Isla Dawson: A 50 años del cautiverio más austral del mundo

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Crónica viva de la visita de expresos políticos y sus familiares al campo de concentración. Testimonios vivos de aquel episodio grabado en la memoria de lo que fueron consecuencias del golpe de Estado contra el Gobierno del Presidente Salvador Allende. Cerca de 800 prisioneros políticos pasaron por este centro de tortura y detención que fue construido sólo con este fin. Acá llegaron tras el golpe de Estado los dirigentes políticos más importantes del Gobierno de la Unidad Popular y junto con ellos los presos políticos de la región de Magallanes. Cincuenta años después acompañamos a las víctimas y sus familias en el recorrido donde se colocaron placas conmemorativas y se efectuaron actividades de encuentro y reflexión.

Ana María Olivares. Periodista. “El Siglo”. Punta Arenas. 6/2023. Oscar Briceño Lizama llegó el 21 de diciembre de 1973 desde Punta Arenas a Isla Dawson. Eran unos 400 presos políticos de distintos lugares de la región y no sabían dónde estaban. Habían viajado varias horas en barco. Ya no estaban vendados y en camiones de la Armada recorrieron unos 15 kilómetros por paisajes deshabitados. Bajaron a lo que parecía ser una hondonada, había una pequeña playa. El frío y el viento eran gélidos y sólo traían lo puesto más algunas frazadas que sus familiares les llevaron a sus anteriores lugares de encierro

Casi 50 años después, nuevamente sin amanecer aun viajamos en cuatro buques de la Armada de Chile para volver a Isla Dawson. Con abrazos apretados, ojos humedecidos y el corazón acelerado es como se vive el reencuentro de los exprisioneros. Presentan a sus familiares que los acompañan, se ríen sólo de verse. Muchos no se han visto en décadas, todos están ansiosos y sin dormir mucho pensando en el viaje. El traslado de más de tres horas se hace corto, todos conversan y se ponen al día, intercambian información de otros “Dawsonianos”, como se denominan ellos. 

Atracamos en Puerto Harris y los pasajeros bajan poco después del amanecer de Magallanes, son pasadas las diez de la mañana. El puerto es más moderno ahora, pero el paisaje es familiar, mucho coirón, viento frío y cipreses. Nos subimos a los minibuses y rehacemos el camino de ida, vamos al lugar donde estuvieron las barracas cercadas con alambres de púa que tanto les recordaban los campos de concentración nazi que alguna vez vieron en las películas de la Segunda Guerra Mundial. 

Comentan que han crecido los árboles, ellos habían cortado muchos durante los trabajos forzados cuando tuvieron que hacer puentes y arreglos en la Isla. También los cortaron para hacer sus primeras camas, con troncos armaron el “catre” y con el ramaje simularon un colchón, una manta encima y a dormir cansados, atentos a la puerta que se abría cada vez que llevaban a alguno para torturarlo.

De pronto se ve el mar, la pequeña playa. Algunos ríen recordando que a ese lugar llegarían los rusos a rescatarlos con submarinos, recordando la paranoia de los marinos que vigilaban atentamente el lugar. Los buses se detienen y bajamos. Con la voz algo quebrada, Oscar reflexiona mirando el paisaje: “Es una emoción muy profunda, pienso especialmente en la humanidad que tenía cada uno de los compañeros, la ayuda de cada uno, de los consejos que nos daban. Lamento enormemente que algunos no puedan estar acá”. Respira hondo y apunta que “trato siempre de recordar lo bueno de ellos, la hermandad que hicimos, y no recordar lo malo, pero lo que no puedo perdonar es cómo pudieron (los marinos) ser tan crueles…es tan fácil ser buena persona, ser empático y solidario… Hoy me preocupa que la situación no mejore en ese aspecto”.

Subimos por las lomas y no hay barracas ni vestigios, sólo espacios donde nada crece y parece indicar el lugar del las barracas. No hay árboles, sólo coirón y malezas. Un grupo de exprisioneros se concentra en un lugar, es Baldovino Gómez, quien tenía 19 años cuando estuvo preso, que muestra a sus compañeros y autoridades una carpeta con información de la época. “Ministra (Maya Fernández) acá puede ver dónde estaba la barraca REMO y el resto se distribuían en este espacio” indicó con su mano extendida mostrando algún lugar de esa explanada. 

