en peligro la sobrevivencia de la especie humana.
Hernán González Martínez. Profesor. Valparaíso. 2/2025. Los recientes acontecimientos de Argentina, demuestran la implacable marcha de la ultraderecha sobre la democracia. Gobernar por decreto; arbitrariedad en los actos de la administración; discursos de odio y rechazo de la diferencia; chovinismo superficial; favorecer a los grandes grupos económicos usando fraseología populista; destrucción de las conquistas sociales del pueblo argentino expresado en recortes a jubilaciones, salarios, presupuestos en salud, educación pública y cultura.
Un presidente tan histriónico como Mussolini, en versión tecno pop; una camarilla, entre esotérica y obscura, que incluye perros muertos, familiares y tarotistas. Son todas características propias de las sociedades en proceso de fascistización. Algo similar ocurre en los Estados Unidos, gobernados como dijo el actor Richard Gere, por un matón. En su caso, además, se suma otra característica propia de los fascismos clásicos que es su afán imperialista, que en este caso además va de la mano del crecimiento de los capitales de plataforma, cada vez más interesados en ser parte del complejo militar industrial. Un imperialismo tecnológico.
Hasta ahí, nada que no se pueda comprobar hojeando los diarios o viendo noticiarios de televisión o Internet. Convirtiendo, de pasada, el genocidio en espectáculo, de lo que Gaza es una dramática expresión, mezcla de fundamentalismo religioso con racismo y afanes expansionistas. De manera que este nuevo imperialismo va de la mano de la industria de las comunicaciones, la información y la entretención masiva. Algo similar a lo que percibió Walter Benjamin en las relaciones entre el cine, los espectáculos del deporte de masas y la reproducción de la imagen en los años treinta del siglo pasado, elevado a la millonésima potencia, lo que hace de su poder destructivo, algo mucho peor que los campos de exterminio del Tercer Reich.
Lo sorprendente es la candidez con la que dicho avance es visto y tolerado. Como se decía en la marcha del orgullo antifascista en Argentina, la contradicción que cruza a nuestras sociedades es entre fascismo y antifascismo. No estamos frente a un grupo de deschavetados; de radicales de derecha o de fanáticos sin plan. La marcha de la ultraderecha es expresión del cambio de época y evidentemente, uno que además pone en peligro la sobrevivencia de la especie humana.
La amenaza que implica este tipo de fascismo remasterizado para la libertad, la democracia y los derechos humanos es demasiado evidente como para pretender que se pueda resolver sin dar una lucha en su contra en todos los frentes. La paciencia que algunos le manifiestan, no es más que oportunismo y confianza en que éste es un eficiente recurso para resguardar los intereses de clase puestos en peligro durante el período de transición que media entre un neoliberalismo agónico y la construcción de una nueva sociedad. Este exceso de falso optimismo le abre las puertas de par en par; y de eso tiene la humanidad y América Latina, demasiados y hasta recientes ejemplos.
Al fascismo se lo debe denunciar y combatir. Europa, pese a la dramática experiencia de mediados del siglo XX, lo está experimentando; América Latina y los Estados Unidos también. Sólo la más amplia unidad y movilización de la sociedad civil podrá detenerlo. Quienes se sigan tratando de ubicar en una medianía imposible, van a ser superados por los acontecimientos, como de hecho ya está siendo. También los que crean que es una coyuntura superable sólo sobre la base de ingeniería electoral y el muñequeo en gabinetes ministeriales y negociaciones parlamentarias.