La académica y exministra indicó que la alianza establecida desde el PC hasta la DC, y que lleva de candidata a la presidencia a Jeannette Jara, “es la mejor noticia en el escenario que venimos experimentando desde hace no menos de 15 años” y aseveró que debe ser “una alianza política estable que sea capaz de darle rumbo y orientación al país, un proyecto que vuelva a hacerle sentido a la ciudadanía, que ofrezca no sólo respuestas urgentes sino perspectiva de futuro y proyección en el tiempo”. Opinó que se trata de “una gran alianza política para cuando se está y para cuando no se está en el gobierno, para cuando se es mayoría o minoría en el Congreso”. La psicóloga y antropóloga, militante del PS, planteó preocupación de que en esta campaña presidencial no se esté abordando bien la propuesta de proyecto-país y la exposición de ideas. “Es bien importante formularse estas interrogantes cuando todas las candidaturas empiezan a priorizar elementos similares de un diagnóstico que surge de los estudios de opinión”, dijo. Manifestó que “lo no verbalizado, lo escondido detrás de llamativos titulares, es precisamente lo que está en juego en la próxima elección presidencial y que deberá enrumbar la dirección del país”. Añadió que “se juegan proyectos de sociedad que, al no ser explícitos y más bien evitados en los debates públicos, nublan la capacidad para entender cuáles son las políticas públicas necesarias para abordar problemas cruciales”. Respecto al ascenso que tendría la extrema derecha en esta elección presidencial, señaló que “a nivel social, me parece que es discutible que hayan crecido todas las visiones propias de la extrema derecha o que la mayor parte del electorado ahora está con la ultraderecha”. Más bien cree que eso se da en los ámbitos de fuerzas políticas. Hardy apuntó a que “más que un crecimiento de la derecha extrema en la sociedad hay un debilitamiento de los valores y adhesión a la democracia, asociado a frustraciones por sucesivos gobiernos de distinto signo político. Sin duda hay un terreno fértil en la sociedad para las ideas clásicas de la extrema derecha más populista, pero creo que es de alta volatilidad y selectividad. Milei muestra esa volatilidad”.
Hugo Guzmán. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 9/2025. ¿Crees que con el posicionamiento que tiene José Antonio Kast, candidato presidencial de la extrema derecha, en base a las encuestas y análisis políticos, estamos viviendo en Chile el fenómeno de avance de ese sector? ¿Se está produciendo una reconfiguración en el campo conservador, considerando a la derecha tradicional o la extrema derecha?
Como el propio José Antonio Kast ha expresado -sin explicitar en esta campaña lo que íntimamente son sus convicciones, las mismas que representan las fuerzas políticas que lo apoyan- “todos saben lo que pienso”. Sin duda, él piensa como un dirigente de ultraderecha. Y de esos existen ejemplos mundiales no sólo en cómo piensan, sino, sobre todo, en lo que hacen. Tenemos el ejemplo cercano de Javier Milei en Argentina y, en el pasado reciente, a Jair Bolsonaro, condenado hace pocos días por intento de golpe de Estado en Brasil. Kast, a ambos los ha citado como inspiración, junto con sus permanentes referencias al presidente salvadoreño Nayib Bukele. Así como es evidente su cercanía con Donald Trump de Estados Unidos. Y en Europa con los liderazgos de extrema derecha más destacados y alabando especialmente a Viktor Orban, el presidente ultraconservador de Hungría.
