¡Con mi plata no!

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Hoy en día, emerge entre las ruinas de oropel de su obra, esa concepción del hombre de Pinochet, que lo convierte en un individuo que mezquina las migajas que el sistema le permite.

Hernán González. Profesor. Valparaíso. 21/8/2024. En 1987, en una de sus típicas improvisaciones pronunciadas con esa voz nasal y desagradable que lo caracterizaba, rodeado de su séquito de acólitos entre los que destacaban Coloma, Chadwick, Lavín, Longueria, Cardemil, violadores de los derechos humanos, nuevos ricos como su yerno Ponce Lerou y un empresariado variopinto que sacó ventaja de las políticas implementadas por el entonces joven ministro de hacienda Hernán Büchi, Pinochet realizó una de sus más profundas profecías: “Haré propietarios y no proletarios”.

Por cierto, el cumplimiento de esta tuvo un costo social enorme, el que se expresaba en cifras de pobreza que bordeaban en 40% al culminar su dictadura. Tampoco fue, como presumía el filósofo pop del neoliberalismo, Joaquín Lavín, producto de una revolución silenciosa consistente en la aplicación de una acertada política económica. Ni tampoco, como se sostuvo por décadas, gracias a la arquitectura institucional inteligentemente concebida e implementada por Jaime Guzmán y un par de ideólogos más de la dictadura.

La una y la otra son el resultado de la violación sistemática de los derechos humanos; la persecución y aniquilamiento del movimiento sindical; la censura y la proscripción del pensamiento y las opiniones opositoras, lo que llegó a expresarse en el medieval Artículo 8° de la Constitución del 80 o del 24 transitorio que legalizaron la persecución y el aniquilamiento de la izquierda. En realidad, la dictadura y la derecha no hicieron ninguna gran obra, excepto el genocidio del pueblo chileno.

Hoy en día, emerge entre las ruinas de oropel de su obra, esa concepción del hombre de Pinochet, que lo convierte en un individuo que mezquina las migajas que el sistema le permite. La industria de las AFP colocaron  en la boca de sus testaferros el lema “con mi plata no”, consecuencia de la sentencia pinochetista y que sería, según sugirió José Piñera en una reciente intervención realizada en Argentina -epicentro de la reacción y cabeza de playa de la política de la derecha norteamericana en América Latina-, la que habría definido el resultado del plebiscito constitucional posterior a la Convención Constitucional y la habría garantizado el triunfo a la derecha.

Un triunfo cultural ciertamente, producto de la represión y el control del Estado que los empresarios, especuladores y prestamistas, han tenido por décadas. Producto de una batalla cultural que se libra en todos los ámbitos de la vida social y política. En los medios, en el sistema educacional; en la movilización de las organizaciones sociales y ciudadanas por el cumplimiento de sus reivindicaciones y  en el Estado y las  instituciones. Es precisamente la batalla que debiera definir en el mediano plazo la dirección en que se resolverá la crisis política e institucional que tiene crujiendo al país y en la actualidad, colgando en la incertidumbre. Situación de la que la ultraderecha saca ventaja; que está determinando el hundimiento definitivo de lo que queda de los representantes de la democracia de los acuerdos pero que no necesariamente garantiza el éxito de quienes luchamos por la transformación del modelo neoliberal.

De hecho, es esperable que esta situación sea aprovechada por sus sostenedores para provocar la irrupción de un centro radical que la posponga indefinidamente en medio de espasmódicos estallidos de descontento social. Va a ser definitoria, por lo tanto, la movilización de la opinión pública; de las organizaciones sociales y sindicales para presionar en el sentido de la realización efectiva de las reformas impulsadas por el gobierno en educación, pensiones y negociación colectiva, y que le ponga músculo y contenido a las candidaturas de la izquierda, que según sugieren recientes encuestas, con todo lo relativo e interpretables que son, tienen buenas posibilidades tanto en las elecciones locales como en las próximas presidenciales.

La reforma cultural y el triunfo de los que luchamos por más democracia, más justicia social, más igualdad, más libertad y autonomía social y personal pasa necesariamente por la lucha contra la ideología reaccionaria y proempresarial que se oculta tras el lema “con mi plata no”. Por desenmascarar su contenido de clase, que es la defensa de la propiedad de los grandes consorcios a través de la apropiación mensual de parte de los salarios de trabajadores y trabajadoras, a los que se hace creer que su humilde propiedad secuestrada por las AFP es equivalente o similar a la de sus dueños. Es el carácter de clase de la propiedad en el sistema neoliberal lo que está en disputa, no solamente su disponibilidad.

Es una lucha que se desarrolla en este momento en forma preferente en el Parlamento como si sindicatos y organizaciones sociales no tuvieran nada que decir al respecto. De esa manera, lo que es un debate cultural se presenta como una cuestión técnica o en el mejor de los casos, como un asunto de sus presuntos representantes políticos. Así las cosas, lo más probable es que la derecha va a poder seguir posponiéndola eternamente y las AFP´s incrementando su fondo multimillonario, fondo con el que financia los negocios de un puñado de magnates y que fundamentan su hegemonía política, social y cultural sobre el resto de la sociedad.