La paz y el Nobel como reality show

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“Con nombres torcidos para predisponernos a la aceptación pasiva de la intervención militar y la banalización de la paz, la confusión de la verdad y la imposición de la mentira, los mentores de una era moribunda despliegan sus últimos recursos para acentuar la colonización informativa de la población del que siguen considerando su “patio trasero”, nuevamente ‘en nombre de la democracia, la libertad y la paz’, como lo han hecho en el genocidio en Palestina”.

Claudio De Negri. Periodista. Santiago. 20/10/2025. Las palabras y los nombres, cuando son utilizados en favor del engaño, extravían su esencia para ocultar la realidad. La invocación de conceptos como la libertad, la democracia o la paz, indistintamente mencionados por unos y otros aunque con sentido opuesto, se hace más frecuente en estos días, cuando el rumbo de la humanidad está en juego.

Es el caso del otorgamiento del Nobel de la Paz a la venezolana María Corina Machado. El ingeniero y escritor sueco Alfred Nobel (1833-1896), inventor de la dinamita y fabricante de cañones y armamento, para redimir su vida legó todos sus bienes a la creación de una fundación inspirada en la promoción de la paz, que desde 1900 lleva su nombre. La entrega del galardón se radicó en Noruega y lo decide un comité de cinco miembros, designados por el Parlamento de ese país.

Así, en minutos la audiencia occidental se vio invadida por “la buena nueva” de la depositaria de la distinción presentada en nombre de una causa tan noble, universal y profundamente humana como la paz, pero contrariamente otorgada a una activista conocida por su sostenida invocación a una intervención militar de EE.UU u otra potencia adscrita al capitalismo neoliberal que ella defiende, con el fin de provocar un cambio de régimen de su propio país. No fue un episodio puntual o aislado, porque acto seguido Donald Trump anunciaba públicamente su orden para que la Central de Inteligencia Americana, la conocida CIA, iniciara su labor conspirativa de desestabilización desde el interior de un país extranjero, contraviniendo el derecho internacional como lo hizo en Chile contra el gobierno de Salvador Allende.

Una vez más el poderío imperial, a través de un puñado de sus representantes, establece un relato que dictamina a los pueblos sobre lo que está bien y lo que está mal, y lo hace con los marines de la flota naval norteamericana instalada en el Mar Caribe, frente a las costas de Venezuela  y en parte del Pacífico, además con proximidad al Golfo de México, Cuba, Colombia, Panamá, Honduras, Nicaragua y Guatemala, países con los que mantienen cuentas pendientes y ante los cuales intensifican la presión de su amenaza. Su propia prensa anuncia el emplazamiento junto a los ocho buques de guerra de Estados Unidos (que incluyen un submarino nuclear y un portaviones), de otras embarcaciones de la marina de guerra francesa, en una acción inseparable con el llamado de la premiada por los jueces de Oslo. 

Con nombres torcidos para predisponernos a la aceptación pasiva de la intervención militar y la banalización de la paz, la confusión de la verdad y la imposición de la mentira, los mentores de una era moribunda despliegan sus últimos recursos para acentuar la colonización informativa de la población del que siguen considerando su “patio trasero”, nuevamente “en nombre de la democracia, la libertad y la paz”, como lo han hecho en el genocidio en Palestina.

La CIA y sus agencias aliadas operan para reducir la situación a la frivolidad de un reality show. Retejen paso a paso la leyenda de los centuriones que se despliegan por el mundo en nombre de esos valores, declaran que “se ven en la obligación” de hundir impunemente lanchas con tripulantes de los que aún no se sabe siquiera su nombre ni se conoce prueba alguna de su supuesto delito, aunque es presentada al mundo como gran hazaña del combate al narcotráfico. Antes lo hicieron con el ataque contra Irak, basado en el pretexto de que estarían desarrollando armas de destrucción masiva, aunque más tarde se demostró su absoluta falsedad y que la matanza se había perpetrado en base a un pretexto falso. Émulos de la guerra para castigar a los infieles al reino emprendida por los caballeros templarios en Las Cruzadas en la Edad Media, ahora intentan disciplinar por la fuerza a quienes se contraponen a los postulados de su imperio. No debiera ser difícil de comprenderlo para los chilenos luego del golpe de Estado de 1973, también dirigido desde EE.UU. en nombre de “la recuperación de la libertad y la democracia”.

