Caso Errejón. Dos nuevos testimonios de mujeres publicados por Cristina Fallarás

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La cuenta de Instragram de la periodista española se llenó de testimonios que denuncian al exdiputado madrileño y a otros militantes y políticos de izquierdas, una vez conocida la denuncia de la actriz Elisa Mouliaá contra Íñigo Errejón, portavoz y diputado de Sumar por abuso sexual. El Movimiento Sumar reconoció que “fallaron” sus “mecanismos de prevención y detección” en referencia al caso del también fundador de Podemos. La organización pidió perdón a víctimas “que han sufrido violencia sexual” por parte del que fuera vocero y dirigente de Podemos y Sumar. Desde el partido aseguraron que se actuó con celeridad una vez que se conoció la información, pero hay críticas de que en la organización, incluidas dirigentas, se sabía hace al menos un año del comportamiento del dirigente, algo que se comentó por redes sociales, y no se hizo nada ni siquiera preventivo. “Me ha dolido infinitamente que determinados partidos políticos afines a él afirmen que en cuanto han sido conocedores de los hechos han exigido la dimisión. Es mentira. Algunos ya lo sabían, porque yo se lo hice saber”, contó una de las víctimas y añadió: “Si no nos escucha nadie, si ellos nos cuestionan, si los políticos se tapan, si el periodismo mira a otro lado, solo nos queda salvarnos nosotras”.

“Público.es”. Madrid. 26/10/2024. (La periodista Cristina) Fallarás ha difundido a través de su cuenta de Instagram dos nuevos testimonios de mujeres que denuncian violencia machista ejercida por Íñigo Errejón, que se suman a las que han ido surgiendo estos días desde la dimisión del político madrileño, que adelantó Público.

“Me atrajo su discurso de transformación”, comienza una de las denunciantes, que asegura que conoció a Errejón durante los inicios de Podemos, con quien dice que mantuvo un encuentro hace ya 10 años. A continuación relata cómo lo que pensaba que sería “una noche de conversación y descubrirnos” terminó por ser “una charla escueta y directa al acto”. “Recuerdo que fue un sexo donde yo no disfruté, su misión fue la de satisfacerse él”.

El mensaje cuenta cómo después de mantener relaciones sexuales, Errejón buscó una excusa y la despachó de su habitación de hotel. Para comunicarse, le dijo que hablaran por Telegram. “Me di cuenta de que tenía un sistema de privacidad que borraba los mensajes automáticamente a los minutos de leerlo”.  Por último, la denunciante asegura que no volvió a tener ningún encuentro con él: “No me gustó el sexo ni lo que conocí de su persona a puerta cerrada”.

Otra mujer comparte también su experiencia con el exdiputado, con quien dice que había militado en el pasado. “De un día para otro pasó de no saber mi nombre a mostrar mucho interés en mí”. Al igual que el testimonio anterior, la denunciante habla del uso de Telegram para comunicarse. Durante el año en que afirma que estuvo viéndose de forma intermitente con Errejón, asegura que “no mostró ni un ápice de empatía ni humanidad”.

“Me exigía mandarle fotos sexuales cuando él quería y me escribía insistentemente si no le respondía”, continua la mujer, que asegura que cuando visitaba la casa del político “tenía que seguir un protocolo muy estricto para que nadie se enterase de que había ido y me echaba justo después de tener relaciones sexuales”.  En su testimonio, la denunciante narra que Errejón insistía en “tener sexo sin condón y realizar prácticas sexuales humillantes”.

Desde el pasado jueves la cuenta de Cristina Fallarás se ha llenado de testimonios de mujeres anónimas que denuncian haber sufrido violencia machista por parte de políticos y militantes de partidos de izquierdas. Esta cascada de testimonios ha animado también a que mujeres como la actriz Elisa Mouliaá relaten su experiencia y denuncien ante la Policía.

“El verdadero daño está en la sutileza”: el miedo y el temor a represalias marcan los testimonios contra Errejón

“Público.es”. María Martínez Collado. Periodista. Madrid. 26/10/2024. La denuncia ha sido una herramienta útil y poderosa para el feminismo, un elemento de protección jurídica para desafiar las estructuras patriarcales y exponer la violencia sistémica. Sin embargo, como ha sugerido la periodista Cristina Fallarás, ésta “no debería ser vista como un deber impuesto sobre los cuerpos y las identidades de las mujeres”.

