El segundo y tercer nivel de análisis tienen que ver precisamente con el impacto subregional y regional que en este caso me parece decisivo. De su involucramiento o no en los hechos, va a depender una definición estratégica del conflicto. Está visto que los palestinos por si solos no tienen capacidad para establecer una correlación de fuerza militar que rompa el equilibrio en su favor. Por otra parte, el sostén irrestricto de Israel por Estados Unidos y Europa define con meridiana claridad que este hecho sumado a la resistencia anticolonial que están manifestando los pueblos de África y los acontecimientos en Ucrania, permite afirmar sin ningún atisbo de duda que eso que el “Occidente colectivo” configura hoy un bloque nazi-sionista, imperialista y colonialista. Este es hoy el enemigo de la Humanidad.
Sergio Rodríguez Gelfenstein.(*). Caracas. 20/10/2023. La semana pasada esbozamos algunos elementos de estudio del conflicto palestino-israelí desde la perspectiva de su dimensión local y el manejo mediático que se hace a fin de generar matrices de opinión que oculten las verdaderas causas y responsables del mismo.
Es muy difícil escribir manteniendo la ecuanimidad cuando se asiste a un genocidio que el mundo se limita a observar porque los organismos internacionales, la ONU en primer lugar que fue creada para garantizar la paz en el planeta, manifiestan total inoperancia. Si había dudas acerca de ello, hoy se ha hecho público y evidente. Es imperativo que el mundo cambie y que surja un nuevo sistema internacional justo, equitativo y democrático. Los hechos son testigos de que aquello que se ha dado en llamar “Occidente colectivo” va a quedar fuera del mundo del futuro.
En este marco, y dando continuidad al examen, ahora se abordará un espectro un poco más amplio que expone otra arista del mismo, a saber las repercusiones subregionales y regionales de este suceso que ha movilizado al planeta entero y las influencias que ellas generan.
Antes, debo decir que no creo que -parafraseando a Saddam Hussein- sea esta “la madre de todas las batallas”. Me parece que los hechos iniciados el pasado 7 de octubre, son un “tanteo” para futuras operaciones de un nivel superior. Dicho en otras palabras, todo lo que ha ocurrido desde ese día de la semana pasada es parte de un combate para diseñar escenarios y hacer preparativos para la batalla final que será aquella en la que una coalición de países árabes y musulmanes, se propongan actuar unidos para derrotar a Israel, liberar a Palestina, recuperar Jerusalén oriental y las alturas del Golán.
Ese momento aún no ha llegado. Lo afirmó el canciller iraní Hosein Amir Abdolahian cuando dijo que “la resistencia decide sobre la hora cero para cualquier acción en caso de continuación de los crímenes de Israel contra Gaza”.
Desde mi punto de vista, aun no existen todas las condiciones para librar esa batalla, las mismas deben crearse en los cuatro niveles. De hecho, la operación “Diluvio de Al Aqsa” fue planificada, organizada y realizada en total secreto, al punto que no fue conocida ni siquiera por los aliados internos ni externos de Hamás. Siendo que esta causa es de todos los palestinos e incluso de todos los árabes y musulmanes, la misma no ha sido, ni de lejos, una acción de todas las fuerzas palestinas, tampoco del eje de la resistencia. Estas se han limitado a “felicitar” a Hamás, sin involucrarse en ella, sino hasta después de conocer el alcance de la misma.
Me da la impresión que en el nivel interno, las fuerzas palestinas no están unidas aun para enfrentar al enemigo común. Aunque en enero de 2022, cinco de ellas: Hamás, Al Fatah, el Frente Democrático de Liberación de Palestina (FDLP), el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) y la Yihad Islámica se reunieron en Argel buscando dirimir sus diferencias y unir fuerzas, el proceso iniciado no ha concluido. Unos meses más tarde, en octubre del año pasado, también en Argelia, fueron 14 las organizaciones palestinas que firmaron un acuerdo de reconciliación. Entre los puntos convenidos estaba la celebración de elecciones este año, lo cual no se ha concretado.
