Nuestros pueblos podrían retroceder décadas, a los años setenta del siglo pasado.
Hernán González. Valparaíso. 15/11/2023. En poco menos de un mes, Chile y la hermana República de Argentina, se enfrentan a definiciones electorales que van a determinar su futuro en el mediano plazo.
En nuestro país, se consultará al pueblo acerca de la propuesta reaccionaria del Consejo Constitucional y en Argentina por un cambio radical del rumbo que ha seguido el país trasandino en los últimos veinte años, bautizado por el ultraderechista Milei como “la motosierra”. Ello, para volver a las recetas típicas de Martínez de la Hoz o del menemismo, como si fueran una gran novedad.
No resultó en Chile bajo la administración de Pinochet que mantuvo al país en una constante recesión desde que comenzó la aplicación de planes de schock como los que quiere aplicar el pseudolibertario ni durante el menemismo en los años noventa que terminó con una crisis que acabó con un presidente escapando en helicóptero de la Casa Rosada y un corralito que le birló sus ahorros a los argentinos y argentinas.
La propuesta constitucional que se va a consultar al pueblo chileno también es una vuelta atrás. Se trata de un cepo que determinaría el futuro del país en forma inapelable; el intento de legitimar ex ante la aplicación de la misma receta de ajuste violento y antipopular que consiste en más privatizaciones, más mercado y endeudamiento; menos poder de negociación para los sindicatos y más dependencia de los consumidores a los intereses de las empresas. Menos libertades y autonomía para los ciudadanos y ciudadanas.
En uno y otro caso, y como dice el viejo y conocido refrán, “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”. Son la manifestación de la ofensiva reaccionaria que pretende arrebatar a los trabajadores y el pueblo los derechos que aún tienen y entregarle un poder sin contrapesos a la clase empresarial aliada del conservadurismo moral y cultural que domestica conciencias, a las que intenta hacer más dóciles para la aceptación de estas recetas y legitimar ideológicamente la exclusión, la represión y la explotación que conllevan, como si fuera culpa de los mismos que las sufren.
Gracias a las mismas ideas que Milei quiere aplicar en Argentina y que la dictadura de Pinochet aplicó en Chile, éste terminó entregando un país con una cifra escandalosa de pobreza, desindustrialización; dependencia crónica de los comodities; destrucción de los servicios públicos de salud, vivienda popular, previsión y salud convertidos en lucrativos nichos de negocio para sus financistas; reducción del Estado a niveles que lo mantienen hasta el día de hoy en una postración tal que imposibilita cualquier proyecto de desarrollo soberano y sometido a la extorsión permanente de las empresas privadas que lo tienen de rehén al servicio de sus propios intereses, lo que ha quedado en evidencia en los sucesivos y crónicos casos de corrupción, cohecho y tráfico de influencias en que se han visto involucradas grandes empresas y connotados políticos del sistema (CORPESCA, SQM y PENTA, sin considerar la colusión de farmacias, supermercados, productores de carne y papel, y el abuso de las ISAPRES, que han pasado inadvertidas por años para los organismos reguladores).
Esta ofensiva reaccionaria ha encontrado un caldo de cultivo favorable en sociedades despolitizadas. En la desmovilización de la opinión pública sometida como un sonámbulo al dictado de los medios controlados por la gran empresa privada; la industria de las encuestas y un sistema de educación superior y escolar que ha preparado por décadas a jóvenes e infantes como consumidores ingenuos de la industria de la entretención masiva.
La antigua clase obrera, a través de la masificación del crédito y su acceso al consumo, es un sujeto social cada vez más difuso y la fetichización del concepto de “clase media” -grupo de palabras que dan para un fregado y un barrido- la coartada perfecta para un fascismo de nuevo tipo, aunque sus representantes, estéticamente, se asemejen bastante a Mussolini. El resultado de la primera vuelta de Argentina y del plebiscito constitucional del 4 de septiembre pasado en Chile lo demuestran.
Hay que recuperar el rol político social de los sindicatos y las organizaciones de trabajadores. Su responsabilidad no es solamente asegurar los puestos de trabajo, el salario y las vacaciones. Cuando el sindicalismo se abstiene de intervenir en política, la reacción se abre paso. Lo único que puede oponer al fascismo es una resistencia eficaz es un movimiento de trabajadores y trabajadoras que intervenga en la política.
Entre la motosierra de Millei y el cepo constitucional nuestros pueblos podrían retroceder décadas, a los años setenta del siglo pasado.