Es de esperar que este sórdido episodio no sea el augurio de lo que a nuestra sociedad le espera. La adaptación de nuestras sociedades a las formas culturales del neoliberalismo, incluyendo las más chabacanas y truculentas -como las que son expuestas por el caso Macaya- no sean tan profundas como para tener que lamentar su enseñoramiento en el futuro.
Hernán González. Profesor. Valparaíso. 25/7/2024. El caso del padre del presidente de la UDI, Eduardo Macaya Zentilli, le ha puesto a la coyuntura política el condimento sórdido típico de aquellas en que está involucrada esa clase de oligarquía corrupta y abusadora que ha gobernado Latinoamérica por siglos. El caso, en efecto, se parece a la trama de una novela de Vargas Llosa. En ella se mezclan acontecimientos policiales y procesos judiciales con las tratativas, ya de por sí bastante tóxicas, que la derecha llevaba a cabo en su negociación para la lista a las elecciones municipales, de gobernadores e incluso presidencial.
Lamentablemente, un augurio de las formas culturales y los valores que encarna su concepción política y de la sociedad y que podrían llegar a hacerse del poder en Chile, por las que un presidente de partido y senador se cree con el derecho y las atribuciones para comentar procesos judiciales; es respaldado por su partido y tolerado por opinólogos y periodistas venales que aprovechan la oportunidad para compararlo con el presidio y defenestración del que es víctima Daniel Jadue, el único alcalde que ha osado enfrentarse a las inmobiliarias, las empresas de distribución eléctrica, las grandes cadenas de farmacias, acercado la cultura y la educación a sus vecinos saltándose las trabas que le impone el mercado para hacerlo.
La afectación de la que pudiera ser objeto la candidatura de Evelyn Matthei, que se demoró varios días para tomar prudente distancia del presidente de su partido y de las posibilidades de éste en la elección municipal, parece haber sido el catalizador, según lo sugiere incluso El Mercurio con su clásico cinismo, para que Macaya diera un paso al costado. Sus aliados de RN, Evopoli, Amarillos y Demócratas, sin embargo, se tomaron también su tiempo para reaccionar. Pocos días antes, estaban con Macaya y su directiva enfrascados en medio de tensas negociaciones para definir a sus candidatos, incluyendo al partido fascista de Republicanos.
Sospechoso, por decir lo menos. Probablemente, el episodio va a ser cubierto con un manto de silencio y de sombras por esa razón. Ello, porque indigna una vez más a la sociedad, al pueblo y al ciudadano de a pie, la impunidad de la que han gozado hasta ahora los abusos. También, los privilegios de los que gozan algunos, mientras a la gran mayoría se le niega incluso lo mínimo para vivir con dignidad. La promiscuidad de las relaciones entre un sector del poder político ocupado por la reacción y los grupos económicos y la justicia, lo que incluso ha limitado por décadas las posibilidades de transformación social, económica, institucional y cultural.
La derecha, y especialmente su vástago neofascista, gracias a la naturalización positivista de las condiciones económicas, políticas y culturales del capitalismo neoliberal, ha ganado espacios en las sociedades occidentales, impensables hasta hace poco, considerando el reconocimiento universal acerca de sus atrocidades; la brutalidad de los valores que lo inspiran y la progresiva ampliación de la consciencia de los Derechos Humanos y su consolidación como base de la convivencia democrática.
Es de esperar que este sórdido episodio no sea el augurio de lo que a nuestra sociedad le espera. La adaptación de nuestras sociedades a las formas culturales del neoliberalismo, incluyendo las más chabacanas y truculentas -como las que son expuestas por el caso Macaya- no sean tan profundas como para tener que lamentar su enseñoramiento en el futuro. Se trata de una batalla política por la defensa de la democracia y los Derechos Humanos. Por la dignidad de la persona, la igualdad y la justicia social. Una batalla cultural y por los valores que deben inspirar nuestra convivencia como sociedad. Motivar no solamente una unidad instrumental sino una auténtica voluntad de cambios que movilice a la opinión pública; las organizaciones sindicales, juveniles, de ambientalistas y de género es la tarea.
El malestar social es apenas enmascarado por la paciencia del pueblo. Esta, sin embargo, no es un cheque en blanco. La unidad de la izquierda y los demócratas, por lo tanto, debe darle forma, una esperanza por la que valga la pena movilizarse y detener a la derecha no para seguir conviviendo con los abusadores, los prepotentes; los que excluyen y discriminan por clase, etnia, género u orientación sexual, sino para eliminarlos para siempre de la convivencia social a pesar de que el neoliberalismo los haya ha naturalizado en las últimas décadas.