El peligro de convertir la denuncia en una obligación, en una expectativa que exija exposición pública, puede terminar transformando el acto en una forma de revictimización. Las mujeres, también aquellas que han compartido su testimonio sobre los diferentes tipos y grados de violencia que han sufrido por parte de Íñigo Errejón, son conscientes de ello. Por eso, muchas siguen hablando desde el anonimato y, sobre todo, solo en espacios que consideran seguros.

Público ha tenido acceso a algunos nuevos testimonios que se suman a los otros tantos que ya había recibido Fallarás. Un día después de que la actriz Elisa Mouliaá, primera mujer en denunciar ante la Policía a Errejón por agresión sexual, son ya más de una decena las voces que han acudido a la escritora para relatar su experiencia, en busca, ante todo, de comprensión.

Uno de los testimonios expresa -refiriéndose a Errejón y en un mensaje dirigido a Fallarás- lo “complejo” que resulta mantener relaciones sexuales con alguien que, en un “acto tan íntimo”, “pone la misma cara que pondría si te estuviese dando una paliza”. Y más aún detenerse en medio de ese momento para preguntar: “¿Qué haces?”, solo para escuchar un desalmante: “¿A ti qué te pasa?”. Esta mujer recuerda cómo, siendo alguien que apenas conocía, Errejón le habría pedido “escupirla, degradarla, humillarla”. Es, asegura, una experiencia que deja una huella difícil de borrar.

Antes de que todo esto ocurra, continúa la víctima, hubo un proceso donde él generó un vínculo, uno que le otorgó poder y ventaja psicológica. Él “sabe lo que hace”. Según su relato, Errejón insistía en ciertas prácticas sexuales y, si ella se negaba, la violentaba verbalmente. “Es complejo cuando la misma persona que te generaba admiración te está regañando por no obedecerle”, cuando ese alguien comienza a negar tu libertad sexual, confiesa.

Narrar este tipo de abuso no es sencillo, porque más allá de lo explícito, el verdadero daño, argumenta el testimonio, reside “en la sutileza”. Una sutileza “calculada” que no deja huella visible ni evidencia clara, que te hace dudar de lo que has vivido: “Me di cuenta de que sabía qué líneas no debía cruzar”, expresa. Lo más difícil de aceptar, reflexiona, es entender que había una intención clara de hacer daño: “Yo estaba en un vínculo y él en un proyecto de sometimiento”. Y cuando, ante una negativa, respondía con “silencio, desapariciones o indiferencia”, la violencia psicológica se hacía “evidente”.

Compartir estos testimonios lleva tiempo y requiere valentía, sobre todo cuando el miedo a represalias o la posibilidad de perder el anonimato acechan constantemente. Al respecto, el relato continúa: “Me gustaría poder contar más detalles, pero eso implicaría que él pudiera identificarme, y sí, tengo miedo, miedo a las represalias y a dejar de ser anónima”.

“Me ha dolido infinitamente que determinados partidos políticos afines a él afirmen que en cuanto han sido conocedores de los hechos han exigido la dimisión. Es mentira. Algunos ya lo sabían, porque yo se lo hice saber. Y no por un mensaje de Instagram precisamente. No recibí nada. Sería muy fácil decir y demostrar a quién, al igual que hubiera sido muy fácil decir en mi primer relato quién me había hecho esto. Pero yo no quiero que ellos agonicen, de hecho, con vergüenza reconozco que pienso incluso en qué ha de estar sintiendo él. Digo con vergüenza, porque me destroza saber que me importa el dolor de alguien que, intuyo, disfrutaba con el mío”, reconoce.

“De esto saco una conclusión: si no nos escucha nadie, si ellos nos cuestionan, si los políticos se tapan, si el periodismo mira a otro lado, solo nos queda salvarnos nosotras. En nuestros espacios seguros, protegiéndonos y respetándonos juntas. Democracia es el poder de (los) cualquiera; a lo que añado: feminismo es el poder de las cualquiera. De las de abajo. Si nos vapuleáis en los juzgados, si nos ignoráis en los medios, si os tapáis entre los poderosos, os vamos a sacar igual. A vosotros y a vuestros cómplices. Hemos encontrado la manera. Se acabó”, termina.

