El recuerdo de Nicasio Farías Araya, un clandestino notable

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Desconocido incluso para sus propios compañeros de Partido, entre agosto de 1977 y mediados de 1978 fue el encargado de la colectividad en Chile, en un equipo de dirección que además integraban Crifé Cid (“Mariana”) y Guillermo Teillier (“José”). Quienes conocieron a Farías saben que era un personaje humilde. Nunca le interesó autorepresentarse como un héroe hecho de una madera distinta al resto o portador de una característica especial.

Rolando Álvarez Vallejos. Departamento de Historia. Universidad de Santiago de Chile. Santiago. 9/2024. Este año 2024 se cumplen 18 años de la partida de un legendario militante comunista. El día viernes 29 de septiembre de 2006, tras una larga agonía, falleció en el Hospital Sótero del Río el antiguo dirigente clandestino del Partido Comunista de Chile Nicasio Farías Araya. Desconocido incluso para sus propios compañeros de Partido, entre agosto de 1977 y mediados de 1978 fue el encargado de la colectividad en Chile, en un equipo de dirección que además integraban Crifé Cid (“Mariana”) y Guillermo Teillier (“José”). El trabajo de este equipo destacó por ser capaz de sortear la represión y crear condiciones materiales y políticas favorables para el reingreso de los integrantes de la Comisión Política del Partido encabezado por Gladys Marín. El 1° de mayo de 2005 sostuvimos una larga conversación con él, la que constituyó su última entrevista registrada. En la siguiente nota recordaremos fragmentos de ese encuentro sostenido en su apacible casa ubicada en el Cajón del Maipo.

Respecto al papel jugado por Farías, como lo dijera Guillermo Teillier, quien encabezó la delegación de la Comisión Política el día de su funeral, fue uno de aquellos dirigentes que jugaron un rol fundamental en la historia de su partido y de la izquierda chilena. Tal vez el principal logro de la generación de clandestinos que representa Nicasio Farías, fue derrotar la escalada represiva de la DINA y del Comando Conjunto, que habían detenido y hecho desaparecer a buena parte de las integrantes del Comité Central del Partido que estaban ubicados en Chile. En ese contexto Farías destacaba que la preocupación, la angustia y el miedo predominaban entre los años 1974 y1975: “Pasaron cosas malas, pésimas. El primer gran recuerdo de todos los períodos que vivimos fue la forma cómo se mantenía la situación de los desaparecidos. Nosotros íbamos sabiendo ‘cayó tal compañero, mataron a tal compañero’, y en un momento determinado llegamos a decir ‘bueno, vamos a pararnos a tal esquina, el otro lo mira para saber si está vivo todavía y que está vigente’.  Las medidas de seguridad se hacían insuficientes ante la magnitud de la represión”. Recordaba Farías “no tomamos medidas especiales, las células funcionaban medianamente con toda esta cuestión, pero medidas…Comentábamos con los compañeros, incluso con los compañeros que nos atendían ‘¿hasta cuándo vamos a seguir constatando la desaparición de compañeros, la pérdida de un compañero, diciendo mataron a tal compañero, desapareció tal compañero?’. Ese era el comidillo en las reuniones, aparte de la información que se entregaba y del balance que se hacia de las actividades que se realizaban. Pero esa parte de la conversación personal con la autoridad, con el dirigente que nos iba atender, era la constatación de los problemas en la seguridad”.

Quienes conocieron a Farías saben que era un personaje humilde, aspecto también recordado por Teillier en el momento de su último adiós. Nunca le interesó autorepresentarse como un héroe hecho de una madera distinta al resto o portador de una característica especial. Por el contrario, Farías destilaba su sencillez proletaria y la humanidad del pueblo chileno. Los años más duros de la clandestinidad eran en extremo difíciles y el miedo a la represión y la pena por el compañero caído eran parte de la vida cotidiana.