Ahora bien, tu pregunta es si hay un avance de la extrema derecha en Chile. Creo que cabe hacerse esa pregunta, pero en dos planos distintos: en el plano de las fuerzas políticas y en el de las opciones de la ciudadanía. En el plano de las fuerzas políticas no tengo dudas del avance de la extrema derecha y su diseminación al interior de las fuerzas políticas de la derecha tradicional. En cambio, en el plano de la sociedad, de las opciones ciudadanas, me caben dudas que estemos hablando de un giro mayoritario a la extrema derecha. En el plano político, tal avance se evidenció ya en la campaña presidencial anterior en que, recordemos, José Antonio Kast fue mayoría en primera vuelta con un programa mucho más duro y confrontacional que el actual. Pero eso tenía un techo, como se desprende de su derrota en segunda vuelta. No nos sorprendamos que ese programa ya no esté presente en esta nueva campaña de José Antonio Kast. Desde entonces hasta el momento actual, cuatro años después, las fuerzas políticas de la derecha han levantado tres candidaturas y en las campañas de todas ellas es notorio el predominio de una matriz común, más conservadora, que nos retrotrae al escenario de la derecha política posdictadura. Y esto ha sido funcional a la estrategia de campaña de José Antonio Kast. Por un lado, está flanqueado por Johannes Kaiser, un liderazgo duro, declaradamente conservador y con la retórica más clásica de la ultraderecha y, por el otro, por una Evelyn Matthei que intenta posicionarse en la misma línea de endurecimiento -estrategia que recién abandonó en el primer foro presidencial- lo que ha permitido que Kast aparezca más moderado, contribuyendo a edulcorar su imagen respecto de la campaña anterior. De esto ya había síntomas claros, recordemos no más el resurgimiento sin pudor del pinochetismo para la conmemoración de los 50 años del golpe civil-militar. Expresiones que han regresado con el mismo desenfado en esta campaña, no sólo en boca de Evelyn Matthei, que después mira las encuestas y entonces se excusa, sino además de su flamante jefe de campaña y exlíder empresarial, Juan Sutil.
Sin embargo, a nivel social, me parece que es discutible que hayan crecido todas las visiones propias de la extrema derecha o que la mayor parte del electorado ahora está con la ultraderecha. Y lo sostengo, más allá de que hasta el momento las tres candidaturas que estamos analizando sumadas reflejan una mayoría electoral en todos los estudios de opinión e incluso considerando que un estudio reciente sobre valoración de presidentes del pasado muestra que (Augusto) Pinochet mejora su evaluación, abandonando la marginalidad en la que estaba por su condición de dictador. Ciertamente, están ganando espacio visiones que creíamos desterradas y no poco porcentaje de la población responde que, ante ciertas circunstancias, es preferible un gobierno autoritario y otras tantas afirman que da igual un gobierno democrático o uno autoritario. Sin embargo, en mi opinión, más que un crecimiento de la derecha extrema en la sociedad hay un debilitamiento de los valores y adhesión a la democracia, asociado a frustraciones por sucesivos gobiernos de distinto signo político. Y eso castiga, especialmente, a quienes representan fuerzas políticas que han gobernado y gobiernan el país. Sin duda, hay un terreno fértil en la sociedad para las ideas clásicas de la extrema derecha más populista, pero creo que es de alta volatilidad y selectividad. Milei muestra esa volatilidad ante el fracaso económico de sus promesas, y otro tanto está empezando a ocurrir con Trump. Y son ciertas áreas valóricas selectivas las que crecen a nivel social y no todo el arsenal del ideario de la extrema derecha. Son determinadas ideas y propuestas las que se valoran socialmente en la actualidad, como el orden, la fuerza y la desconfianza en los “otros”, propias del mundo de la derecha más extrema, si bien, por otro lado, se apoya la presencia estatal en los derechos sociales, el trato digno y horizontal, así como libertades e igualdad para las mujeres, propias del progresismo.
Y, para hacer más complejo el cuadro, tenemos que en el mundo político progresista empiezan a permear ciertos sesgos ideológicos ajenos que traspasan límites en materia de xenofobia y en el uso destemplado del orden y la fuerza para abordar, ni más ni menos, la inmigración y la inseguridad. Y, en la vereda opuesta, para las fuerzas políticas de derecha en nuestro país, el paquete ideológico se defiende completo y no de manera parcial, no es en ciertas ideas selectivas, sino radicalmente en todas las dimensiones de la convivencia. Por eso, el progresismo está desafiado a entender profundamente estos fenómenos para recuperar su ideario y sintonizar al mismo tiempo con una sociedad cuyas adhesiones ideológicas son más volátiles y que además han sido permeadas por una realidad cotidiana de alta inseguridad que necesita ser contenida. Y, además, el progresismo se enfrenta a la evidencia que el giro de endurecimiento de las derechas políticas en este país nos pone en un cuadro de alto riesgo para conquistas en el plano de las libertades y de los derechos, no sólo en algunas de ellas.
