Está metida en un zafarrancho producto de su extremismo pero también de su demagogia, su hipocresía y el ideologismo que guía sus retorcidos razonamientos. El tiempo corre en su contra y lo más probable es que en estos días trate de tirar la pelota al corner de nuevo para ver si pude ganar un poquito más de tiempo.
Hernán González. Valparaíso. 06/12/2022. Se supone que esta semana los partidos políticos que están realizando un diálogo que debiera conducir a la culminación del proceso constituyente, deben llegar a un acuerdo para proponerle al país. Está difícil. Ha sido difícil. Tanto que hasta el mismísimo Luksic y el ex presidente Ricardo Lagos, los han conminado a cerrarlo lo antes posible, sin referirse claramente al problema que los tiene trabados. Una manera muy sibilina de manifestar preocupación republicana, sin referirse al fondo del asunto.
Las dos coaliciones de Gobierno, y el Presidente de la República, han manifestado la misma preocupación y señalado sinceramente su posición al respecto.
Los únicos porfiados que no lo han hecho, y que dicen estar dispuestos a tomarse todo el tiempo del mundo, son los representantes de la derecha, que van desde los que preferirían no hacer nada y quedarse con la Constitución del 80, amparados en una interpretación aprovechada y poco realista del plebiscito de salida -lo que en la jerga filosófica y científica se conoce como “ideología”- hasta los prestidigitadores que están enredados por sus declaraciones previas al plebiscito, los intereses de clase que sirven; las presiones de parte de su electorado y de su sector más ultra, representados por Kast, De la Carrera y Pancho Malo.
En efecto, se comprometieron a colaborar en la culminación del proceso constituyente en el entendido de que si bien estuvieron en desacuerdo con lo redactado por la Convención Constitucional desde que ésta fue electa y comenzó sus deliberaciones, el mandato popular del plebiscito de entrada fue tirar la Constitución del 80 al tarro de la basura y redactar una nueva. El polémico acuerdo del 15 de noviembre de 2019, sin embargo, sigue pesando. Los cambios de las normas electorales que regularon todo el proceso mediante, profundizaron el enredo haciendo de éste una expresión clarísima de la dispersión y tirantez social y política que caracteriza a la sociedad desde a lo menos hace tres años.
Ciertamente, ni el centro extravagante surgido al calor de la Convención Constitucional y el plebiscito de salida, y que actuó todo este tiempo como marioneta de la derecha, ni la derecha misma, pueden pues en sus ensoñaciones suponen una sociedad armoniosa, sin desigualdad, ojalá sin política, en la que todo se resuelve en el mercado o amistosamente mediante un consenso, en el que la lucha de clases no existe. Uno, por cierto, que tiene como contenido la misma realidad, con todo lo que ello implica de injusticia, desigualdad, exclusión, explotación, etc.
Esa es la razón obviamente para que se oponga a una Convención cien por ciento electa y prefiera un grupo de “expertos”. La derecha quiere reemplazar la realidad y la opinión de la gente por ideas sacadas de sus manuales de economía política, derecho y filosofía. Ideas que, por cierto, nos tienen donde nos tienen como país.
Dicen que una Convención cien por ciento electa no da garantías de moderación, mientras ellos defienden un sistema de AFP que es la manifestación misma del extremismo liberal; mientras se oponen a una reforma tributaria que apenas le permitiría al Estado recaudar fondos para implementar el programa de Gobierno -ni siquiera para eliminar la escandalosa desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad, gracias a sus dogmas libremercadistas-. Que persiguen de manera grotesca a la ex presidenta de la Convención, la profesora Elisa Loncón; a los ministros y ministras por toda clase de desastres sin pruebas ni argumentos, haciendo uso de una chambona concepción de la libertad de expresión y de las atribuciones que por ejemplo tienen los parlamentarios.
La derecha está metida en un zafarrancho producto de su extremismo pero también de su demagogia, su hipocresía y el ideologismo que guía sus retorcidos razonamientos. El tiempo corre en su contra y lo más probable es que en estos días trate de tirar la pelota al corner de nuevo para ver si pude ganar un poquito más de tiempo.
Pero como dijo el Presidente Allende, los procesos sociales no se detienen. Menos con muñequeo ni con interpretaciones ideologizadas. La responsabilidad de la izquierda es que esto sea con el menor costo para el pueblo, pero no al precio de alcanzar sólo la medida de lo posible. Un acuerdo con la derecha para concluir el proceso constituyente es necesario, pero es ésta la que se encuentra más cuestionada y la que debe entregar garantías.