La prensa escrita retrocede de forma acelerada a nivel mundial. La pandemia, los conflictos bélicos, la inseguridad de los periodistas y la censura amenazan la información independiente y de calidad.
Sergio Ferrari. Periodista. 03/04/2022. En muchos países, los clásicos vendedores deambulantes de periódicos son ya una difusa estampa del pasado. En tanto el quiosco de venta de diarios y revistas desaparece poco a poco de las esquinas barriales y se mantiene apenas, con cuentagotas, en centros comerciales, estaciones de buses y de trenes.
No son pocos los lugares donde solo las pequeñas casetas de los cotidianos gratuitos activan el recuerdo nostálgico de lo que hasta hace algunos años fue la era, casi exclusiva, de la información impresa, radial y televisiva.
En este particular paisaje, las ventas de diarios y revistas retroceden estrepitosamente mientras los medios de comunicación compiten por los “clics” que significan ganancias en concepto de publicidad comercial.
La comunicación digital genera a diario avalanchas de información que les permite a las grandes empresas montadas sobre el Internet convertirse en actores informativos preponderantes.
En los últimos cinco años, los usuarios de los medios sociales se duplicaron en el mundo: pasaron de 2.300 millones en 2016 a 4.200 millones en 2021, según un nuevo informe de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Realidad que si bien facilita el mayor acceso a contenidos, fuentes y voces, no se corresponde, necesariamente, con un valor informativo de mejor calidad.
“Fake news” y monopolios
La información errónea y la desinformación se convierten cada día más en una amenaza a la información objetiva, coherente, profesional y de fuentes fidedignas. Las empresas de Internet actúan como vectores, multiplicadores y aceleradores de esta tendencia. Según un estudio del Instituto de Tecnología de Massachussets sobre Twitter, en dicha plataforma las falsedades “se difundían de manera considerablemente más extensa, más rápida, más profunda y más amplia que la verdad”. Por otra parte, en una encuesta realizada por Gallup en 2020 en 142 países, el 57% de los usuarios de Internet declaró que les preocupaba recibir información falsa”.
En este escenario, los ingresos publicitarios -esenciales para la sobrevivencia del sector- se han desplazado con gran velocidad de los medios de comunicación a las empresas de Internet.
Dos gigantes estadounidenses, Google y Facebook (transformado en “Meta” en octubre de 2021), concentran actualmente casi la mitad de todo el gasto global en publicidad digital. Meta cuenta con 3 mil millones de usuarios y 200 millones de empresas que utilizan sus aplicaciones y asegura la circulación de 100.000 millones de mensajes diarios. Por su parte Google, el sitio Web mundial más visitado, tiene la capacidad de procesar diariamente 1.000 millones de peticiones de búsqueda.
Según el informe Tendencias mundiales en libertad de expresión y desarrollo de los medios 2020-2021 de la UNESCO (https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000379826spa), los ingresos publicitarios globales de los periódicos se han reducido a la mitad en los últimos cinco años. Si se analiza la última década, la pérdida es de dos tercios. Esta situación tiene profundas implicaciones para el público de todo el mundo. En particular, para identificar fuentes de noticias locales fidedignas. Y el organismo internacional subraya que “cuando las comunidades pierden sus fuentes de noticias locales, los niveles de participación cívica se resienten”.
La UNESCO considera al periodismo como un bien común, concepto que valoriza el impacto de la información adecuada en la ciudadanía. Al igual que otros bienes comunes, el periodismo desempeña un papel crucial para promover un espacio cívico saludable, algo que logra cuando le proporciona a la comunidad información objetiva y basada en hechos verificables. Esto es esencial para que la ciudadanía pueda participar en una sociedad libre y abierta. No obstante, para que funcione como bien común, debe ejercerse en condiciones políticas y económicamente viables. De lo contrario, le resulta prácticamente imposible generar noticias y análisis de calidad, independientes y fiables. En síntesis, para poder informar, antes tiene que existir.
Censura y agresión a la prensa
La crisis financiera de la empresa periodística que en muchos países se expresa en el cierre acelerado de periódicos, revistas y otros medios, se ha visto agravada en el último decenio por la erosión de las libertades de prensa.
Según datos de la UNESCO, en unos 160 países siguen vigentes leyes penales que tipifican la “difamación” como delito. Por otra parte, desde 2016 unos 44 países han aprobado o modificado legislación con fórmulas imprecisas o sanciones desproporcionadas con respecto a contenidos en el Internet. Con el agravante de casos crecientes de bloqueo del servicio de noticias en línea y pirateo de sitios Web de diversos medios, así como control-espionaje ilegal de periodistas.
En su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa de 2021, Reporteros sin Fronteras (https://rsf.org/es/clasificacion-mundial-de-la-libertad-de-prensa-2021-periodismo-una-vacuna-contra-la-desinformacion) identificó graves impedimentos para el ejercicio del periodismo en 73 países y obstáculos en otros 59 del total de 180 evaluados. Es decir, un 73%.