“Lo no verbalizado, es precisamente lo que está en juego en la próxima elección”
¿En tu opinión qué se juega el país, o la gente, en la elección presidencial de noviembre próximo? En ese camino, ¿cómo estás percibiendo el debate de las ideas? De repente parece imponerse el ripio sobre lo robusto.
Es bien importante formularse estas interrogantes cuando todas las candidaturas, con diversas propuestas, empiezan a priorizar elementos similares de un diagnóstico que surge de los estudios de opinión. Foros, entrevistas, mensajes en redes sociales, reproducen que la economía anda mal, que la seguridad pública no existe, que la inmigración irregular castiga a la población. El elector -la gente, en tu pregunta- observa un panorama de candidaturas que le hablan de los mismos problemas a resolver, aquellos que en las encuestas aparecen priorizados por la mayoría de la opinión pública, y debe optar por quien le parece más confiable, creíble, convincente, pues las propuestas, que escasean en contenidos, pero son muy llamativas como titulares, no distan mucho unas de otras. Y hasta es probable que pudiéramos escoger buenas iniciativas de varias candidaturas. Con ese escenario, ¿es posible acaso distinguir qué hace la diferencia entre las opciones presidenciales, cuando lo sustantivo se oculta y lo que queda es la lista de medidas concretas para abordar los dos o tres problemas considerados cruciales? Ese trasfondo, lo no verbalizado, lo escondido detrás de llamativos titulares, es precisamente lo que está en juego en la próxima elección presidencial y que deberá enrumbar la dirección del país.
Conservadurismo versus progresismo; neoliberalismo versus Estado democrático y social de derechos; individualismo versus solidaridad; Estado mínimo y mercados desregulados versus roles sociales indelegables del Estado con mercados regulados; variantes autocráticas versus respeto irrestricto de las reglas democráticas; confrontación y polarización versus diálogo y cooperación; creciente relativismo en materia de derechos humanos versus centralidad de tales derechos humanos; patrañas, prejuicios y mentiras versus conocimiento, ciencia y verdad. Todos estos principios orientadores del quehacer político son los que se pondrán en tensión en la próxima gestión presidencial para responder, precisamente, los acuciantes problemas macro y microeconómicos, de crecimiento con generación de empleos de calidad y reduciendo las brechas de género, de violencia y sus distintas formas de manifestación, de convivencia con una pluralidad propia de países con fronteras abiertas aún si altamente resguardadas, de desigualdades y ausencia de cohesión social.
En efecto, se juegan proyectos de sociedad que, al no ser explícitos y más bien evitados en los debates públicos, nublan la capacidad para entender cuáles son las políticas públicas necesarias para abordar problemas cruciales. Pero ha habido exabruptos y también algunas propuestas que permiten asegurar que esos proyectos existen y que se van a materializar dependiendo quien acceda a la presidencia del país, sobre todo si lo hace con una mayoría parlamentaria que pavimenta su implementación en el ejercicio del poder. Me refiero obviamente a las candidaturas que tienen la mayor probabilidad de acceder al Poder Ejecutivo y las fuerzas políticas que le acompañan. Por un lado, Kast, (Evelyn) Matthei y Kaiser que, con matices y giros permanentes, tienen la misma matriz y, por otro lado, la candidatura de Jeannette Jara, como expresión de la mayor parte de las fuerzas políticas de la izquierda y centroizquierda.
¿Es una buena noticia esta alianza que va desde el Partido Comunista hasta la Democracia Cristiana, como opción política, programática y electoral? Se puede ganar o perder la presidencial, pero en perspectiva, ¿ves necesaria que persista esa alianza desde la DC al PC, lo que se llama consolidar una “centroizquierda”, o lo ves de otra manera?