La filósofa Sara Ahmed, en su libro “¡Denuncia! Feminismo y política de la queja”, parece exponer la misma inquietud respecto a los relatos de violencia anonimizados. Ahmed subraya cómo las quejas feministas desafían estructuras, pero también señala los desafíos emocionales y sociales que enfrentan quienes se atreven a denunciar. El valor de la denuncia, intuye la autora, no debiera medirse por la visibilidad o el sufrimiento público que pueda implicar, sino por su capacidad de cuestionar y resistir las violencias. La denuncia, entonces, debe ser una elección personal y política, no una moneda de cambio.

Otro testimonio sobre Errejón (también anónimo) describe una serie de situaciones y actitudes muy similares. Son bastantes las mujeres que describen una forma sistemática de operar y tratarlas, humillándolas y obligándolas a hacer cosas que no deseaban.

Esta segunda mujer le acusa de haberla “maltratado, vejado y denigrado” durante el tiempo que estuvieron en contacto. La relación, que comenzó de forma virtual, derivó en una dinámica de sumisión y control en la que ella terminó aceptando prácticas sexuales que no deseaba, lo que la llevó a odiarse a sí misma y a necesitar terapia. “Acepté con miedo. Me sentí ultrajada. No quería, pero lo hice”, asegura, relatando uno de los episodios más dolorosos. A pesar de lo que ella le contó sobre su sufrimiento, dice que él no mostró empatía alguna, lo que sólo aumentó su sensación de terror.

La relación se inició por redes sociales, donde Errejón la contactó. Tras intercambiar números, él le sugirió que utilizaran Telegram, alegando que era más seguro. Aunque, en un principio, se sintió seducida por la atención que recibía, pronto la dinámica se tornó en una pesadilla: “Me pedía fotos muy concretas, haciendo cosas muy específicas, vejatorias”. Si no cumplía con sus exigencias, él cortaba la comunicación, lo que la mantenía en un estado constante de ansiedad, según cuenta.

Los encuentros presenciales no fueron menos desagradables. Según el relato, Errejón le imponía reglas estrictas, como no hacer ruido, no usar el ascensor y siempre presentarse en tacones. “Nunca me recibía si no era en tacones”, detalla. Cada encuentro iba acompañado de órdenes cada vez más degradantes, hasta que ella decidió cortar la comunicación. Sin embargo, él continuó contactándola, preguntando qué le ocurría, hasta que finalmente decidió bloquearlo.

La mujer confiesa que, a pesar de la dureza de los hechos, temía hablar públicamente. “No puedo denunciar oficialmente nada porque todo lo que me sucedió yo lo acepté en esa sumisión y no puedo demostrarlo más allá de mi testimonio”. La eliminación de los mensajes por Telegram y la falta de pruebas tangibles complican un proceso legal, pero señala que, precisamente, “en eso tiene Errejón su gran carta a jugar con todas las mujeres a las que ha maltratado”.

Ahora ha encontrado la fuerza para exponer su historia, motivada por las denuncias de otras mujeres: “Lo hablé con escritoras y personajes públicas. Muchos ya lo sabían de otras mujeres que lo hablaban por Madrid”. La salida a la luz de otras acusaciones le ha hecho sentir que por fin se ha hecho justicia: “Siempre me consideré de izquierdas y por eso me gustaba Íñigo. Hasta que empecé a ver lo que me hacía y vi que todo su discurso era una mentira”.

Otra víctima relata que lo que tuvo con Errejón fue una relación virtual de cibersexo que, a pesar de no ser física, dejó una profunda huella emocional. “El trato que sentí fue desagradable y degradante, como si no importara nada, ni mi deseo ni mis necesidades”, comenta sobre Errejón, insistiendo en que ejercía una fuerte relación de poder durante los intercambios, tratándola como un objeto sin tener en cuenta su persona.

Mientras, una cuarta mujer narra cómo, tras años de haberse conocido, Errejón comenzó a presionarla para que acudiera a su casa, y, ante la negativa de ella, optó por bloquearla abruptamente: “Lo primero que hizo fue abrirme un chat por Telegram, no entendí nada. Luego, me invitó insistentemente a su casa. Cuando le dije que no, me bloqueó y nunca más supe de él”.

