Líder de la lucha por la independencia de la isla, inspirador de los revolucionarios cubanos, un referente en las batallas independentistas latinoamericanas y caribeñas. El reconocimiento de las y los comunistas chilenos.
“Granma”. Equipo “El Siglo”. 28/01/2023. La madrugada ya se va; los periódicos anuncian que la horca está lista para matar a un hombre en la plaza pública. Hay mucho frío en La Habana. Nace un niño, al que todos llamarían José Julián. El sol es una pequeña criatura en los brazos de Leonor. Es el 28 de enero de 1853.
Desde aquel día, toda su vida es un combate de una familia que enfrenta penurias y dolores.
A los nueve años ve azotar a un negro colgado en un ceibo del monte, y jura lavar con su vida el crimen.
Salta del banco del colegio al banco del presidio. Ya Cuba le entra por las venas y está dispuesto a morir por ella. En las canteras de San Lázaro le despellejan la espalda, el tobillo, la ingle, los ojos, lo muerden con el odio, y no sabe odiar: convierte el amor en el único camino de salvación humana.
Es deportado a Isla de Pinos, luego a España, y da la vuelta al mundo llevando por dentro las cadenas.
Defiende a Cuba con el fuego de su verbo; la ha defendido ya con la sangre de sus llagas. Martí es también un hombre del 10 de Octubre y de la gesta que estalla bajo el grito de una campana.
Escribe para los periódicos de muchos países, porque la escritura es ejercicio ético y pedagógico. Hunde las manos en Nuestra América y revela la fuerza telúrica del hombre natural.
Comprende que hay dos Américas y que el Norte brutal es el mayor peligro para nuestras tierras. Y no es antiestadounidense; ama a Lincoln y teme a Cutting, el aventurero yanqui que azuza la guerra contra México.
Le regala a su hijo un cuadernillo de poemas y, para el alma de Cuba, los Versos Sencillos. Su poesía es un gigante que se levanta para advertir que la justicia no es ajena a la belleza. A los niños entrega una revista, sus páginas quedan abiertas al diálogo de todos los tiempos.
Es el político, el héroe y el artista. Interpreta y pelea dentro de su tiempo, y la utopía de su mensaje siempre se instala en el horizonte de la futuridad.
No solo quiere la independencia de Cuba, sino equilibrar el mundo desde las islas del Caribe, y construir una República moral con todos y para el bien de todos.
No es una frase hecha, es la fórmula del amor triunfante. Todos reciben los brazos abiertos de Cuba, con una condición de fraternidad humana: querer el bien de todos. Esa no es tarea fácil, por eso en Martí no encontraremos la llenura del triunfo, sino eso que llama la Patria como agonía y deber.
Su crítica a la modernidad que cree, excesivamente, en la ciencia como vía de felicidad, y las observaciones a las ideas socialistas, atraviesan los siglos y nos advierten sobre los peligros a la hora de toda redención de los hombres.
Conoce el alma humana, la encuentra fea, pero jamás pierde la fe en lo mejor de los seres humanos.
Prepara una guerra que le resulta dolorosa y necesaria. Solo la unidad puede asegurar la independencia y la justicia. No cae en la trampa de sacrificar la opinión ajena, y nos asegura que «la unidad del pensamiento, no significa la servidumbre de la opinión». Y no deja de comprender que «el pueblo que se divide se mata».
Quiere morir de cara al sol y vive el instante en que Gómez besa las piedras de Playita de Cajobabo. Viene a dar su sangre para que el verso se salve junto a sus manos de artista. Suenan los disparos en Dos Ríos, y la hierba guarda la sagrada semilla.
Cuba necesita a Martí porque su inmensa selva es un canto a la dignidad del hombre, al orgullo de ser cubanos, al respeto a todas las culturas y credos; ecumenismo y pensamiento esférico que respeta a un insecto, al árbol, la vida.
Sus ideas son faroles en la noche más oscura, y si de la selva martiana solo quieres llevarte un pensamiento, siempre encontrarás un mensaje luminoso: «La única ley de autoridad es el amor».
Cuando Leonor carga aquella fría madrugada a su hijo, no sabía que había dado a luz a un hombre solar. Cuba y el mundo lo saben.
No debemos olvidar el misterio de la justicia abrazada a la tierra, donde crecen las palmas.
Nuestro propio Martí
De la universalidad de José Martí nadie tiene la menor duda. Su encumbrada figura trasciende las fronteras nacionales y es motivo de respeto y admiración en todas partes.
También, para los cubanos, el Apóstol suele tener dimensiones extraordinarias, que lo anclan en el imaginario colectivo, con esa magnitud sobrehumana que suele acompañar a los héroes.
Sin embargo, es urgente la tenencia de un Martí más personal, más cercano y propio. Gracias a su incansable labor en todos los ámbitos, resulta perfectamente posible encontrar asideros y puntos de contacto entre él y todo aquel que sienta la premura de ser martiano, comprendiendo que nunca será posible una colectividad mayoritariamente erudita y capaz de adentrarse minuciosamente en todos los ámbitos en los que el Maestro incursionó, misión reservada a los estudiosos e investigadores de su obra.
Pero sentir la cercanía de Martí es hoy imprescindible a la hora de preservarnos como nación independiente y como ciudadanos de bien.
Su impronta nos dota del escudo perfecto contra los dardos del odio, las mentiras, los egoísmos, la desidia y la desesperanza. Ante los síntomas de cansancio, y ante las grietas en el muro del optimismo, se debe acudir con toda premura a su compañía, y recordarlo después del terrible fracaso de la Fernandina, cuando ya no había ni fondos ni tiempo para otra empresa de ese tipo, pero le sobró dignidad para no rendirse.
