El espíritu de aquel octubre, por ende, está acechado. Su empuje no garantiza en sí mismo el avance de las transformaciones sociales demandadas, ni el cambio de las estructuras conservadoras de cada país.
Ociel Alí López (*). 20/10/2022. Con protestas, chilenos celebraron el tercer aniversario del estallido que sumiría al país en una situación de manifestaciones incontrolables que se prolongarían por meses.
No ocurrió solamente en Chile, sino en varios países de la región. Aquel octubre pareció marcar un cambio de época en Latinoamérica.
Sin embargo, hoy surgen dudas, aunque también convicciones, sobre el efecto real que pudo tener ese episodio en la realidad política de América Latina.
Veamos.
Un estallido sorprendente
Cuando comenzó el 2019, todos los ojos del mundo estaban posados sobre Venezuela. Habían ocurrido las presidenciales en 2018 y la oposición no presentó candidato. Todo el impulso diplomático, político y mediático se concentraba en cantar la “deslegitimidad” del segundo Gobierno de Nicolás Maduro y en reconocer a otro presidente para así derrocar, pensaban que con facilidad, al presidente electo.
El Grupo de Lima vería, de manera sorpresiva, como muchos de sus países se tendrían que enfrentar a convulsiones sociales profundas e inéditas que no solo desestabilizarían muchos de sus gobiernos, sino que a la larga lograrían un cambio de época.
Así comenzó el año, pero así no terminó.
El precio de los commodities estaba en retroceso pero el de los combustibles subía considerablemente. La tensión económica se sentía en todo el continente.
A partir del segundo semestre del año, pero especialmente en el mes de octubre, el espíritu latinoamericano cambio de sentido.
El Grupo de Lima, en el que se reunían diversos gobiernos de derecha, siempre preocupados por la situación en Venezuela, vería, de manera sorpresiva, como muchos de sus países se tendrían que enfrentar a convulsiones sociales profundas e inéditas que no solo desestabilizarían muchos de sus gobiernos, sino que a la larga lograrían un cambio de época.
Se precipitaba así, como efecto dominó, un cúmulo de liderazgos no solo derechizados después de la ola progresista que había vivido la región a comienzos de siglo, sino entusiasmados por la narrativa radical expuesta por el presidente de EE.UU. Donald Trump.
Ya en el mes de julio, en Puerto Rico, bajo un impensado levantamiento popular protagonizado por artistas, muchos de ellos regetoneros de moda, el gobernador Ricardo Roselló se vio obligado a renunciar.
Las protestas en Haití también hacían estragos desde febrero.
Pero en octubre la tendencia se disparó. En los primeros días, los indígenas ecuatorianos pusieron contra la pared al entonces presidente Lenín Moreno, que tuvo que rectificar las medidas de aumento del combustible y escapar de la sitiada capital para refugiarse en Guayaquil.
No obstante, el epicentro del estallido latinoamericano emanó en Chile cuando el 18 de octubre estudiantes se saltaron las vallas del metro para no pagar el pasaje (después de un aumento). Este acontecimiento viral, como el aleteo de la mariposa en la teoría del caos de Prigogine, generó un profundo sismo no solo en la sociedad chilena que experimentó meses de movilizaciones y un duro conflicto social, sino también en otras partes de Latinoamérica.
En Colombia, ya entrado el mes de noviembre, la réplica fue igual de dura y se produjeron movilizaciones algo similares, de mucha radicalidad que se sostendrían por mucho tiempo y con nuevas oleadas de protestas que terminarían, como en Chile, con triunfos de fórmulas izquierdistas en las siguientes presidenciales.
Habían caído, como consecuencia de los estallidos, las dos joyas de la corona derechista en el continente americano.
Chile, el epicentro
Lo que sucedió en Chile aún cuesta comprenderlo. La redacción de una nueva Constitución, así como el nuevo gobierno progresista quizá no han rendido los frutos rápidos que exigían las movilizaciones. Pero sin duda, la sociedad chilena cambió.
