Investigó un tema apasionante: la realización de películas en Chile desde el departamento de cine y televisión que tuvo la CUT hasta 1973. A lo largo de 262 páginas, distribuidas en una suerte de documental en sí, con capítulos titulados, escenas y libreta de notas, va dando cuenta de un proceso sociocultural y político que se llevó a cabo en nuestro país a partir de los 60, y con más ímpetu, durante el gobierno de la Unidad Popular.
Gabriela Aguilera Valdivia. Se escuchaba en los 90 que el cine chileno era malo, con mal sonido, mala fotografía. Aquellas críticas han quedado atrás. Los avances de la tecnología y el acceso de los realizadores a los recursos para crear cine en Chile (concordemos en que siempre faltan), han llevado a que hoy gocemos de una producción cinematográfica y documental de excelencia. La queja de ciertos sectores está ahora en que el cine chileno habla demasiado del golpe de Estado. Con datos en mano, es fácil ver que eso no es cierto, ya que de las 613 películas estrenadas entre 2001 y 2023, solo 92 tratan del golpe, la dictadura y el gobierno de la Unidad Popular, o sea, el 14,8%. Lo que sí es cierto y constante, es la mirada comprometida de los realizadores.
Felipe Montalva Peroni es un periodista y realizador audiovisual que investigó un tema apasionante: la realización de películas en Chile desde el departamento de cine y televisión que tuvo la CUT hasta 1973. A lo largo de 262 páginas, distribuidas en una suerte de documental en sí, con capítulos titulados, escenas y libreta de notas, va dando cuenta de un proceso sociocultural y político que se llevó a cabo en nuestro país a partir de los 60, y con más ímpetu, durante el gobierno de la Unidad Popular. El autor de “Escenas Perdidas” hizo entrevistas a los directores de esas películas, a los que colaboraron en la realización, a los que participaron de distintas maneras para que aquellos documentos audiovisuales existan hoy.
El valor del registro es inmensurable. Muestran lo que fue nuestro país como fuerza creadora y artística. También el compromiso de los trabajadores de la cultura y el compromiso ciudadano que exigía aquel momento histórico. El espejo nos devuelve una imagen que ha cambiado pero que, en la mayoría de los casos, mantiene aquel convencimiento y aquel propósito de los cineastas.
Primera revelación: la CUT tuvo un departamento de cine y televisión. No estaba vinculado a la academia ni tampoco a pequeños grupos de elite. Había surgido como brazo cultural de la CUT, con los objetivos de formar, educar y difundir. Los realizadores, cuyos nombres destaca Felipe Montalva Peroni, venían de distintos ámbitos. Concordaban con los objetivos del departamento de cine y televisión de la CUT, tenían una mirada política que se abría al proceso de cambio que necesitaba del arte y la cultura para proyectarse y sostenerse a partir de una ciudadanía consciente.
El autor del libro rescata las voces de los realizadores, la mayoría de militancia comunista. Algunos de avanzada edad, cuentan cómo trabajaban, cómo eran capaces de superar problemas técnicos, climáticos, de recursos económicos, y el ánimo que predominaba en los equipos. Hablan del trabajo colectivo, de la participación y la alegría de la creación artística. También queda a la vista lo que ocurrió después del Golpe y las formas ingeniosas en que lograron salvar muchas de las cintas, a veces sacarlas del país o bien resguardarlas en escondites insospechados durante muchos años, hasta que fuera el momento exponerlas otra vez. Heroica labor en un tiempo de persecuciones y muerte. Muchas películas se perdieron o fueron destruidas. De otras, no se sabe, porque los que tenían la clave de la información han partido.
Segunda revelación: aquellos realizadores eran documentalistas. Les interesaba el registro, dejar constancia de lo que estaba ocurriendo en Chile. Por eso no hacían ficción. En lo ficcional, solo se remitían a insertar un par de actores en un contexto social real (la fábrica, el pueblo, el sindicato, la calle) y dejar que la historia se desarrollara siguiendo su propio hilo, aunque hubiese un marco mínimo previo. La gente que se ve en estas cintas es gente real, que sabe que se está filmando algo y ha consentido en participar. Podemos apreciar esta decisión de los realizadores en el cine chileno actual, en la literatura, la fotografía. Parece que fuera un rasgo creativo de los artistas chilenos.
Tercera revelación: el autor nombra varias películas documentales y algunas pueden verse en internet de manera gratuita, como “La Marcha del Carbón” y “Un Verano Feliz”. Estas dos especialmente, son conmovedoras, cercanas, muy chilenas. Y aunque hay ese afán documentalista innegable, se aprecia el sentido estético en algunas tomas, en el uso de ciertos ritmos, en los tempos narrativos. Las imágenes permanecen en la retina y el sentimiento cuando la película termina.
Cuarta revelación: varias de estas películas se exhibieron en muestras y festivales internacionales y ganaron premios importantes. No interesaban las carencias técnicas porque los jueces lograban ver, más allá de eso, la belleza de estas imágenes, la emoción que provocaban en el espectador y la coherencia del texto que no se narraba en su totalidad sino ejercitando la elipsis, un recurso artístico con un fin: que el espectador terminara de construir la historia y por lo tanto, estuviera dentro de ella.
“Escenas perdidas”, un libro documental publicado por editorial Quimantú, recoge la memoria, un bien cultural intangible que los realizadores rescataron para proteger esta parte del legado nacional. Hay más revelaciones en este libro y vale la pena darse el tiempo para leerlo, aprender de nuestro cine, tan identitario y emocionante como es nuestra historia y nuestro paisaje.