En esa línea, Vijay Prashad, director del Instituto Tricontinental de Investigación Social, advierte que “el patrioterismo de extrema derecha, no tiene respuesta para la crisis actual, pero ofrece un refugio emocional para la ira y la desesperación”. Y plantea que “la izquierda se ve obligada ahora a un doble proceso: construir nuevas organizaciones de la clase trabajadora, en particular de los trabajadores precarizados (mujeres del sector de los cuidados, repartidores y otros trabajadores de servicios, etc.), y rescatar la vida colectiva sobre una base socialista y no de derechas”.
Hugo Guzmán. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 24/11/2022. ¿Cuál fue el objetivo de la visita a Chile?
Mi tiempo en Chile se divide entre lo personal y lo político, por lo que vengo con toda la frecuencia que puedo. Desde el punto de vista político, trabajo como director de Tricontinental: Instituto de Investigación Social, una organización dirigida y construida desde diversos movimientos sociales, con sedes en India, Sudáfrica, Brasil y Argentina. Acompañamos a los movimientos para desarrollar teorías de la coyuntura -incluyendo los nuevos desarrollos del capitalismo- y para ampliar una comprensión del futuro desde los movimientos sociales, lo que hay más allá del capitalismo, en otras palabras, para recuperar nuestra utopía del socialismo. El próximo año se conmemora el 50 aniversario del golpe de Estado de 1973 en Chile. Desde Tricontinental, deseamos participar en las actividades conmemorativas, que vemos ciertamente como un golpe de los militares contra el Gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende, pero también como un golpe contra el Tercer Mundo, contra el intento de un Gobierno de izquierda de establecer la soberanía sobre su territorio y de proveer la dignidad de sus pueblos. Vamos a trabajar estrechamente con ICAL (Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz) y con el Partido Comunista (PC) para desarrollar algunas publicaciones para el 2023 y realizar eventos en Santiago durante septiembre del año que viene.
¿Cómo está mirando el panorama latinoamericano, específicamente las izquierdas en el gobierno y los movimientos sociales?
El mundo se encuentra en medio de una serie de crisis, desde la catástrofe climática hasta las costumbres bélicas del capitalismo, ejemplificado en los 2 billones de dólares que se han gastado durante el 2021 en venta de armas, en contraste con los 3 mil millones de dólares invertidos en las Naciones Unidas. Los recientes cambios gubernamentales en América Latina significan una pausa en la sensación de futilidad. La reciente elección de Lula en Brasil y la forma creativa en que el colombiano (Gustavo) Petro está haciendo viable una agenda de izquierda en el Estado mundial son signos esperanzadores.
Sin embargo, necesitamos entender el movimiento real de la historia si queremos comprender lo que está ocurriendo. Creo que estamos en la cuarta fase de la ola de la izquierda posterior a la Revolución Cubana en América Latina. La primera ola se desencadenó tras la Revolución de 1959, cuando se abrieron las posibilidades de que se repitiera la experiencia cubana. Esta fue aplastada por el golpe de Estado en Brasil (1964), el asesinato del Che Guevara (1967) y la ejecución de la Operación Cóndor (1975) puesta en marcha tras el golpe de Estado en Chile (1973). La segunda ola se inició en Centroamérica y el Caribe en torno a las revoluciones de Nicaragua y Granada en 1979. La intervención directa de los Estados Unidos en las “guerras sucias” sofocó estos desarrollos revolucionarios, que se produjeron -en cualquier caso- en el momento de un recrudecimiento de la Guerra Fría, con la atención de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) centrada en Afganistán e Irán. La tercera fase -la más notable hasta la fecha- ha sido el período posterior a la elección de Chávez en Venezuela, que abrió -debido a la distracción de Estados Unidos en Irak y a los altos precios de las materias primas- la posibilidad de un nuevo giro revolucionario. El regionalismo -o bolivarianismo- marcó esta fase, en la que Chávez intentó construir instituciones regionales para establecer la soberanía de América Latina frente a los Estados Unidos y su actitud de la Doctrina Monroe. Esto habría tenido éxito si Estados Unidos y Canadá -con los europeos- no hubiesen llevado a cabo una guerra híbrida contra Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como si hubiesen dado golpes de Estado contra los gobiernos de izquierda en Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016) y Bolivia (2019). El empuje de un intervencionismo estadounidense reavivado, incluida la paranoia estadounidense sobre el aumento de las inversiones chinas en el continente, sigue siendo una grave amenaza para cualquier intento de crear soberanía. Estamos ahora en la cuarta fase de la dinámica de la izquierda post-Revolución Cubana. Ésta llega en un momento de gran inseguridad global, con el capitalismo en una espiral descendente y con una nueva guerra fría entre Estados Unidos y las potencias euroasiáticas de Rusia y China definiendo el paisaje geopolítico. Esta ola no es tan clara como en la década de 2000, por lo que es un error llamarla “nueva marea rosa”. En su lugar, es efectivamente una ola socialdemócrata que intenta una agenda suave de soberanía y una agenda suave de creación de dignidad para la población, incluyendo la erradicación del hambre. Lula ha dicho que pondría su energía en liderar un proyecto de integración a nivel hemisférico, lo cual es una declaración interesante dado que la economía de Brasil es -en realidad- una economía muy interna (2/3 de ella es una economía nacional no integrada, mientras que sólo 1/3 está integrada en la región y en el mundo). Todo el carácter de esta cuarta ola debe ser evaluado no por lo que está ocurriendo en Chile o en Argentina, ni en México o Colombia, ni tampoco en Cuba y Venezuela, sino en el liderazgo que América Latina experimentará ahora desde Brasil.
En Europa, Estados Unidos y América Latina se ve una proliferación de partidos y corrientes ultraderechistas, nacionalistas, con fuerza electoral. ¿A qué lo atribuye, es un peligro político?
El ascenso de la derecha y la extrema derecha en el mundo -incluida la India- no tiene que ver sólo con la extrema derecha en sí misma, sino con el fracaso catastrófico del proyecto de la socialdemocracia. Los socialdemócratas, tras la caída de la URSS, adoptaron el paradigma neoliberal como propio -la llamada Tercera Ola- e impulsaron una agenda que aumentó la desigualdad social y fragmentó a la clase trabajadora, incluso atacando las bases de la cultura de la clase trabajadora para convertir a los trabajadores en consumidores y, por tanto, integrados en el mundo del consumo de la clase media. Debido a su compromiso con el neoliberalismo, las fuerzas socialdemócratas ya no tenían estómago para una crítica real de la desigualdad social generada por la forma capitalista de la globalización. Al estar comprometidas políticamente, se convirtieron en las defensoras de un sistema que genera desigualdad y no tuvieron espacio para criticarlo.
La extrema derecha apareció con una fuerte crítica, pero en lugar de arraigar esa crítica -como hace la izquierda- en una crítica al capitalismo, se hicieron pasar por nacionalistas contra la globalización y por defensores de la clase obrera nativa contra los inmigrantes y las minorías sociales. Esta apertura dio a la extrema derecha la capacidad de llegar a lo más profundo de la clase obrera, aprovechando la debilidad de la cultura y de la organización de la clase obrera, para convertirse en los portavoces de la clase obrera “nativa”. El patrioterismo y el odio, la ira y la desesperación conforman su visión. No tienen soluciones reales a la crisis del capitalismo, sólo respuestas emocionales inmediatas -que son falsas- para la gente que se siente excluida del orden mundial. La fragmentación de la globalización debilitó las organizaciones de trabajadores, que son los depósitos de la izquierda, y tomó estas comunidades recién fragmentadas y afianzó sus identidades principales a través de la religión y del consumo.
La izquierda se ve obligada ahora a un doble proceso: construir nuevas organizaciones de la clase trabajadora, en particular de los trabajadores precarizados (mujeres del sector de los cuidados, repartidores y otros trabajadores de servicios, etc.), y rescatar la vida colectiva sobre una base socialista y no de derechas. La socialdemocracia, casada con el neoliberalismo, no tiene respuesta para la crisis actual ni camino para el futuro. El patrioterismo de extrema derecha, igualmente vinculado al neoliberalismo, no tiene respuesta para la crisis actual, pero ofrece un refugio emocional para la ira y la desesperación de los trabajadores. A la izquierda le corresponde definir un proyecto ambicioso para desafiar la trampa neoliberal -sí- pero también forjar un nuevo proyecto, un nuevo imaginario socialista para la gente que ha olvidado la necesidad de ir más allá de la miseria del capitalismo.