Realidades conflictivas como la actual de Rusia-Ucrania no favorecen la “normalidad” informativa. En Ucrania ya han perecido varios trabajadores de prensa. La Comisión Europea, por su parte, borró la presencia en la Unión Europea (UE) de las cadenas del Grupo Rusia Hoy (RT) y el acceso al sitio de información Sputnik, como parte de las sanciones contra la Federación de Rusia y sin ningún procedimiento jurídico mediante. Medida criticada por la Federación Internacional de Periodistas (FIP) para quien la UE “no tiene competencia para tomar ese tipo de medidas”.
Balas contra noticias
El marcador trágico del sitio Web de la FIP (Federación Internacional de Periodistas; https://www.ifj.org/es.html), que se actualiza diariamente, indica que 18 periodistas o personal de medios han sido asesinados entre inicios del año y el 21 de marzo.
El 16 de marzo, sucumbió en un atentado Armando Linares, director del portal mexicano Monitor Michoacán, convirtiéndose así en el octavo comunicador víctima de homicidio en ese país en lo que va del año. Significativamente, el país azteca encabeza la lista de las naciones con más trabajadores de prensa asesinados durante el primer trimestre de 2022. Según la FIP, entre enero y marzo también murieron violentamente 6 profesionales de la comunicación en Tanzania y 4 en el marco del actual conflicto bélico entre Rusia y Ucrania.
Desde 2016 hasta finales de 2021 diversos organismos internacionales contabilizaron 455 periodistas asesinados en ejercicio de su actividad. Con el agravante de que casi nueve de cada diez de esos casos siguen sin resolverse. El alto índice de impunidad a nivel mundial aparece como una de las amenazas más serias contra el periodismo. Otra cara de la inseguridad que padece el gremio: a fines de 2020 se contabilizaron más de 270 periodistas encarcelados.
Por otra parte, la violencia masiva en línea contra los/las periodistas, en particular las mujeres, constituye otra tendencia agravada. El informe de la UNESCO reveló que, en 2021, siete de cada diez mujeres periodistas encuestadas habían padecido violencia en línea. Una quinta parte de esas profesionales sufrió ataques o maltratos personales relacionados con las amenazas recibidas previamente en línea.
No menos significativas son las agresiones a periodistas que cubren concentraciones públicas, manifestaciones y disturbios. Entre enero y agosto del año pasado alcanzaron una frecuencia preocupante. El organismo de la UNO registró este tipo de ataques en al menos 60 países. Desde 2015, al menos 13 periodistas han sido asesinados mientras cubrían protestas en las calles.
Futuro incierto
El periodismo, es decir, el bien común que permite informarnos e informar, vive una realidad cada día más preocupante.
En el último lustro, cerca del 85% de la población mundial ha sido testigo de una disminución de la libertad de prensa en sus respectivos países. La cifra de asesinatos, aunque estable o en disminución, ha experimentado una remontada significativa en el primer trimestre de 2022. Y la violencia en línea en constante aumento, se prolonga, en muchos casos, en violencia personal directa.
Además, los cambios veloces y las transformaciones financieras y tecnológicas, han causado en diversos países al cierre de medios de comunicación, especialmente algunos que servían a comunidades locales o públicos regionales. En algunos casos han conducido a la concentración creciente de medios, absorbidos por grandes grupos empresariales. En Francia, por ejemplo, diez multimillonarios poseen el 90% de los medios. Los tres grandes grupos suizos de prensa -RX Group, CH Media y Ringier- controlan el 82% de los medios en la Suiza alemana.
Se constata también el desplazamiento brusco de lectores y de publicidad hacia el Internet, con el consiguiente efecto negativo en la prensa escrita. Y no hay que olvidar que el impacto económico de la pandemia aumentó la crisis del periodismo, la cual “ahora amenaza con desencadenar una extinción masiva de los medios periodísticos independientes”.
Frente a estas tendencias, los periodistas y sus organizaciones sindicales y profesionales multiplican modelos innovadores para tratar de preservar la existencia y la independencia de la actividad. Por ejemplo, propuestas de reducciones impositivas; promoción de subvenciones directas e indirectas de los Estados a los medios –con garantías de autonomía de los mismos–, así como la multiplicación de nuevos medios informativos financiados casi en su totalidad por sus propios suscriptores, lo que reduce la dependencia de la publicidad comercial. Como ocurre con Le Courrier, Republik, Die Woz o Haupstadt, en Suiza.
Iniciativas alternativas que lanzan en una época de crisis, señales de esperanza para un periodismo independiente, activo, profesional y garante de diversidad. Una forma que intenta desde lo local-regional reactivar los desafíos siempre imprescindibles -aunque vengan del siglo pasado- de un Nuevo Orden Informativo Mundial.