“Antes de que haya habido muertos en las batallas y torturados en los campos de prisioneros, se había destruido al enemigo en libros, panfletos y numerosas reuniones en las universidades y academia. Debemos mirar de frente esta terrible verdad: la intolerancia tiene, casi por principio, raíces intelectuales”. Wolf Lepenies.
Fernando García. Analista. Santiago. 19/6/2024. Hace sólo dos años, el 2022, Naciones Unidas conmemoró por primera vez el 18 de junio como el Día Internacional para contrarrestar el “discurso de odio”.
La expresión “discurso de odio” es relativamente nueva, aunque las comunicaciones destinadas a denigrar a determinados grupos de personas son muy antiguas.
La expresión encuentra sus raíces más cercanas en los tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la toma de conciencia de las barbaridades nazis motiva la necesidad de proteger a los grupos cuya destrucción había sido propuesta mediante la incitación al odio y la violencia. Del 2.000 en adelante, con la llegada de Internet y con ella de las redes sociales, el tema adquiere una relevancia completamente nueva. La capacidad viral de éstas permite que esas diatribas puedan alcanzar una audiencia muy amplia y diversa en un muy breve tiempo. En la década del 2010 los gobiernos y las propias plataformas tecnológicas empiezan a ver la necesidad de establecer regulaciones y políticas destinadas a combatir este tipo de discursos, en plena concordancia con la mayor conciencia sobre la necesidad de proteger los derechos humanos y luchar contra la discriminación.
Hoy, aún cuando no hay una definición unánimemente aceptada, la Estrategia y Plan de Acción de la ONU para la lucha contra el discurso de odio” lo define como “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita -o también comportamiento- que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad”.
Si bien ha sido la capacidad de expansión que las redes sociales han dado a estas expresiones la principal razón de su actual preocupación, hay también otras que no deben dejarse de lado. Sin duda hoy existe mayor conciencia y sensibilidad a los problemas que la discriminación, el racismo y la violencia basada en prejuicios son capaces de generar. Especialmente movimientos sociales han puesto de manifiesto las injusticias, los prejuicios que enfrentan diversos grupos discriminados. Estudios científicos y testimonios sociales han difundido los efectos negativos, que en la salud, física y mental -ansiedad, depresión, aislamiento social, tendencia al suicidio, entre otros- son capaces de producir en la vida cotidiana de las personas.
Pero además de esto, es necesario tener en cuenta lo que señalaba Wolf Lepenies, esto es, que los discursos de odio son también las justificaciones ideológicas de la violencia y la muerte sufrida por millones de personas.
Los discursos de odio se caracterizan por deshumanizar a las personas o grupos odiados. No sólo se les estigmatiza, asignándoseles características negativas, cualidades morales reprobables, sino además se les suele presentar como un verdadero peligro para la patria, la moral, la religión, la tradición, la raza, el país, etc. Los discursos de odio están a menudo fundados en falsedades o en hechos distorsionados, apelan al miedo y los prejuicios para aumentar la hostilidad hacia esos grupos, y facilitar el uso de la violencia contra ellos. El discurso del odio estigmatiza y denigra. Sus víctimas no lo son por ser determinadas personas, sino simplemente por pertenecer a un colectivo determinado. En ese discurso la víctima es absolutamente intercambiable, basta que pertenezca al colectivo agredido.
Al amparo del aumento de la delincuencia en nuestro país, ha surgido en los últimos años un discurso del odio populista y demagógico, amplificado por la extrema derecha y sus medios de comunicación, contra los extranjeros pobres que han llegado a nuestra patria. No es xenofobia, como se suele presentar, porque no es “odio al extranjero”, es a los pobres, a los extranjeros ricos los llamamos “turistas” o inversionistas”, y de cualquier manera son bienvenidos.
Pero los discursos de odio en Chile, como en el mundo, también son muy antiguos, Hay algunos que tienen muchas décadas, como los dirigidos contra las mujeres, o los homosexuales, que hoy se extiende contra todos quienes participan de la diversidad sexual, (LGTB+), y/o manifiesten postulados feministas. (Casos recientes, como el crimen de Daniel Zamudio, las acciones dirigidas contra Daniela Vega, o la idea de quitar el derecho voto a las mujeres resultan aún emblemáticos).
En estos discursos del odio, como por lo demás lo reflejan claramente los casos que mencionamos, se descalifica, menosprecia, se desvaloriza. El otro se construye esencialmente sobre la base de mentiras y verdades a medias. En esos discursos por un lado se identifica la moral conservadora tradicional, la de ellos, como propia del orden “natural”, y luego se descalifican las propuestas feministas y de reconocimiento y dignificación de la diversidad sexual, como “anti naturales” y con objetivos propias de perversión, especialmente de los niños, pedofilia, destrucción de la familia, entre otros antivalores.
En todo caso, el principal discurso de odio en nuestro país, el más permanente, el más explícito, el que más recursos ha requerido y por cierto el que más víctimas ha provocado, ha sido el discurso anticomunista. Sus manifestaciones más extremas se dieron durante la dictadura de Ibáñez, (que también persiguió encarceló y asesinó homosexuales) con cientos de militantes perseguidos, torturados, encarcelado y asesinados, durante la aplicación de la Ley maldita, gobierno de González Videla y casi todo el segundo de Ibáñez y por cierto durante la dictadura de Pinochet. Recordemos que, defendiendo los intereses del imperialismo norteamericano y de la oligarquía nacional, el único elemento ideológico que unía a las distintas corrientes que apoyaron y mantuvieron el golpe de estado, conservadurismo católico, nacionalismo fascista y liberalismo económico, fue el anticomunismo, que en esa época tenía en la Doctrina de la Seguridad Nacional, elaborada -¡cómo no!- en los Estados Unidos, su manifestación más sofisticada. El anticomunismo que llamaba a “extirpar el cáncer marxista”( que distinguía entre “humanos y humanoides”, que buscaba “estrangular la serpiente comunista”, fue la doctrina que justificó miles de ejecutados políticos y de desaparecidos, decenas de miles de torturados y presos políticos, cientos de miles de perseguidos y exiliados, y que la acusación de “comunista” se aplicó además indiscriminadamente a muchos que jamás lo fueron.
Hoy, cuando la homofobia sigue rondando nuestra historia, y el anticomunismo sigue siendo visceral, se hace más imprescindible que nunca reconocer, concienciar y contrarrestar las narrativas de odio, que, no lo olvidemos, es una manera más de luchar contra la discriminación y por los derechos humanos.