HABLEMOS DE LA TELE. Cuestión de lenguajes

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Las voces televisivas de hoy dejan bastante que desear, salvo contadas excepciones. Está claro que no basta una cara bonita, un aspecto jovial, una buena vocalización acompañada de un timbre afable y mesurado.

José Luis Córdova. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 18/03/2025. Se habla de lenguaje audiovisual, de lenguaje cinematográfico y de otros, pero ¿Cuál es el lenguaje televisivo? Me atrevo a afirmar que todavía no existe como tal. Se trata -ni más ni menos- de la facultad que tiene el ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado o de otros sistemas de signos: orales, escritos o gestuales. Una función superior que desarrolla los procesos de simbolización relativos a la codificación y decodificación. 

Como cualquier otro, nuestro país tiene su propio idioma, giros lingüísticos, modismos y caracteres diferentes en este subcontinente americano. De esta manera, los extranjeros que nos escuchan hablar pueden advertir claramente cuando habla un chileno.

En la televisión, este fenómeno se complica aún más. Españoles, peruanos y otros latinoamericanos pueden criticarnos y decir que hablamos mal y puede que tengan razón, sin embargo, donde claramente se llama a confusión y al no entendimiento es en el antojadizo lenguaje televisivo, Sociólogos, filólogos y antropólogos discuten estos temas desde antes que la televisión se masificara y casi resulta un lugar común decir que el llamado lenguaje radial se trasladó a la televisión, sobre todo en el período originario de este medio masivo de comunicación.

Nadie puede desmentir que la radio tiene su propio lenguaje, siempre vivaz y creativo que tiene que ver con la inmediatez, proximidad, actualidad y la espontaneidad en la entrega de mensajes. Estos necesariamente deben ser breves, sintéticos, precisos y claros, además de afables, convincentes, realistas y veraces.

Entretanto florecen lenguajes como el policial y el deportivo. El primero, una jerigonza insoportable con reiteración de “sujetos” (¿sujetas, sujetes? considerando el género?), en vez de personas; “intersección” por esquina, “colisión “por choque, “dantesco incendio”, “trágico accidente”, “caso dramático” y otras obviedades. Ni hablar de relatores y comentaristas deportivos que con desparpajo inventan neologismo y horrores lingüísticos sin freno, alteran la prosodia o correcta pronunciación y acentuación- así como hacen tabla rasa de la semántica y la sintaxis.

Menuda tarea para la televisión de intentar la creación de otro lenguaje que sustituya al recién mencionado y clasificado, pero, antes de conformar una función diferente, se vino encima el fenómeno de las redes sociales y las plataformas digitales que, desde su inicio, tienen su peculiar y exclusivo lenguaje por su forma y fondo (los 140 caracteres, por ejemplo).

De esta manera, el lenguaje televisivo oscila entre el radial y el del mundo digital.

La radio es una voz amiga que escuchan con interés, necesidad y agrado en nuestro norte desértico, en las montañas de los Andes, en el largo litoral, en los archipiélagos del sur y en los llanos y sectores rurales más apartados de nuestra loca geografía.

En esta materia, los contenidos a través de la pantalla chica son un genuino caos. La pobreza de vocabulario, un léxico demasiado básico, las faltas gramaticales, la no concordancia de género y número, los lugares comunes y muletillas (“justamente”, “por su puesto”, “en lo que es”, “bien  digo” ) crean un lenguaje artificioso, que no revela la realidad, desvirtúa los símbolos y no constituye una muestra de la capacidad de comunicarse entre el mensajero y el receptor.

El sistema de signos es el código para intercambiar informaciones. ¿Cómo lo caracterizamos en el lenguaje televisivo? Tenemos por un lado la imagen captada por cámaras, el sonido ambiente y la voz en un texto preparado o improvisado exprofeso para complementar el panorama o la escena que se entrega parcial, diferida -como se dice vulgarmente- en vivo y en directo-. Para improvisar en ese escenario hay que tener una formación sólida, ser buen lector y amante de las letras. Caso contrario, se nota demasiado.

Las voces televisivas de hoy dejan bastante que desear, salvo contadas excepciones. Está claro que no basta una cara bonita, un aspecto jovial, una buena vocalización acompañada de un timbre afable y mesurado. No cualquier modelo (femenino o masculino) brilla frente a un micrófono -y menos ante las cámaras- Se hace indispensable -aparte de la fotogenia y empatía- un tono coloquial y amistoso del que, hoy en día, carece la mayoría de los lectores de noticias, noteros en las calles, “movileros”, conductores y animadores de programas en la televisión sin lenguaje propio.