En aquel momento, fueron las más diversas corrientes sociales las que se apoderaron de calles y plazas.
En el tercer aniversario del estallido, tanto el discurso atemperado de Boric como las protestas con demandas similares a las del 2019 impulsan la pregunta sobre cuánto ha cambiado realmente el país en este período
El Gobierno de derecha del entonces presidente Sebastián Piñera se vio obligado a flexionar su postura abiertamente “conspiranoide” y terminó decidiéndose a abrir un proceso constituyente que, entre ires y venires, aún no ha culminado.
Para aquel momento, en medio de la rebelión, nadie imaginaba que dos años después sería electo como presidente el líder estudiantil e izquierdista Gabriel Boric.
En el tercer aniversario del estallido, tanto el discurso atemperado del presidente Boric como las protestas violentas con demandas similares a las del 2019 impulsan la pregunta sobre cuánto ha cambiado realmente el país en este período.
Cambios en el continente
Este cambio de signo ideológico no ocurrió solamente en el Gobierno de Chile. Hoy día, la mayoría de gobiernos se ha corrido hacia la izquierda y los próximos días el gigante Brasil podría remarcar ese rumbo.
De la misma forma, en Colombia, las oleadas de protestas iniciadas en noviembre de 2019 impusieron la victoria del izquierdista y exguerrillero Gustavo Petro en 2022.
Durante los años que han pasado desde entonces, los gobiernos argentino, peruano, hondureño y boliviano también giraron hacia la izquierda, con lo cual el Grupo de Lima se extinguió y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) comenzó a dar señales de vida, impulsado además por el gobierno progresista de Andrés Manuel López Obrador en México.
¿Reflujo después del estallido?
Sin embargo, si bien el giro ideológico se ha producido con mucha fuerza y movilización no está exento de reflujos y riesgos que comprometen su éxito y futuro.
En el propio Chile, la consulta para el rechazo a la nueva Constitución redactada por la convención constituyente consiguió un 62%. En Colombia, el populismo de derecha de Rodolfo Hernández, incluso perdiendo, mostró la fuerza del conservadurismo a pesar de la caída del Uribismo al conseguir el 47% de los votos en segunda vuelta.
Aunque hay que tomar en cuenta el reimpulso de la derecha, hay cosas que sí parecen haber cambiado. Se puede afirmar que en estos tres años América Latina produce la sensación de que se está acabando la época del “patio trasero”, que parece estarse instalando ahora en Europa.
En Perú, la reacción oligárquica no ha permitido el cabal desarrollo de la gestión del actual presidente Pedro Castillo. Argentina se ha visto sumida en una crisis económica que hace posible la vuelta de la derecha al poder. Venezuela, otrora modelo político de izquierda, ya se había dejado arrastrar por una aguda crisis económica. Y en Ecuador, la derecha logró el triunfo electoral en abril de 2021, a pesar del poder de los movimientos sociales.
El espíritu de aquel octubre, por ende, está acechado. Su empuje no garantiza en sí mismo el avance de las transformaciones sociales demandadas, ni el cambio de las estructuras conservadoras de cada país.
El principal cambio
Aunque hay que tomar en cuenta el reimpulso de la derecha, hay cosas que sí parecen haber cambiado de manera tajante.
Se puede afirmar que en estos tres años América latina produce la sensación de que se está acabando la época del “patio trasero” que parece estarse instalando ahora en Europa.
Este es un proceso que puede revertirse, pero es innegable el cambio de percepción que ha habido en cuanto al debilitamiento del histórico tutelaje que ha tenido EE.UU. en la región y a las condiciones de autonomía que van aumentando.
Todavía las transformaciones sociales profundas no se han producido, pero parece evidente que el cambio ideológico y geopolítico está en plena emergencia.
Después del estallido muchas cosas han pasado y muchas están por pasar.