Baldovino muestra fotos donde pueden reconocerse algunos de los exprisioneros, de pronto saca un documento donde se leen los prisioneros de algunas barracas, parece ser reproducido de un original. Pasan lista, algunos están presentes, otros ya murieron y otros continúan en el exilio.

Otro grupo comienza a cavar un pequeño hoyo. Todos se acercan, sólo se escucha la pala picando fuerte. Aparece un micrófono, Marcos Barticevic, exprisionero, explica: “Esta es una iniciativa de memoria, por nuestros hijos, hijas, nietos y nietas. Vamos a enterrar acá una cápsula del tiempo que contiene un libro sobre cómo se hizo una Cantata en tiempos de prisión y un manifiesto”, el que leyeron recordando esta ocasión. “Acá están mis compañeros tallando una piedra negra, o escribiendo una carta, o cortando leña para hacer calor, o llevando piedras y troncos en los hombros…”, lee Manuel Rodríguez quien era un joven dirigente de la Izquierda Cristiana en Punta Arenas ese año 1973.  

Entierran la cápsula y plantan el pequeño árbol para situar el lugar. Las autoridades presentes plantan unos claveles, también los hijos de quienes ya fallecieron: la ministra de Defensa, Maya Fernández, el ministro de Cultura, Jaime de Aguirre, el subsecretario de Derechos Humanos, Xavier Altamirano, Osvaldo Puccio, Juan Pablo Letelier, entre otros. A este último le esperaba una sorpresa, un regalo, habían rescatado una carta de su padre Orlando Letelier, ministro de Defensa de Allende a la fecha de su detención, escrita desde ese lugar. Juan Pablo la lee y se emociona, no la conocía; agradece y cuenta que siempre lleva colgando en su cuello una piedra negra tallada que le hizo su padre en cautiverio. 

Salen guitarras y entonan algunos cantos que los mantuvieron con esperanzas durante ese período. Fernando Lanfranco entona una especial, que muchos padres y madres han enseñado a sus hijos, es la canción  serbia “Tamo Daleko”, que habla del anhelo de la libertad a la patria. La trajeron los inmigrantes de la Primera Guerra Mundial a Punta Arenas y fue cantada como un himno por los ex prisioneros de Isla Dawson. Suenan las voces y veo emocionarse a muchas y muchos, mientras el frío sube por los pies desde la tierra húmeda. 

Los exprisioneros hablaron de sus vivencias y reflexionaron junto a los asistentes en el mismo lugar donde estuvieron 50 años atrás. “Quiero recordar que Salvador Allende, siendo senador de la República por este territorio, salió de acá a ser Presidente de nuestro país. Para el golpe, cerca de 2 mil 500 magallánicos pasamos por los centros de tortura y detención, sólo en este lugar hubo cerca de 800 detenidos, y nuestra región no contaba con más de 25 mil habitantes” comentó Manuel Hernández Vidal, quien estuvo cerca de un año en Isla Dawson. 

Él era el secretario político del Comité Regional de las Juventudes Comunistas de Magallanes y tenía 24 años. Era obrero y todo lo que sabía se lo había entregado su partido. “Quiero hacer un reconocimiento al suboficial Escobar, un hombre que tenía una gran humanidad y a Máximo Vidal, que era gásfiter igual que yo. Cuando llegamos a Dawson hablamos con el suboficial y le dijimos que si nos entregaba algunos elementos podíamos entregar agua caliente a nuestros compañeros y así lo hicimos, porque siempre la solidaridad estuvo presente entre todos nosotros”, señaló.

Y recordó: “Yo estuve dos veces en este campo de concentración y lo mínimo es dejar un testimonio ya que así cerramos un ciclo de nuestras vidas, pero seguimos siendo actores políticos permanentes, vinculados con lo que aspiramos y aspiraba Salvador Allende: el socialismo y una vida digna para nuestro pueblo y nuestros trabajadores. El derrocamiento de la dictadura costó mucho, incluso costó la división entre nosotros; por eso hoy necesitamos la unidad de todos los demócratas, para que no volvamos a pasar por lo mismo. Porque si esto volviera a ocurrir, en las mismas condiciones, volveríamos a usar todas las herramientas para liberar a nuestro pueblo”.

Cerca de las 14 horas todos pudieron acercarse a tomar un café o un chocolate caliente a un sector habilitado por la Armada, mientras terminaban la visita con un discurso los subsecretarios de Fuerzas Armadas, Galo Eidelstein, y de Derechos Humanos, Xavier Altamirano.  Finalmente se inauguró una placa recordatoria que, desde este año, estará en el sector recordando los horrores de la dictadura. 