Por ejemplo, a Nicasio lo golpeó mucho la desaparición de su camarada y amigo Enrique Correa Arce, dueño de un quiosco en el centro de Santiago: “Cuando lo veía yo me alegraba. Pasaba en la micro y lo veía en el quiosco en la Alameda, ahí a la salida de la puerta de la ANEF estaba en el quiosco. Y ahí estaba el ‘pelao’ y siempre daban deseos de ir a conversar con él, pero uno pasaba en la micro y lo veía siempre. Entonces, desapareció el Correa, el ‘pelao Correa’…fue una gran angustia, una angustia total, desesperación”.

Por su parte, el Farías, más conocido en ese tiempo por su chapa de “Héctor”, relata que la vida clandestina le destrozaba los nervios. Por ejemplo -decía Héctor- “la tortura más grande compañero, era que llegara la noche, porque (era) la primera etapa cuando uno estaba en la casa, en el día andaba en la calle. Mal que mal en el día uno se las sacaba caminando pa’ allá, pa’ acá, pero en la noche llegar a la casa a alojar y saber que los van a ir a buscar en la noche, era torturante. Yo pensaba cosas, por ejemplo como irse para el cerro, dormir en el cerro para eludir la posibilidad de que lo fueran a buscar en la noche”. Por eso apenas amanecía “uno salía de la casa, salía y apenas tomaba desayuno y salir no más”.

Comunista de toda una vida, “Héctor” no se adjudicó los éxitos de su equipo a propiedades individuales. Por el contrario, la sobrevivencia en la clandestinidad se basó en gran parte por el histórico arraigo de masas en la base popular que la izquierda chilena desarrolló durante décadas de lucha. Nicasio Farías, entonces integrante del Equipo de Dirección Interior (EDI) del Partido Comunista, estuvo un periodo importante encargado de infraestructura, actividad crucial para el funcionamiento de un aparto clandestino. Parte de sus tareas cotidianas eran conseguir casas de seguridad para hacer reuniones, para guardar materiales o recursos económicos. En esa actividad, Farías recordaba muchas anécdotas. “Teníamos casas, teníamos de todo, locomoción, de todo. Las casas que nos pedían los ubicábamos, teníamos un buen equipo. Si los compañeros pedían peluqueros, teníamos peluqueros, teníamos médicos, teníamos de lo que nos pedían.  Habían dificultades pero la gente nos entregaba, nos hacia un aporte. Nunca nadie nos dijo no se puede o por qué va a venir fulano de tal.  Uno disponía de las casas. Yo me acuerdo una vez de una compañera que era feriante de la feria de la calle Diez de Julio. Yo iba a la feria y le decía ‘compañera, necesito la casa’, ‘ah ya, ni un problema compañero’, ‘el compañero va a llegar a tal hora’; ‘ya ni un problema’. La compañera lo atendía a cuerpo de rey. Ella ponía la casa y ponía a disposición de todo. Entonces los compañeros eran bien atendidos, bien comidos. Me acuerdo de un compañero que desapareció, Castillo, que era de organización, me decía ‘pero compañero cómo se le ocurre darme esta atención a mí, si usted es más que yo, cómo me va atender’. Yo le decía ‘mire compañero, yo lo atiendo así porque si usted cae, después usted se va acordar de la atención que le dábamos’. Hacía ese tipo de bromas con él y después cayó. Siempre tratamos de dar una atención de primera”.