Más que buena, es la mejor noticia en el escenario que venimos experimentando desde hace no menos de 15 años, en que la dispersión y fragmentación del progresismo, la pérdida creciente de representatividad de sus partidos, la desconfianza creciente de la ciudadanía respecto de las instituciones y del ejercicio del poder, nos han debilitado al punto de que existen altos riesgos electorales, ya no sólo de ser minoría, sino incluso de desaparecer en algunos casos. Pero, mucho más de fondo, estamos ante el riesgo de pérdida de vigencia del ideario progresista. Hemos asistido al tránsito de partidos que, de programáticos, han devenido a ser meros instrumentos electorales, con creciente vaciamiento de contenidos. O, con la mantención de amplios principios orientadores, de viejas y conocidas consignas, pero sin ningún análisis de la realidad del país, de nuestra sociedad, de nuestra América Latina y del mundo en general, que han cambiado drástica y radicalmente. Y las coaliciones y alianzas que conocimos se han agotado por el mismo fenómeno, por ser un conjunto de siglas y no por un proyecto compartido que vaya más allá de algunos grandes acuerdos que luego se disuelven en disputas y puntos de vista que no construyen un espacio común. La Concertación fue un proyecto compartido por largo período, si bien no pudo resolver disensos con el paso del tiempo ni ampliar su convocatoria, hasta que dejó de serlo. La Concertación ya no existe. Luego vino la Nueva Mayoría y las diferencias internas no se resolvieron con un debate conducente a construir un proyecto común, sino por una negociación de mínimos compartidos que soslayaron los disensos y tuvo, por lo mismo, vida corta. Y luego se recompusieron dos fuerzas, el Frente Amplio y el Partido Comunista, por un lado, y el Socialismo Democrático, por otro, que dejaron fuera a la Democracia Cristiana, que han cohabitado para darle sostén a este gobierno sin dirimir un proyecto más allá de darle gobernabilidad a un gobierno de minoría en el Congreso.
Hoy en día la mejor noticia es que hay voluntad de que se sienten a reflexionar en conjunto sectores políticos que tienen diferencias, trayectorias distintas, arraigos diferenciados, pero que están compelidos a encontrar un proyecto progresista compartido, porque lo que enfrenta el país próximamente es decisivo, y en un escenario mundial de cambio radical y altamente incierto. Acá no se trata de un acuerdo electoral para salir del paso en esta elección presidencial y en el posicionamiento en el Congreso. Ciertamente, esto se juega en lo electoral, pero el conglomerado que se está articulando debe trascender estas elecciones. Una alianza política estable que sea capaz de darle rumbo y orientación al país, un proyecto que vuelva a hacerle sentido a la ciudadanía, que ofrezca no sólo respuestas urgentes sino perspectiva de futuro y proyección en el tiempo. Una gran alianza política para cuando se está y para cuando no se está en el gobierno, para cuando se es mayoría o minoría en el Congreso. Porque la democracia sabemos que es alternancia y ella ofrece el espacio para que los proyectos disputen hegemonía. Y para eso debe existir un proyecto.
Para mí, el mejor ejemplo es el Frente Amplio de Uruguay, que no tiene nada que ver con el Frente Amplio chileno, sino con la actual alianza electoral construida para estas elecciones desde el punto de vista de su composición, desde la DC al PC. Pero, por ahora, hasta ahí llega el parecido. Si observamos la trayectoria del Frente Amplio uruguayo se advierte que su acción y estrategia política apunta a la permanente construcción y transformación del proyecto. Una vez convenido el proyecto, que obviamente es algo distinto a políticas públicas para un programa de gobierno que, claro está, se nutre del proyecto acordado, recién surgen las primarias para dirimir quién constituye el mejor liderazgo para encarnar ese proyecto. El Frente Amplio uruguayo ha sobrevivido como la coalición más estable que conozcamos en América Latina, ha estado y dejado de estar en el gobierno, ha sido mayoría y minoría en el Congreso. Y los uruguayos saben lo que representa y ofrece ese Frente Amplio. Es decir, es una coalición que trasciende los fines puramente electorales.
