La ultraderecha ha logrado librarse de un mandatario al que detestaba y al que quiso derribar desde un inicio de su gestión. Castillo reaccionó tardíamente ante la campaña del enemigo. Al hacerlo, optó por la vía del “trato directo” entre él y las poblaciones del interior del país, obviando vínculos naturales creados por el propio movimiento popular. Por lo demás, sus “colaboradores” actuaron al margen de las masas porque no procedían tampoco de las entrañas del pueblo.
Gustavo Espinoza. Periodista. Lima. 08/12/2022. Fue un día particularmente complicado en el Perú. En pocas horas la ultra derecha logro parcialmente su cometido: derribar al Gobierno de Pedro Castillo y abrir paso a un nuevo escenario en la vida nacional, en el que puede preservar sus privilegios y recuperar sus posiciones de poder, de alguna manera cuestionadas por el régimen instaurado a partir del 28 de julio del año pasado.
Luego de algunas horas de tensión se instaló en la jefatura del Estado, Dina Boluarte, la Vicepresidenta de la República quien formuló un llamado a la “unidad de todos los peruanos”.
Este desenlace fue de alguna manera inesperado. Y se precipitó porque el propio Castillo dio lo que bien podría denominarse un salto al vacío. Sin coordinación con nadie, sin recabar el respaldo de las organizaciones sociales y de masas, sin contar con el apoyo de la Fuerza Armada ni de los colectivos políticos de posiciones progresistas y avanzadas, resolvió instaurar un Gobierno de Emergencia disolviendo los otros poderes del Estado.
Esto sorprendió a la ciudadanía y al movimiento popular en su conjunto, y fue respondido por los sectores más reaccionarios de la vida nacional.
El Congreso de la República, que debía discutir la vacancia de la Presidencia de la República, para cuyo efecto no lograba contar con los 87 votos requeridos, vio facilitada su tarea. En el nuevo escenario, se sumaron a la propuesta de vacancia, 101 congresistas, con sólo 6 votos en contra y 9 abstenciones.
Existía la posibilidad que la reacción presionara a Dina Boluarte a renunciar a su cargo de Vicepresidenta, en cuyo caso el poder pasaría de inmediato al Presidente del Congreso, el ex general José Williams Zapata. Esta presión no existió, y en horas de la tarde se produjo la juramentación de la primera mujer que ejercerá la Presidencia de la República.
Dina Boluarte ha formulado un llamado a la “unidad nacional”, entendida como la suma de todas las fuerzas políticas actuantes en el escenario peruano. Veremos cuál será la composición de su primer Gabinete Ministerial.
Por lo pronto, la ultra derecha peruana ha cantado victoria. Es consciente que ha logrado librarse de un mandatario al que detestaba y al que quiso derribar desde un inicio de su gestión. No ha logrado, sin embargo, imponerse plenamente. Aunque Dina Boluarte no es tampoco “militante de la izquierda”, no se le puede equiparar a Jannine Añez, la boliviana que reemplazó a Evo Morales en La Paz.
No es previsible, sin embargo, que siga el derrotero de Castillo, ni que se empeñe en ninguna batalla de corte popular. Tratará de “seguir sobre la ola” hasta el 2026 procurando no ser devorada por la Mafia al acecho.
De este cúmulo de circunstancias, se pueden deducir algunas lecciones. Veamos:
Castillo representó a un Gobierno Popular, Democrático y Progresista. No se le podría considerar, por cierto, ni de izquierda, ni revolucionario, ni socialista. No era indispensable que la izquierda lo apoyara en términos de adhesión personal, sino que lo ayudara en su gestión para el cumplimiento de su Programa de Unidad, suscrito por todas las fuerzas del movimiento popular, que le dieran la victoria en junio del 2021
Lideró un gobierno débil, precario y en buena medida inconsistente. En verdad, no logró gobernar por cuanto desde el primer día se vio acosado por una intensa campaña de odio desatada contra él por los núcleos oligárquicos tradicionales. No contó nunca con la colaboración real de la izquierda -a la que busco muy poco- y se rodeó de un grupo de “asesores” muy discutible que finalmente quedó en evidencia por su ineptitud y su corrupción. Por las acciones de ellos, se vio severamente comprometido.
Aleatoriamente, Castillo reaccionó tardíamente ante la campaña del enemigo. Al hacerlo, optó por la vía del “trato directo” entre él y las poblaciones del interior del país, obviando vínculos naturales creados por el propio movimiento popular. Por lo demás, sus “colaboradores” actuaron al margen de las masas porque no procedían tampoco de las entrañas del pueblo.
Por eso no pudo percatarse de la situación real, ni percibir su aislamiento político. Pensó que apoyándose en personas que pudiesen “asustar” a sus enemigos, podría neutralizarlos, y eso no ocurrió.
De este modo se confirmó aquello que no es posible liderar un proceso de cambios sin forjar la unidad del movimiento popular, sin organizar a las masas, ni politizarlas. Tampoco, dando la espalda a sus luchas.
El futuro del país está en riesgo. En el interior se producirán sin duda movilizaciones en respaldo al Presidente depuesto. El miedo a ellas fue el que indujo a la reacción a no asumir directamente el poder, sino a aceptar como “mediadora” a Dina Boluarte. Pero ella no tiene tampoco partido, ni fuerza organizada que la respalde. Es previsible que registre mayores dificultades aun que Castillo en la perspectiva.
De la nueva administración, es previsible que se registren cambios negativos. Los medios de comunicación¸ que clamaban por estar al borde de la quiebra al no recibir subsidios del Estado, lograrán jugosas compensaciones. Y eso ocurrirá también con los empresarios, Pero unos y otros no cambiarán su actitud. Seguirán en su brega contra el pueblo, de modo que se prevén dificultades mayores en la perspectiva.
En materia de política exterior, esto también se hará sentir. Es previsible un “enfriamiento” de los vínculos con algunos países hermanos sobre todo México, Venezuela Nicaragua o incluso Cuba; porque la ultraderecha seguirá su campaña contra ellos.
En otras palabras, la batalla de los peruanos será más dura y difícil, pero habrá que enfrentarla.