El estremecedor caso de la menor de 6 años, víctima de uniformados que dispararon a vecinas y vecinos en una plaza pública de Santiago el 18 de septiembre de 1973. Hasta hoy el crimen sigue impune. El impactante relato de su hermana y la inauguración de un monolito en homenaje a Alicia.
Ana María Olivares. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 20/10/2024. El domingo 13 de octubre se inauguró un emotivo monolito en mosaico en la Plaza Panamá de Santiago que, por ambas caras, muestra la imagen de Alicia Aguilar, una niña de seis años. Este tributo fue realizado por la agrupación Mujeres por la Memoria con el apoyo de la Municipalidad de Santiago. La obra fue creada en memoria de Alicia, asesinada por militares el 18 de septiembre de 1973 mientras jugaba en esa misma plaza.
María Cecilia Aguilar, hermana de Alicia y también miembro de la agrupación, participó en la creación del monolito, pegando los últimos trozos de cerámica. “Sentí que estaba jugando con mi hermana. Escoger cada trozo de cerámica, los colores…fue como si estuviéramos juntas de nuevo”, comentó.
María Cecilia era un año y algo mayor que Alicia Marcela. Vivían a unas cuadras de la Plaza Panamá donde ambas crecieron muy unidas. “Siempre andábamos juntas. Ella era más despierta y juguetona, corría, se subía a los árboles y ayudaba a mi papá con sus herramientas de mecánico; aunque era menor que yo, me defendía de otros niños; yo era más tímida y retraída”, recuerda María Cecilia.
El 11 de septiembre de 1973 el caos llegó a su pasaje. “Nos mandaron a la segunda pieza y nos prohibieron salir a la que daba a la calle. Alicia se quedó dormida y yo, aprovechando, subí al techo. Desde allí vi cómo bombardeaban La Moneda. Lo observaba como si fuera una película, pensando que todo eso ocurría en otro país, lejos de nosotros”. Pero los días siguientes trajeron más incertidumbre y miedo. “El toque de queda, los apagones y el ruido de los disparos eran constantes” rememora María Cecilia.
A la semana llegaron las Fiestas Patrias y la Junta Militar anunció con el Bando N°10 el “libre tránsito entre las 7 y las 20 horas del día 18 de septiembre dentro de las restricciones de la Zona de Estado de Sitio”. Felices por el anuncio, se prepararon para salir a primera hora a ver a la familia materna.
“Nos fuimos temprano a Macul, a la casa de mis abuelos en Pedro de Valdivia con Camino Agrícola. Jugamos con mis primos en el patio, con los árboles frutales y el parrón. A Alicia y a mí nos vestían iguales; ese día llevábamos puesto una blusa blanca, chaleco naranja y pantalones rojos de paño. Alicia llevaba unos zapatos cafés que a mí me encantaban”. Tras desayunar y pasar la mañana en familia, volvieron a casa.
Mientras la familia volvía y pasaba por la Plaza de Armas, cerca de su barrio, en Cumming con Alameda, la vigilancia militar se extremaba. Temiendo una emboscada de grupos izquierdistas, la Junta Militar cambió el espacio para realizar el tradicional Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias desde la Catedral de Santiago a la Iglesia de la Gratitud Nacional.
A la misa la llamaron Asamblea Litúrgica y hubo representantes de distintas iglesias, pero encabezada por el Cardenal Raúl Silva Henríquez quien llamó a orar por los caídos. Al final de esa liturgia Chas Gerretsen, fotógrafo holandés, tomó la icónica foto de la Junta donde aparece Pinochet sentado, con los brazos cruzados y lentes oscuros.
Antes que el toque de queda comenzara, la madre de las niñas sugirió al padre que fueran a la plaza a jugar mientras quedaba tiempo. Eran poco más de las 16 horas y la plaza Panamá estaba llena de familias y vecinos. “Mi papá tenía muchas amistades porque pertenecía a un club deportivo. Nosotras jugábamos mientras los adultos conversaban”, relata María Cecilia.
Sin embargo, la tranquilidad duró poco. “De repente escuché gritos y cuando miré hacia atrás, vi dos camiones militares que entraban disparando. Agarré del brazo a Alicia y corrimos, pero la multitud nos aplastó y la perdí de vista. Mientras seguía vi aparecer otro camión militar que entró por calle Delfina disparando, llevaban un pañuelo en el brazo. Me escondí detrás de una camioneta amarilla junto con otra persona y luego corrí hacia un pasaje. Allí una mujer me entró a su casa y me escondió en un ropero. Dijo que no hiciera ruido o los militares nos iban a matar”.