Pero para “Héctor” la clandestinidad no solo le dio una razón por la cual seguir viviendo, sino que le permitió conocer a quien fue su compañera hasta el último de sus días. En efecto, al fragor de las cotidianas tareas de la clandestinidad, Nicasio y Crifé Cid se enamoraron. “Antes la había visto en el Partido, pero una vez en una reunión que fue la Eliana Ahumada -parece que la llevó a ella-, por ahí por Mapocho con J.J. Pérez, por ahí llegó con la compañera, ahí la vi por primera vez. Estuvo al lado mío y después me la presentó mi compadre Vivanco. ‘Esta compañera va a trabajar en lo orgánico porque ellos decidieron como le digo esas cosas que se hicieron después’.  Después con el tiempo no me acuerdo cuando, pero fue mucho tiempo después, que conocí el nombre de ella”.  Producto de las exigencias de la clandestinidad, Crifé y Nicasio informaron a la Dirección del Partido de su relación: “Nosotros lo hicimos partidariamente con la compañera. Nuestra relación comenzó no a espaldas del Partido, nuestra relación empezó con el Partido, esa fue la primera valla que me pusieron. A lo mejor yo no lo habría hecho, pero la primera valla que me puso ella fue que tenía que ser con la decisión del Partido”. Según recuerda Crifé, fue la propia Gladys Marín la que la instó a estar junto a Nicasio: “Ella me dijo -nos contó Crifé- que estaba bien. En ese sentido la Gladys era partidaria de que las personas fueran felices, solo que tuviéramos cuidado. Con ella uno podía conversar de todo un poco”.

Años más tarde, Nicasio le tocó trabajar desde el EDI vinculado al brazo armado del Partido Comunista, el popular Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Sus anécdotas eran muchas en ese periodo, aunque siempre evitó entrar en detalles, algo propio de su formación clandestina. Recordaba más bien los temores que lo inundaban en ese trabajo.  Sus recuerdos y sinceridad ayudan a explicar una parte de las motivaciones que movía a los dirigentes clandestinos.

En ese sentido, Nicasio no dudaba en señalar “la obsesión era el temor a ser tildado de cobarde, que tenía que hacerlo para demostrar que no era cobarde no más. Aunque tuviera miedo. Yo nunca temblé, por ejemplo, andar al lado de la Gladys, de ir a buscarla, de entrar en una casa. Hubo un tiempo bastante largo en que ella me recogía en el vehículo”. Durante los años ochenta, “cuando trabajé con el Frente Patriótico, también. Ahí era más terrible. Una vez en un viaje a Puerto Montt, con Vasily, un mapuche que era un alto oficial, iba otro de Temuco también…y nos fuimos en auto. Y cuando íbamos en el auto los compañeros me dicen: ‘Bueno compañero, la leyenda (una leyenda más penca que no se qué), usted es un comerciante en madera, así que decimos que vamos a comprar madera al sur’.  ¿Cómo íbamos a sostener esa cuestión de la madera? Yo sabía que estaba liquidado, yo sabía que desde que me subí al auto que no tenía ninguna alternativa. Me imagino que iban con ‘fierros’, por las cuestiones que iban contando en el vehículo. Cuando íbamos para allá no pasó nada, pero cuando volvimos, por ahí por Chillan, nos paran los pacos, nos piden los documentos y le pasamos un papel no más. El paco se los aguantó. Antes me habían dicho ‘mire compañero, no se preocupe, nosotros tenemos para sacarlo a usted, nosotros nos arreglamos’. Afortunadamente no pasó nada. Cuando estábamos en Talca, me dijeron ‘mire compañero, lo vamos a dejar hasta aquí no más, porque hay cosas extrañas en el camino, hay un vehículo medio extraño’. Yo ya me había entregado, y efectivamente había una camioneta doble cabina que andaba con unos gallos”.

En marzo de 1978, Nicasio Farías salió de Chile con un pasaporte falso bajo el nombre de “Roberto Hernández”. Llegó a Argentina y de ahí inició un periplo que lo llevó hasta Europa. Allí pudo entregar de primera fuente información a la dirección del Partido Comunista en el exterior.

Como lo recordara tantas veces Gladys Marín, sin esa generación de anónimos clandestinos, la historia del Partido Comunista de Chile hubiera sido otra, seguramente muy disminuido en su capacidad de influencia política durante la década de los ochenta. Y recogiendo lo señalado por Antonio Gramsci, como no es posible entender la historia de un partido político sino al interior de la historia del país, es perfectamente posible afirmar que la historia reciente de Chile le debe a la generación de los clandestinos como Nicasio, un aporte decisivo en la lucha por la recuperación de la democracia en Chile.