Israel, por su parte, ha apostado a la división de las fuerzas políticas palestinas. El trato hacia Cisjordania no ha sido el mismo que hacia Gaza. Sin ambages, en declaraciones que hubieran hecho sonrojar al propio Hitler, algunos líderes sionistas como el Primer Ministro Netanyahu ha dicho que se debe implementar un “asedio total” a Gaza o, que al menos sea “más pequeña cuando termine la guerra” como afirmó el ministro Gideon Saar. Así, puede observarse que en el mundo de hoy, los genocidios son informados de antemano a la opinión pública y transmitidos en vivo y en directo por la morbosa mediática internacional.
En la otra trinchera, el Estado de Israel intenta transmitir unidad frente al “enemigo común”. De hecho las fuerzas que llevan meses en la calle protestando contra el autoritarismo de Netanyahu han anunciado el cese de sus actividades. Esto ha sido aprovechado por el Primer Ministro sionista para llamar a la creación de un Gobierno de unidad nacional. Sin embargo, Yair Lapid, uno de los líderes de la oposición se ha negado a formar parte, aduciendo que no puede estar en el mismo bando con la ultra derecha. Aunque sea difícil de entender, en Israel, Netanyahu es considerado un político de la derecha moderada, que se ha visto obligado a hacer acuerdos con partidos de la extrema derecha y del partido sionista religioso ultra conservador a fin de construir una alianza de gobierno.
En otro plano, el mediático, el periódico Haaretz, cuarto en importancia del país, rompiendo la unidad comunicacional ha emitido editoriales con fuertes críticas a Netanyahu a quien responsabiliza de los actuales acontecimientos.
A futuro, estarán por verse las repercusiones que tendrán al interior de Israel el fracaso de sus servicios de Inteligencia, el bochorno de su Ejército incapaz de contener a las milicias palestinas y el impacto de miles de jóvenes que han abandonado el país en los últimos años muchos de los cuales lo hicieron para evitar servir en el ejército. La famosa unidad nacional ha quedado en entredicho dando la impresión de que costará restablecerla.
Hace exactamente un año, el 19 de octubre, en este mismo espacio escribí un artículo que titulé “Algo huele mal en Israel”. En él se hacía referencia a las declaraciones del mayor general Uri Gordin nuevo jefe del Comando Norte del Ejército israelí, quien un mes antes había alertado en el sentido de que Hezbollah podría disparar hasta 4.000 misiles contra Israel en los primeros días de un potencial conflicto bélico que podría desatarse. Según el alto jefe militar esto significa unas 10 veces más que los utilizados en la guerra de 2006 y aseguró que la organización libanesa podía ir incrementando la cifra a razón de 1.500 a 2.000 diarios.
Intentando matizar la información, Gordin afirmó que “el número de misiles de alta precisión de Hezbollah es relativamente pequeño, pero son suficientes para que instalaciones estratégicas civiles y militares, así como altos líderes del país estén entre los blancos a atacar”. Agregando preocupación a su análisis, opinó que “Israel no está preparado para interceptar tal cantidad de misiles por los que el número de víctimas podría ser muy alto”. Señaló que las ciudades de Haifa y Tiberíades estarían entre los objetivos de Hezbollah.
He ahí la realidad, Israel no esperaba el golpe desde el sur sino desde el norte y aunque previó el potencial del impacto misilístico, aquello que hace un año era una hipótesis, hoy se hizo realidad con los resultados observados. La conclusión es clara: Israel no tiene capacidad para enfrentar simultáneamente a las organizaciones palestinas, al Hezbollah libanés, al Ejército sirio, a los más de 30 mil combatientes iraquíes de la resistencia que se pusieron en alerta de combate el 7 de octubre, a la gran capacidad coheteril de Yemen, al gigantesco potencial militar de Irán, por no hablar de los 2 millones de palestinos que viven en Jordania y el fervor patriótico de millones de árabes y palestinos en Asia Occidental y en todo el mundo.
