Un breve zapping por la oferta televisiva abierta en nuestro país permite uniformar criterios y resultados de los canales privados a la par con el único medio “público”, todos sometidos al puño de acero del financiamiento comercial y el marketing.
José Luis Córdova. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 29/9/2025. Un breve zapping por la oferta televisiva abierta en nuestro país permite uniformar criterios y resultados de los canales privados a la par con el único medio “público”, todos sometidos al puño de acero del financiamiento comercial y el marketing.
Lamentablemente la televisión chilena puede observarse perfectamente sin elevar el volumen, bastaría con el candoroso lenguaje de señas que ofrecen algunos canales para ciertos espacios.
Desde tempranas horas, las noticias son reportes policiales con inefables “noteros” en terreno que apenas manejan el idioma español (no más de 300 palabras), un pobre vocabulario con desconocimiento absoluto de sinónimos, frases como muletillas, lugares comunes y reiteraciones hasta la saciedad de un léxico exiguo y pueril.
Le siguen “matinales”, espacios presuntamente de entretención, “análisis” de temas de interés, entrevistas irreverentes y permanente chanza y groserías de parte de animadores y panelistas que disfrutan asediando a sus invitados, especulando sobre asuntos de la actualidad sin mayores contemplaciones.
Las noticias del mediodía persisten en la monotonía, rutina e inercia con apenas un par de informaciones caratuladas como las que marcarían la pauta (¿?), noticias policiales repetidas e igualmente cargadas al sensacionalismo y al morbo.
Sigue una serie interminable de telenovelas turcas, mexicanas, colombianas y una que otra reedición de producciones nacionales con distinta suerte para cada uno del público seguidor de este género.
Más tarde se entienden por “culturales”, programas destinados al fomento del turismo, la gastronomía, tradiciones y costumbres de las diferentes regiones del país, siempre con el signo de “chovinismo” y patrioterismo, por los respetables ciudadanos que “hacen patria” en los extremos norte y austral de nuestro país. Sin matices ni profundidad, sino con mera superficialidad y efectos para producir emociones tan pasajeras como fugaces.
A media tarde se repiten las “noticias” del día, de nuevo con exhibición de persecuciones, fiscalizaciones, seguimientos y otras actividades policiales, ensalzando la labor de la policía civil y uniformada sin distinguir abusos, atropellos a la dignidad de las personas y a los derechos humanos en múltiples casos.
Por la noche, la farándula se instala en su reino con una corte de animadores, panelistas de distintos pelajes, invitados a sueldo, relatos de infidelidades, incivilidades (como se dice ahora) de todo tipo y el viejo soplonaje, rumores, injurias y calumnias que nunca llegan a tribunales.
Entremedio, dudosos programas de “concursos” que raramente son supervigilados por notarios que puedan dar fe de la exactitud y transparencia de resultados en los cuestionamientos supuestamente “culturales” a los que se someten incautos concursantes bastante desprevenidos.
Más tarde, algunos programas “políticos”, con exclusión de voces progresistas y acento en los personeros más conservadores y reaccionarios del espectro nacional, donde los conductores muestran sus garras, odiosidades y diáfanas posiciones a menudo anticomunistas, xenófobas, misóginas, clasistas y hasta racistas.
Finalmente, unas palabras sobre la publicidad, peligrosamente en manos de una estética importada, con reminiscencias niponas o coreanas que tanto gustan a los niños de hoy día, con una violencia en imágenes, figuras espectrales que estallan o vuelan en pantalla en un vértigo malsano y esperpéntico.
El sonido y la “música” tampoco contribuyen a observar con empatía escenas y actitudes de modelos y actores que se prestan a graficar acciones enérgicas o energéticas de dudosa reputación, origen y objetivos. En definitiva, un marketing cuestionable que se suma a las desagradables impresiones de una televisión que no acompaña, sino que agrede o, al menos, suscita tensiones y ansiedades entre los incautos televidentes. Invitamos a ver televisión sin volumen.
¿Alguien cree que esto puede cambiar con una televisión “pública” donde el gobierno decide cambiar a Francisco Vidal por Jaime Gazmuri? Ello no refleja más que un “gatopardismo” para que todo siga igual.