Desde su escondite, María Cecilia escuchaba los disparos y el caos. Cuando se hizo de noche sintió miedo hasta que escuchó un silbido familiar, era su padre. La mujer que la había ocultado la dejó salir, no sin antes verificar que el hombre era su padre. Al salir lo vio con los brazos en alto y un trapo blanco atado a las muñecas, con un militar que lo apuntaba con su arma.
“Mi papá le dijo ‘señor ya encontré a mi hija, ¿me puedo ir a mi casa? Ahora tengo que buscar a mi otra hija, porque son dos’ y bajó los brazos como para tomarme. El militar le pegó por la espalda o en el estómago, no sé, la cuestión es que mi papá se dobló y el soldado con garabatos le dijo que no lo había autorizado a bajar los brazos”.
Entonces, apuntó a María Cecilia y le ordenó correr advirtiéndole que, si llegaba a verla a los 30 segundos, la mataría. “Corrí sin mirar atrás, solo escuchaba cómo contaba. Entré en el pasaje justo antes de que llegara a 30 y solo escuché un disparo. Llegué a la casa y mi mamá, al verme sóla, me preguntó desesperada por Alicia y por mi papá. No quise contarle que había visto a mi papá”.
Su padre llegó a casa de madrugada, golpeado y cubierto de sangre. Relató que lo habían llevado junto con otros hombres al Puente Bulnes, donde los obligaron a deshacerse de cadáveres. Un vecino llegó poco después para informar que Alicia estaba en el Hospital San Borja, herida pero estable. Al día siguiente, la familia fue al hospital con ropa limpia para Alicia.
Al preguntar por ella, una funcionaria revisó los registros. “Aquí está Alicia Marcela Aguilar Carvajal, pero esta niña falleció anoche por impacto de bala y por órdenes superiores no se entregan los cuerpos que fallecen por impacto de bala. Como si nada cerró el libro, se entró y cerró la puerta”, su madre gritó y María Cecilia recuerda a sus padres llorando devastados.
Gracias a una vecina con contactos, lograron que les entregaran el cuerpo. Aunque las órdenes eran velarla a puerta cerrada, toda la comunidad acompañó a la familia pero “yo me sentía sola y ajena a todo, como si nadie me conociera. Lo único que me hizo sentir mejor fue estar junto a su ataúd, acariciándolo, era suavecito. El olor a flores blancas, especialmente jazmines, se me quedó grabado. Hoy tengo un jardín lleno de flores blancas para sentir cerca a mi hermana”.
En octubre del 73 María Cecilia volvió a la escuela. Aunque todos sabían lo ocurrido, nadie se acercó a ofrecerle consuelo. Incluso un vecino la culpó directamente por la muerte de Alicia por no haberla sujetado. “Yo nunca respondí. Me sentía muy culpable y abandonada. Mi papá dejó de hablarme después de la muerte de Alicia. Vivíamos en la misma casa, pero se comunicaba conmigo a través de mi mamá. Nunca más me dirigió la palabra y tampoco nunca más se habló del tema”.
La vida de María Cecilia fue marcada por el miedo constante. Ver a un militar le provocaba un terror incontrolable, a tal punto que una vez, cuando vio uno en una micro, se orinó del miedo. Décadas después, Silvana Valpreda, una integrante de Mujeres por la Memoria, la buscó para reconstruir la historia de Alicia. Al principio, María Cecilia tuvo miedo de responder, pero su hijo la animó a hacerlo. Esa primera reunión con Silvana fue una experiencia sanadora. “Fue como destapar una olla a presión. Por primera vez, pude dormir tranquila”.
Nunca se supo quién mató a Alicia Marcela, nunca se supo por qué los militares entraron a rodear la plaza disparando a la gente. Ninguno de los vecinos que estuvieron en el lugar ha querido hablar por miedo a represalias. Algunos indicios señalan que pudo ser el Regimiento Yungay de San Felipe, que ocuparon el Internado Nacional Barros Arana durante ese mes para apoyar el golpe de Estado y usaban un pañuelo naranjo en el brazo, dejando a su paso innumerables muertos y torturados. Hasta hoy este caso no ha sido investigado por la justicia.