La lógica geopolítica de la Casa Blanca, ya padecida durante décadas por toda nuestra región, ha vuelto a la carga y lo hace sin dejar a nadie ni nada al margen. El bloqueo sostenido contra Cuba, la disputa por el Canal de Panamá, la anexión de Puerto Rico, las dictaduras y la asociación criminal del Plan Cóndor en los países del Cono Sur, el financiamiento de “la Contra” en Nicaragua o los paramilitares en Colombia, entre otros casos dramáticos, ahora normalizados mediante los low fare y las fake news dan un nuevo paso de alcance continental, que actualiza la doctrina Monroe y su eslogan “América para los americanos” -donde por cierto “los americanos” sólo son ellos- y es asimilada por un delirante Trump en su “Make American Great Again” (“Haz a EE. UU. grande otra vez”). Sus andanzas, que incluyen las pretensiones de control sobre Palestina, el Medio Oriente y el Ártico, también fijan la mirada hacia la Antártida. En agosto pasado el jefe del Comando Sur del Pentágono aún en funciones, Almirante Alvin Hosley, ante un seminario de jefes militares de los países de la región anunció que el canal Beagle y el Estrecho de Magallanes son de importancia estratégica “para la seguridad de América” y está en curso la instalación de una base militar en la argentina Ushuaya.

El horizonte para Trump y sus aliados es su carrera contra China y la codicia por el petróleo venezolano. No queda nadie al margen de esta disputa global y no dan puntada sin hilo. Pese a su aparente dispersión y conducta errática, su objetivo central de recuperar el control perdido se mantiene en el centro y juegan su última carta: la amenaza y el uso de la fuerza.

Trump y su sombrío entorno conformado por los círculos del tecnócrata multimillonario Elon Musk, el sector más conservador de los republicanos y el grupo MAGA, pese a sus conflictos internos de interés se unen en torno a su propósito común de mantener el control del botín de la globalización neoliberal.

Su obsesión no les da espacio para asumir que el tiempo en que controlaban unilateralmente el mundo e imponían su pensamiento único ya pasó; que sus acciones los arrastran al aislamiento y a su propia descomposición interna, aunque no por ello resultan menos peligrosos, pues actúan como bestia herida, y las consecuencias las pagamos todos.

La premiación de María Corina Machado dividió aún más al planeta y confirmó la crisis del pretendido prestigio democrático del denominado mundo occidental, construido a la medida de sus grandes potencias. Baste mencionar que, a través de su existencia, el galardón ha sido entregado en 20 ocasiones a ciudadanos estadounidenses, 19 del Reino Unido, 12 de Francia y solo a 4 de Sudamérica, con Machado entre ellos.

Una reacción especialmente contundente surgió desde los BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los que se han sumado otros países que también consideraron la premiación como una burla al concepto de paz.

Las reacciones fueron inmediatas en todo el bloque y denunciaron la crisis moral del Nobel. El presidente ruso Vladimir Putin sentenció que el galardón ya no simboliza la paz sino la obediencia a occidente; China acusó a los países de occidente de haberse apropiado de la moral mundial como si la paz tuviera bandera; India calificó al premio como un acto de propaganda y Brasil habló de una manipulación ideológica disfrazada de reconocimiento humanitario. 

El BRICS considera muerto al Nobel de la Paz y acusa su utilización con propósitos precisamente contrapuestos, y no fueron pocos quienes lo calificaron de “una vergüenza” para nuestra región, en momentos en que se encuentra bajo amenaza de una intervención militar de proyección expansiva. En los países del sur global la noticia fue recibida con ironía o indignación. 

Los mentores ocultos tras el parcial jurado de Oslo no dan cuenta de haber considerado que el mundo ya no responde del mismo modo ante las maniobras de antaño y está convulsionado por el genocidio en Gaza, la crisis económica global, las imposiciones arancelarias unilaterales de Trump, la caída de dólar y la incertidumbre de las bolsas, las inequidades del comercio internacional, el sostenido incremento de la desigualdad del neoliberalismo, el avance de la crisis ambiental y las aventuras bélicas. Ya las palabras paz y democracia no significan lo mismo para todos y la presencia del BRICS ha conformado un nuevo escenario.

Los países de Europa Occidental, cruzados por el incierto rumbo de su tradicional alianza con la Casa Blanca que por más de un siglo les permitió imponer al mundo el monopolio de una suerte de moral universal, se han visto confrontados por primera vez desde la guerra fría con un bloque económico, político, militar y mediático que postula un ordenamiento mundial diferente en torno a los BRICS.

Las luces de alerta están encendidas.