Es impostergable, para todos los que nos sumamos al empeño de resistir y salir adelante, que identifiquemos a nuestro propio Martí y lo hagamos el compañero fiel en la trinchera, en la que cada uno tiene la misión de combatir.
Los que blanden las armas de la cultura, en un campo de batallas de ideas y símbolos, han de tenerlo en primera fila, pues al decir de Marinello: «Fue el único de los libertadores de su época que tuvo un sentido nuevo, avanzado, actual, de los problemas culturales de toda América», una visión tan necesaria hoy, cuando las amnesias identitarias penden sobre las cabezas de muchos.
Para los que defienden la equidad y pujan contra cualquier atisbo de discriminaciones hirientes, hay también un Martí, supremo y contundente, afirmando que: «la justicia, la igualdad del mérito, y el trato respetuoso, es la Revolución», y en su compañía se tendrá toda la fuerza moral necesaria para derribar cualquier obstáculo en esa dirección.
Los que labran, siembran y dejan el sudor como abono fecundo sobre el surco, buscarán el lado laborioso y la sapiencia martiana que los ayude a comprender cabalmente la misión estratégica que desempeñan; en tanto aquellos que ahondan en la investigación y son conscientes de la necesidad del conocimiento científico para un país que apuesta por la inteligencia colectiva como su mayor recurso, les resultará imprescindible ese cubano de todos los tiempos, quien confesó «que la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública. Que la enseñanza elemental sea ya elementalmente científica».
Tal vez algunos sean más diestros y otros demoren un poco más para encontrar a su propio Martí, pero nadie puede dejar de intentarlo y nadie puede sentir que no lo necesita. Lo importante es tenerlo, confidente y próximo, para cuando se levante una calumnia o se revivan las intenciones de anexarnos, como tierra o como alma, podamos juntarnos con él y espantar los demonios.
Lo impostergable es no perder la oportunidad de hacer alianza, con su capacidad de poner a Cuba por sobre todas las cosas y sentir vergüenza si alguna vez nos mira con rostro ceñudo, al vernos desfallecer ante dificultades que nunca alcanzarán la magnitud de los escollos que él superó.
Martí nos espera, nos abre los brazos y se pone a nuestra disposición. Parafraseando a Cintio Vitier, tenemos que encontrarlo con métodos martianos, para que salte de bustos y monumentos y sea más que la ofrenda y el concurso. Es el hermano fraterno y el combatiente infatigable, está listo para los niños que tanto amó y para este pueblo por el que tanto ha hecho y hará.
José Martí, en el 170º Aniversario de su natalicio
170 años han transcurrido desde que la generosa tierra de la mayor de las Antillas, viera nacer a uno de sus hijos predilectos que dejaría profundas huellas de lucha y dignidad, no solo en Cuba, sino que prácticamente en todo el Continente Americano.
Homenajear su vida, su obra, su legado de inmortalidad en tan breves palabras, solo puede describirse en cada una de las acciones que decenios más tarde en su nombre y ejemplo, un grupo de revolucionarios cubanos dirigidos por Fidel Castro, liberaran a la isla de una cruel dictadura a solo 90 millas del más poderoso enemigo de la humanidad, enemigo al cual ya José Martí sabiamente en muchos de sus escritos, había denunciado por las ansias expansionistas y de dominio político y económico de los gobernantes norteamericanos y del daño que esto causaría sobre los pueblos de nuestra América.
Martí fue poeta, escritor, periodista, filósofo, docente, diplomático, pero ante todo; Martí fue un político y un revolucionario, fue un hombre honesto, pulcro, sencillo, consecuente hasta el último día de su existencia, luchando por la tierra que lo vio nacer y que lo recibió con sus brazos abiertos a la hora de su partida física, que por cierto no significó la muerte ni olvido de sus ideas, sino por el contrario, éstas renacieron y se hicieron práctica en todas las facetas de la lucha revolucionaria en Cuba. El ideario Martiano y el paralelismo de la esencia ideológica y estratégica de Martí y Fidel son consecuencia de una lucha que estuvo presente en toda la gesta de los revolucionarios del Moncada. En su brillante alegato conocido como “La historia me absolverá”, Fidel hace uso de reiteradas frases del apóstol para denunciar los crímenes de la dictadura y explicar además las ideas que lo llevaron a la lucha insurreccional contra la tiranía.
La histórica frase del apóstol que dice “Patria es humanidad” sigue reflejando cabalmente el pensamiento de este hombre que, adelantándose a los tiempos, se hizo práctica en la Cuba de Fidel, cuando la solidaridad internacional ha sido y sigue siendo uno de los pilares principales que han formado parte de la política exterior de la Revolución Cubana.
La caída en combate de Jose Martí el 19 de mayo de 1895, comprobó fehacientemente el ejemplo, la virtud y principalmente la consecuencia del apóstol, ya que, sin ser un militar, no dudó un instante en presentar batalla a sus enemigos y morir por las ideas que él mismo había predicado incesantemente durante toda su vida.
Su muerte en todo caso no fue una derrota en el plano político o militar, ya que su pensamiento y su obra en todas sus dimensiones son parte de un hilo conductor que continúan vigentes en la construcción del socialismo en Cuba.
¡Viva el 170º Aniversario del natalicio de José Martí!
¡Viva la Revolución Cubana!
Partido Comunista de Chile