Supo ser una brisa fresca para su pueblo y para quienes estuvieron cerca de ella. Pero también supo convertirse en tormenta y viento huracanado, para luchar contra la injusticia, el crimen y la barbarie que estaba viviendo su patria y sufriendo su pueblo.
Santiago. 3/2024. ¡¿Qué decir de esta mujer?! De esta menuda mujer de apariencia frágil, pero que actuó y vivió su vida como una gigante.
De origen campesino, nació en 1941 en Curepto, que en mapudungun significa “correr viento” o “tocar el aire”. Y le hizo honor a la tierra que la vio nacer. Supo ser una brisa fresca para su pueblo y para quienes estuvieron cerca de ella. Pero también supo convertirse en tormenta y viento huracanado, para luchar contra la injusticia, el crimen y la barbarie que estaba viviendo su patria y sufriendo su pueblo, en los negros días de la dictadura civil y militar.
Se formó como profesora normalista y mientras estudiaba, comenzó a militar en el movimiento estudiantil, para luego ingresar a las Juventudes Comunistas. Pero su conciencia social se había sembrado mucho antes, en el campo, donde vio y se impactó por las injusticias a las que eran sometidos hombres, mujeres, niños y niñas. Esas imágenes la acompañaron siempre.
Supo de dolores y pérdidas. Por la violencia fascista, tuvo que alejarse de sus hijos y despedirse de su marido, al que nunca más volvió a ver, convertido en uno de los tantos Detenidos Desaparecidos. Ella y su familia sufrieron lo mismo que sufría su pueblo, porque ella era pueblo y de ahí venía su fuerza.
El amor fue su motor. Creció con el amor de su madre y de sus tres hermanas, y pareciera que ese amor se fue multiplicando en sus luchas. Así se fue fraguando su espíritu y su conciencia. Por eso ella soñaba con una sociedad socialista abarcadora, diversa, luminosa y cálida. Y sobre todo un socialismo abrazador, muy abrazador.
Militante del Partido Comunista de Chile. Ingresó a sus filas muy joven. Llegó a ser secretaria general de la Jota y años más tarde, secretaria general y presidenta del Partido. A toda la militancia nos dejó un permanente desafío, pero también un permanente compromiso. A las mujeres comunistas nos alumbró y nos sigue alumbrando el camino. Pero sabemos que nuestra Gladys no es nuestra, es del pueblo, de la campesina, de la trabajadora y el trabajador, de la dueña de casa y de la que cuida. Es del pueblo y de todos los pueblos que luchan por sus derechos y un mundo mejor.
Con su cálida sonrisa y la fuerza de su rostro, nos dejó su ejemplo de tarea: «Hay que luchar y seguir luchando, aunque en ello se nos vaya la vida».
¡Gladys Marín, siempre estás con nosotras! ¡Mil Veces Venceremos!