La posibilidad de retroceder a las recetas neoliberales más ortodoxas, mezcladas con una confianza ingenua en los mercados desregulados, típica de los años noventa y la globalización -cuando toda la evidencia empírica disponible demuestra que es lo que ha originado todas las crisis económicas recientes, el aumento de la pobreza; la crisis climática y ambiental actual- está a la vuelta de la esquina en todo el continente.
Hernán González. Profesor. Valparaíso. 6/1/2024. Argentina es, hoy por hoy, el escenario de la batalla más decisiva que se libra en el continente. El vástago del neoliberalismo denominado “libertarismo”, suerte de excrecencia de un sistema agónico, empezó las reformas sin anestesia ni aparentar. El DNU y la Ley Ómnibus son un misilazo a la democracia y en lo que a su contenido se refiere, van a afectar precisamente a quienes lo votaron en noviembre.
Los que viven de su salario, licuado por la inflación y hoy en día contenido por las medidas incluidas en el DNU y la Ley Ómnibus, -también las Pymes y la clase media- van a sufrir los rigores del megaajuste. El problema es que con una pobreza que bordea el cuarenta por ciento, resulta difícil que ese sector logre convocar al conjunto de la sociedad para articular una amplia alianza social y política efectiva a la hora de detenerlo.
Los pobres, de hecho, van a seguir siendo tan pobres como siempre. Milei, buen aprendiz de las recetas aplicadas en Chile los últimos cuarenta años, los va a conformar con algunos bonos y planes focalizados.
No hay plata para mucho más ha dicho, excepto para cumplir con el FMI y pagar la megadeuda contraída por Caputo durante la administración de Macri, quien vuelve ahora para devolver la plata de dicha deuda al sistema financiero.
Los especuladores como Macri y Piñera, por esa razón; los grandes exportadores y sectores monopólicos de la economía trasandina están de fiesta, mientras los pobres -igual de pobres aunque esperanzados por una pomesa que contrasta con su miseria actual- reciben algunas migajas.
El descontento y la protesta social, sin embargo, no van a ser -nunca lo han sido- la reacción espontánea de la sociedad frente a la radicalidad de las medidas adoptadas por burócratas y politicastros al servicio de las clases dominantes y los organismos financieros, ni frente al empobrecimiento de amplias capas de la población y la exclusión social que producen, especialmente capas medias.
Por ahora, la lucha está radicada en los Tribunales del trabajo y administrativos; en el Congreso y ya hay un paro nacional anunciado por los sindicatos. Pero no se percibe, por ahora, una respuesta global al plan de Milei.
Probablemente, tal como ocurrió en Chile en los años setenta y la primera mitad de los ochenta, va a ser la represión, la restricción de las libertades políticas, civiles y culturales, la que la motive. Ciertamente, cuando sales a protestar por hambre y te apalean, la próxima vez que lo hagas no va a ser por el hambre, sino por los palos que te dieron la vez anterior.
Lamentablemente, la unidad del pueblo tras esta motivación -como lo demuestra de cierto modo lo que vino después del plebsicito de 1988- no asegura que los motivos de la pobreza y la exclusión vayan a resolverse en forma definitiva sino más bien que van a ser pospuestos para un futuro indeterminado, hasta que vuelva la derecha y la burguesía para profundizarlas con la excusa de resolverlas y así indefinidamente.
Es imposible comprender lo que pasa en Chile ni en el resto de América Latina, sin considerar lo que está pasando en la hermana República Argentina. Es más, la suerte de todos los pueblos de nuestra América está atada por una misma hebra. La posibilidad de retroceder a las recetas neoliberales más ortodoxas, mezcladas con una confianza ingenua en los mercados desregulados, típica de los años noventa y la globalización -cuando toda la evidencia empírica disponible demuestra que es lo que ha originado todas las crisis económicas recientes, el aumento de la pobreza; la crisis climática y ambiental actual- está a la vuelta de la esquina en todo el continente.
La única diferencia con los noventa es que esta vez el estandarte lo lleva la derecha más reaccionaria y violenta. Defender lo avanzado, por minúsculo que sea, es una responsabilidad no solamente con los trabajadores y trabajadoras chilenos. Es una responsabilidad continental. Pero si hay algo que demuestran los triunfos de la derecha en el continente, es que esto no se puede hacer sin la movilización del pueblo y sin proponerle razones por las cuales valga la pena hacerlo.