El progresismo chileno tiene este reto por delante y creo, por lo mismo, que todo el proceso que se desencadena a partir de las primarias y que encabeza ahora Jeannette Jara, debería ser entendido como crucial por todas las fuerzas políticas progresistas, incluidas aquellas que no van juntas en la elección parlamentaria. Lo que Chile tiene al frente, al igual que lo viven tantas otras sociedades en el mundo, es el reto de sostener una democracia que, como bien ha sido caracterizada, está asediada, e impedir que los avances logrados en derechos no se pongan en riesgo y que tampoco se estanquen. Si no entendemos que eso está jugándose ahora y que está presente la amenaza de un ciclo de hegemonía de las derechas más duras y conservadoras, esa será una inexcusable derrota al margen de los resultados electorales.
“Sin reforma modernizadora del Estado sólo surgirá la impotencia”
Es cierto que estamos en plena campaña electoral, pero al mismo tiempo siguen sobre la mesa casos de afectaciones institucionales, de corrupción, de malas prácticas, de baja evaluación de los partidos, del Congreso. ¿Se está contribuyendo desde la actividad política a reforzar confianzas, a creer en las instituciones, a creer precisamente en la actividad política?
Ese es, precisamente, el escenario que explica la situación política actual y la relación cada vez más distante y desconfiada de la ciudadanía con la política y con sus instituciones tradicionales. La combinación de uso abusivo del poder, de erosión de instituciones que empiezan a decaer en la imagen pública, de corrupción, clientelismo político, de malas prácticas y delitos en los servicios públicos, pero también en el Poder Legislativo y Judicial, partidos como agencias de empleos o como Pymes para reclutar candidaturas, es un diagnóstico que se viene realizando desde hace muchos años, pero cuya persistencia supera lejos las respuestas correctivas. Y tal realidad también está presente en el mundo progresista mostrando una feroz inconsistencia entre el discurso o las promesas y las prácticas reales.
Pero no es sólo eso, sino un Estado que no está en condiciones de hacerse cargo del país actual y de sus exigentes retos próximos. No bastan reformas políticas que democraticen a los partidos y encaucen su quehacer, no basta aplicar la legislación vigente sin contemplaciones y promover nuevas legislaciones para los vacíos, no basta que los liderazgos sean realmente representativos y den garantías de respetar lo que representan. Todo eso es necesario, pero sin reforma modernizadora del Estado sólo surgirá la impotencia para poder implementar programas de gobierno que se comprometen ante la ciudadanía. Es en la gestión pública donde está radicada la mayor frustración cotidiana de vecinos y vecinas. Lo constato con mucha más evidencia en los años que llevo viviendo fuera de la Región Metropolitana. Es en regiones y ciudades más pequeñas en donde se hacen más evidentes las crudas realidades políticas y la mediocre gestión de instituciones. Hasta ahora, vemos que el sistema político está lejos de hacerse cargo de los problemas mencionados y que dan origen a legislaciones parciales y aparecen resistencias a medidas correctivas de fondo. Pero más ausente aún está tener como prioridad una reforma profunda del Estado, no sólo en la selección de quienes entran al servicio público, la recuperación de la vocación de servidor público, el reconocimiento del mérito y la trayectoria, la formación permanente, remuneraciones coherentes con la realidad económica del país y de los trabajadores en el sector privado, sino además en los procesos de descentralización y regionalización que hasta ahora son insuficientes con grave amenaza para la gestión pública sobre todo en regiones. El pendiente paso de administraciones locales a gobiernos municipales, el rediseño de la coordinación y la intersectorialidad para proveer servicios integrales en el territorio. Y, una vez más y centralmente, el espacio fiscal suficiente para que los servicios públicos y los programas lleguen a la población. El resto, es pura retórica. Y ahí hay un debate crucial mal planteado, porque sólo apostar al crecimiento económico sin garantizar su justa distribución social es como retrotraernos a los debates posdictadura en sociedades y economías tan transformadas con las nuevas tecnologías, la revolución digital, la penetración de la inteligencia artificial. Ni hablar del impacto, además, del cambio de reglas del orden mundial, que aún no sabemos cuáles son porque las actuales ya no rigen.