Ni siquiera con el apoyo de Europa y de Estados Unidos, Israel podrá resistir una avalancha de esa magnitud. Es lo que quiere evitar Biden. Por eso viajó a Israel, después que durante la semana pasada su secretario de Estado, Anthony Blinken, viajara infructuosamente dos veces a Tel Aviv. Vale decir que Israel, al igual que Ucrania, basa su capacidad de combatir en el apoyo de Occidente, en particular el de Estados Unidos. Lo dijo abiertamente el contraalmirante Daniel Hagari, portavoz del Ejército de Israel: “Si Hezbolá se atreve a ponernos a prueba, la respuesta será mortal. Estados Unidos nos presta todo su apoyo”. Lo reiteró el Presidente Joe Biden cuando desde Tel Aviv anunciara que Washington apoyará a la entidad sionista “hoy, mañana y siempre”. Todo eso, un día después del ataque al hospital en Gaza que dejó centenares de muertos.
Ese apoyo también ha significado tres vetos estadounidenses a resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Una de ellas, propuesta por Brasil, aunque bastante tibia, convocaba a hacer “pausas humanitarias” en medio del genocidio de Gaza. Las otras dos, en forma de enmiendas, fueron propuestas por Rusia. En la primera de ellas se “condenaban los bombardeos indiscriminados” mientras que la segunda instaba “a un alto al fuego inmediato, estable y plenamente respetado”. Una vez más Estados Unidos favoreció el terrorismo mientras que la ONU mostró su incapacidad para evitarlo.
El segundo y tercer nivel de análisis tienen que ver precisamente con el impacto subregional y regional que en este caso me parece decisivo. De su involucramiento o no en los hechos, va a depender una definición estratégica del conflicto. Está visto que los palestinos por si solos no tienen capacidad para establecer una correlación de fuerza militar que rompa el equilibrio en su favor. Si algo ha potenciado la lucha del pueblo palestino ha sido la fortaleza y la evolución de la capacidad combativa del eje de la resistencia liderado por Irán.
Por otra parte, el sostén irrestricto de Israel por Estados Unidos y Europa define con meridiana claridad que este hecho sumado a la resistencia anticolonial que están manifestando los pueblos de África y los acontecimientos en Ucrania, permite afirmar sin ningún atisbo de duda que eso que el “Occidente colectivo” configura hoy un bloque nazi-sionista, imperialista y colonialista. Este es hoy el enemigo de la Humanidad.
La construcción de correlaciones de fuerza para enfrentar los conflictos del presente y del futuro deberán ubicar a este bloque como el enemigo principal de los pueblos, el enemigo de la Humanidad.
En esta situación, el quiebre del equilibrio estratégico solo se producirá a favor del pueblo palestino, si se consigue el involucramiento -en primera instancia- del eje de la resistencia y en un segundo plano de todo el mundo árabe y musulmán. Eso aún no se ha logrado.
Al contrario, Estados Unidos había obtenido algunos éxitos en este sentido al impulsar un reconocimiento de Israel por parte de algunos países árabes tras la firma en septiembre de 2020 de los Acuerdos de Abraham” entre Tel Aviv y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, al que posteriormente se incorporaron Sudán y Marruecos.
Así mismo, las negociaciones entre Arabia Saudí e Israel para el establecimiento de relaciones se encontraban bastante avanzadas. La operación “Diluvio de Al Aqsa” paralizó estos convenios. Ahora se trata de saber si será de forma transitoria o definitiva.
Todo el desarrollo de esta ecuación influirá en el camino futuro del pueblo palestino. No obstante, debe tenerse en cuenta que la definición no estará ajena de los cambios trascedentes que se están produciendo en el escenario internacional. Por ello, habrá que analizarlos en su relación con Palestina.
(*)Sergio Rodríguez Gelfenstein. Licenciado y magíster en Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela. Investigador del Centro de Estudios Sociales y Políticos de América Latina de la Universidad de los Andes (Venezuela).