50 años de Isla Dawson 

Hace algunos meses se venía organizando este viaje, unos exprisioneros habían ido hace 10 o 20 años cuando se realizaron por primera vez. Otros nunca habían aceptado el ofrecimiento. La Seremi de Justicia, Michelle Peutat, y el Delegado Presidencial de Magallanes, José Ruiz Pivcevic, consiguieron algo de financiamiento y desde el Ministerio de Defensa comenzaron con las conversaciones. Todos sabían que éste viaje era algo que sí o sí se realizaría.

Los 50 años de Magallanes están marcados por Isla Dawson más que ningún otro centro de detención y tortura, ya que fue el único lugar en el país creado sólo para este fin. Desde los primeros días del golpe llegaron alrededor de 80 magallánicos confinados a Compingim, lugar de reclusión ubicado en la base de la Compañía de Ingenieros del Cuerpo de Infantería de Marina en la isla. 

El 16 de septiembre de ese año, llegó desde Santiago un grupo de dirigentes políticos de la Unidad Popular, 35 prisioneros que -hacía menos de un mes- eran ministros, subsecretarios, diputados, senadores y dirigentes máximos de partidos políticos del Gobierno. Compingim funcionó como campo de concentración hasta el 15 de Diciembre de 1973, cuando todos los prisioneros políticos fueron trasladados al Campo de Concentración Río Chico en la misma isla Dawson.

Construido bajo la arquitectura de los campos de concentración nazis, este lugar tenía alambradas en el campo y en cada una de las 4 barracas de madera y techos de zinc, 27 alambradas en total, con lugares de vigilancia fuertemente armados. Podemos saber con exactitud cómo era gracias al trabajo y memoria de Miguel Lawner, arquitecto y director de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) durante el Gobierno de la Unidad Popular (UP), quien no pudo asistir a este viaje por razones de salud a sus 94 años. 

Lawner todos los días revisaba el sitio de confinamiento tomando medidas con sus pasos y dibujándolos durante la noche, destruyendo los bocetos y volviendo todos los días a hacerlos nuevamente. Una disciplina que valió la pena pues, cuando sale expulsado del país, logra hacer los planos del lugar con tal precisión que hace unos años se logró rehacer digitalmente el lugar gracias a su trabajo y tenacidad.

Hasta antes del Gobierno de la UP, esta isla fue habitada por familias indígenas y de pescadores, con algunos centros de la Armada que permanecían aislados realizando labores de telecomunicaciones en algunos puntos de ella. Fue el Gobierno de Salvador Allende el que le entregó el control completo de Dawson a la Armada, y fue la misma Armada la que recluyó a gran parte del gabinete de la UP.  

“Nos trasladaron en un avión engrillados, yo estaba sentado junto a a Luis Corvalán. Él había estado en Pisagua durante la ‘Ley Maldita’ de Gabriel González Videla. Yo era relativamente joven y tenía la teoría que nos soltarían pronto mientras estuve en el Hospital Militar recluido. Le comenté eso a Corvalán y que mi teoría se estaba debilitando en vista de nuestro traslado a Dawson. Corvalán, un hombre impresionante, me responde: ‘¡Yo estoy preparado para 10 años!’ ¡Casi me morí!” recuerda entre risas Pedro Felipe Ramirez, fundador de la Izquierda Cristiana y quien fuera ministro de Minería y posteriormente de Vivienda del Presidente Allende. Había sido trasladado a la isla el 22 de noviembre de 1973, junto al exdiputado Camilo Salvo; el exIntendente Julio Stuardo; el entonces Presidente del Partido Radical, Anselmo Sule; y el secretario general del Partido Comunista de Chile, Luis Corvalán. 

En ese entonces los “jerarcas” fueron instalados en la barraca Isla y los magallánicos en las barracas Alfa, Bravo y Charlie. La barraca Charlie cambia de nombre a Remo el 1 de febrero de 1974, con los primeros condenados por Consejos de Guerra de Magallanes y tuvo 50 prisioneros en calidad de rematados. Dos de estos últimos eran los conscriptos de la Fuerza Aérea, Pedro Navarro y Juan Ruiz. Ambos fueron condenados a muerte; por suerte, ambos sobrevivieron. Cada barraca tuvo un nombre y cada preso un número más el nombre de su barraca, ya nunca más tendrían nombre. Este lugar permaneció activo hasta septiembre de 1974 y ya a fines de ese año la Armada lo había hecho desaparecer por completo. 