Un último mensaje de otra mujer, a su vez, describe cómo tras invitarla a su casa, Errejón habría echado el pestillo, dejándola inmediatamente con la sensación de que había cometido un error al entrar. “En ese momento, me bloqueé por completo”, relata. A partir de ahí, la sometió físicamente, despojándola de su camiseta y lanzándola a la cama, en un proceso que ella describe como si hubiera pasado a ser una “marioneta”, incapaz de resistirse.

Las imágenes que rememora son impactantes: un rostro crispado de rabia y frustración, dientes apretados y un cuerpo que ya no siente mientras la violenta de forma constante. Al concluir su “dominio” sobre ella, la mujer señala que Errejón pasó a acosarla por Telegram, hasta que perdió interés y pasó a someter a otra víctima.

No son una ni dos, parece haber todo un reguero de cuerpos heridos.

Cómo llenar el vacío que dejan la Justicia y las instituciones

Silvia Nanclares, escritora y columnista en Público, insiste en la importancia de que los testimonios que han emergido no sean deslegitimados simplemente por no convertirse en denuncias formales. Desde su perspectiva, las mujeres han “creado otras formas de organizarse más allá de lo institucional, más allá de las comisarías y de los juzgados”. Nanclares recuerda que, históricamente, el feminismo ha construido redes de apoyo y de resistencia frente a un sistema que no siempre protege a las víctimas. Este tipo de espacios de denuncia y apoyo, insiste, son constitutivos de la lucha feminista y marcan la diferencia.

En la misma línea, Bárbara Tardón, investigadora y experta en violencia sexual y de género, apoya esta visión al recordar que “el sistema judicial no es el sitial de la verdad”. Las mujeres, señala, han pasado décadas compartiendo sus historias de violencia en círculos seguros, sabiendo que el sistema judicial tradicionalmente no ha sido un espacio de reparación: “Si las mujeres tuvieran que confiar en el sistema judicial, las violencias estructurales normalizadas que se ejercen en el patriarcado nunca habrían salido a la luz”.

Ambas insisten en que el feminismo “siempre ha sabido organizarse frente a las carencias institucionales”. Nanclares menciona los “grupos de apoyo” y Tardón recuerda a las pioneras de los años 60 y 70 que crearon “grupos de autoconocimiento” para hablar de sus experiencias de violencia y malestar.

Estas redes, enfatiza Tardón, no son nuevas ni surgidas a raíz de los casos actuales, sino que forman parte de una tradición de resistencia. “Cuanto más juntas estamos, más peligrosas somos”, concluye. Es por ello que, en muchos casos, compartir testimonios de manera anónima “tiene una gran potencia política”, expresa Nanclares, especialmente en entornos de izquierdas, donde se espera una mayor coherencia ética.

Isaac Guijarro, letrado en el despacho Olympe Abogados, también ha remarcado en una conversación con Público la importancia de las denuncias sociales. A su juicio, las denuncias no judicializadas son igualmente valiosas, ya que no todas las víctimas están dispuestas o en condiciones de enfrentarse a un proceso judicial.

“Hay víctimas que no quieren o no pueden pasar por ahí”, explica Guijarro, recordando que el objetivo de algunas mujeres puede no ser una condena penal, sino una crítica social que les permita obtener otras formas de reparación. En su experiencia, muchas prefieren esta vía. De hecho, el despacho es consciente de que existen “varios casos de abuso relacionados con Errejón” que todavía no han sido judicializados.

Todas coinciden en que la salida de Errejón de la política no cierra el debate sobre la violencia machista en los partidos y en las instituciones.

El caso ha puesto de manifiesto las carencias de un sistema cómplice, que ha edificado a su alrededor un ambiente de impunidad sin el cual nada hubiera sido posible, y ha evidenciado la importancia de crear espacios seguros y de escucha para las mujeres. En palabras de Silvia Nanclares, lo novedoso de este momento es que “por primera vez se está jugando en una cierta igualdad, al menos simbólica”, donde las denuncias y los testimonios anónimos tienen la capacidad de “romper las costuras” de lo institucional y poner en peligro el statu quo.

Foto: “Público.es”.