Crónica N° 14.
Miguel Lawner (*). Santiago. 22/5/2023. Asumí la responsabilidad como Director Ejecutivo de la CORMU el 19 de noviembre de 1970, ingresando a mi oficina alrededor de las 16,00 hrs. No habían transcurrido 10 minutos, cuando mi secretaria me comunica que una delegación de dirigentes sindicales del Parque Metropolitano deseaba reunirse conmigo. Ingresaron unas 6 personas, quienes me invitaron a participar en una asamblea de los trabajadores del Parque, que tenía lugar en esos mismos momentos. Agregaron que me estaban esperando.
Acepté, naturalmente sorprendido de este inesperado comienzo de mi mandato y nos trasladamos de inmediato a un local sindical situado en calle Domínica, muy próximo a la entrada principal del cerro San Cristóbal. Al ingresar a una sala congregando unas 300 personas, hacía uso de la palabra el dirigente sindical de la ANEF, Tucapel Jiménez, vilmente asesinado por la dictadura como ya sabemos. Jiménez suspendió su discurso al verme entrar y apuntándome con el dedo índice manifestó lo siguiente: “Así me gusta ver a los ejecutivos del nuevo gobierno. De cara frente a los trabajadores. Adelante compañero, esperamos sus primeras palabras”.
Así fue mi estreno en un cargo de Gobierno. No llevaba una hora en mis nuevas funciones y ya estaba enfrentado a una asamblea sindical. Ni siquiera estaba seguro de que el Parque Metropolitano dependiera de la CORMU y me vi obligado a improvisar algunas palabras.
En seguida, los dirigentes sindicales me plantearon que tenían programada una visita por algunos lugares del cerro, a fin de interiorizarme de sus principales aspiraciones. Se inició así una pintoresca caravana, con funcionarios del cerro colmando tractores, rastras, camionetas, algunos corriendo o a caballo. Tras diversas paradas, el recorrido culminó en el cerro Chacarillas () donde nos detuvimos al costado de un gran estanque de hormigón, vacío, en forma de ameba, que según los trabajadores había sido diseñado a fin de acumular agua destinada a mejorar el regadío del cerro, pero que permanecía sin uso desde su construcción, algunos años atrás…
La propuesta de ellos era destinar dicho estanque a una piscina popular, teniendo presente que el valor de las entradas a la piscina Tupahue la hacía inaccesible a la gente modesta.
La idea me pareció estupenda y efectivamente al día siguiente convinimos un acuerdo con el Departamento de Diseño Ambiental de la Facultad de Arquitectura de la U. de Chile, asumiendo el proyecto de la piscina el colega Carlos Martner. A su vez, un ingeniero de origen holandés, funcionario del Departamento Técnico de CORMU, manifestó que él podía definir los requisitos como filtros, bombas y demás accesorios técnicos, necesarios para el funcionamiento de una piscina.
Acordamos realizar la obra en dos etapas. Una, inmediata, destinada a hacer funcionar la piscina lo antes posible, para lo cual se adquirieron filtros y las bombas de agua necesarias. Trajimos carrocerías de buses en desuso, que se habilitaron como camarines, baños y oficinas, todo lo cual permitió concluir estas faenas preliminares, a fines de enero de 1971, apenas 2 meses después de nuestro primer día como ejecutivo de la CORMU.
La inauguración de la piscina fue apoteósica. Su atracción superó cualquier estimación previa. Resultaba impresionante ver a enjambres de niños trepando el cerro desde Conchalí, para llegar a sumergirse en las aguas de la piscina tal como venían vestidos. Fue necesario educarlos en ese sentido: habituarlos a ducharse antes de entrar a la piscina y a usar trajes de baño, para lo cual debimos organizar un sistema de arriendo, dado que se trataba de una prenda desconocida entonces en el vestuario popular.
Martner aprovechó la existencia de una roca para proyectar el ingreso del agua en forma de cascada. La piscina se calculó con una capacidad para 2.000 personas, zonificada en un sector para adultos y otro para niños.
Este proyecto fue el punto de partida del Departamento de Parques y Jardines de CORMU, al cual se integraron además de Martner, distinguidos profesionales como Raúl Bulnes, Myriam Beach, Virginia Plubins, quienes tendrían su consagración en 1972, con la remodelación del Parque Cousiño, que desde entonces tomó el nombre de Parque O’Higgins.
El proyecto definitivo de la piscina Chacarillas, comenzó a elaborarse de inmediato. Una publicación en la revista AUCA de agosto de 1971, lo ilustra bastante bien.
Se amplió la zona de picnic en forma de terrazas escalonadas, sacando partido a la pendiente del cerro. Se diseñó un mirador teniendo presente la espléndida vista en casi 360º que disfruta el lugar y se proyectó un restaurante, todo lo cual no representó un aumento en el valor de la entrada. Siguió siendo un centro de esparcimiento popular hasta el golpe militar.
Si se busca hoy información sobre esta obra en Internet el portal de Plataforma Urbana señala textualmente, que se trata de una “piscina pública de 92 metros de largo por 25 de ancho, que fue inaugurada el 28 de diciembre de 1976”.
Es increíble que, hasta el día de hoy, instituciones tan prestigiosas como Plataforma Urbana, puedan repetir semejante impostura.
Al respecto, la arquitecta Pía Montealegre escribió lo siguiente en su tesis de título, presentada en 2010. ( ) “Chacarillas es reinaugurada el 28 de diciembre de 1976 por la dictadura, cambiando su nombre a Antilén y fijando una tarifa de entrada similar a la de Tupahue. El 9 de Julio de 1977 el lugar es escenario de una emblemática ceremonia de estética fascista encabezada por Augusto Pinochet. En ella, 77 jóvenes -representando a los 77 héroes juveniles de La Concepción- son premiados por el régimen. La ceremonia y la generación que se identifica con el grupo de los 77, termina por apropiarse el nombre Chacarillas. Irónicamente, a veinte años de retornada la democracia e incluso bajo la administración de presidencias socialistas, la entrada de Antilén, es más cara que la de Tupahue”.
El éxito de la piscina Chacarillas durante los tres años de nuestro gobierno fue espectacular. Se hizo necesario controlar el ingreso durante los fines de semana. Fue frecuente la afirmación de quienes concurrían, que, por primera vez en sus vidas, habían podido disfrutar de un beneficio tan elemental como el derecho a una piscina.
Al término de nuestro mandato, estaban virtualmente terminadas las obras definitivas de camarines y otros servicios, todos diseñados magistralmente por nuestro amigo y compañero de estudios, el arquitecto Carlos Martner, fallecido unos años atrás.
Quizás, con motivo de conmemorar los 50 años del golpe civil-militar de 1973, sería una buena idea efectuar una ceremonia, a fin de restituir el nombre original de la piscina y colocar una placa honrando la memoria de sus autores. Idealmente, sería notable, que se resolviera disminuir el precio de la entrada a fin de recuperar también, su carácter popular. ¿Por qué no? ¿Seremos capaces de sustraernos del principio mercantil introducido por los Chicago Boys, imperante hasta hoy, por el cual toda actividad debe autofinanciarse, no importa si sus propósitos son tan nobles como facilitar el derecho al esparcimiento a los sectores populares?
Interesante desafío. ¿No les parece?
(*)Miguel Lawner. Premio Nacional de Arquitectura, fue director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) en el Gobierno de Salvador Allende, académico en universidades chilenas y del extranjero.