“Llegué a esta isla hace 50 años, no había venido las veces anteriores. Reencontrarse con los compañeros que acá estuvimos, con los que están y con los que no están, con los que pudieron venir y los que no; y con los que ya no están más, entre ellos mi padre…”, comenta Osvaldo Puccio, exministro y embajador, que tenía poco más de 20 años cuando llegó a la Isla. 

Osvaldo Puccio Giesen, su padre, fue muy amigo y secretario personal de Salvador Allende.  No era extraño que estuviera junto a los “jerarcas”, como llamaron los golpistas a este grupo de autoridades del Gobierno de la UP en Dawson; sin embargo, no se sabía cómo había llegado su hijo. Su llegada fue por lealtad, ya que el hijo decidió ser apresado con su padre para acompañarlo en su detención, me cuentan otros exprisioneros. “Recordar a gente tan querida y respetada como mi maestro Clodomiro Almeyda, a José Tohá, a don Lucho Corvalán, un viejo a todo trapo. Como dijo la ministra (Maya Fernandez), este es un encuentro de y por la democracia y el futuro; porque la forma más fácil de pervertir la memoria es cuando la memoria es sólo nostalgia, es sólo amarrarse del pasado y (cuando) tiene muy poco que ver con construir un futuro distinto y mejor” señaló. 

Acto final

El acto oficial se realizó durante la tarde en un gimnasio de la Armada en Río Chico. 

Manuel Rodríguez habló a nombre de los exprisioneros políticos, “este acto de memoria y reparación es un llamado a la esperanza en tiempos de incertidumbre, para que todos asumamos los derechos humanos como un valor ético irrenunciable”. Estaban presentes las autoridades de Gobierno y el Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Juan Andrés de la Maza Larraín, más oficiales y suboficiales de la Armada congregados para ese efecto. “Tenemos el deber moral e ineludible de justicia, de memoria, de reparación y de no repetición, frente al negacionismo y el fantasma fascista del pasado. No somos víctimas, somos sobrevivientes, con la dignidad intacta y la mirada puesta en el futuro” concluyó Rodriguez. 

Más de siete organizaciones hablaron ante las autoridades y elevaron sus demandas por justicia y reparación integral, por el Nunca Más y por garantías reales de no repetición. El fantasma del pasado llegaba una y otra vez al denunciar el negacionismo que intenta instalar la extrema derecha. Los llamados a la unidad se repetían al tiempo que se hacía lo propio para instalar la necesidad de una política de memoria más concreta y efectiva. 

Juan Pablo Letelier, hijo de Orlando Letelier, ex Ministro de Defensa de Allende para el golpe civil-militar, habló con ElSiglo.cl y señaló que “estoy agradecido de haber asistido, por la actitud con que nos recibió la Armada, por encontrarme con los compañeros que son parte de la familia dawsoniana. Emocionado de pisar la tierra de Isla Dawson, que es parte de nuestras historias como familias, con sus oscuros y claros; por el gesto de entregarme una carta de mi padre y que todo esto se dé en el marco de los 50 años del Golpe de Estado. Porque mas allá de las discusiones políticas, más allá del momento político complejo que estamos viviendo, donde existe un movimiento pendular a la derecha que no sólo es negacionista, es peor: es no entender que existe un límite, que es el respeto irrestricto a los derechos humanos en una sociedad democrática; y cuando eso está amenazado, el que se realicen este tipo de gestos tiene mucho valor, con la comprensión que la unidad es más importante que nunca”. 

Volvemos a Punta Arenas en un viaje largo, más largo que la venida, ya a oscuras desde las 17 horas, reflexionando pero con una sensación de descanso. Somos muchos en el buque, pero vamos como una familia, felices y somnolientos. Algunos duermen, otros conversan animadamente, los periodistas pululan buscando las últimas cuñas. Algunos  comentan sus historias y cómo le han escapado a la muerte tantas veces. Escucho una guitarra al fondo y voy mirar desde la puerta, hay compañeros y compañeras cantando, parece una peña.  Me quedo, “cantando al sol como una cigarra, después de una año bajo la tierra, igual que sobreviviente, que vuelve de la guerra”.