Negociación ramal: cuando el miedo al cambio habla en nombre de la libertad

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La negociación ramal es una demanda histórica del movimiento sindical. No se trata de una fórmula técnica ni de una obsesión ideológica: es una herramienta civilizatoria, que existe en la mayoría de las democracias laborales modernas. Permite establecer parámetros comunes por sector productivo, evitando la competencia desleal entre empresas que reducen derechos para abaratar costos, y fortaleciendo el poder de negociación de las y los trabajadores más vulnerables.

Eric Campos. Secretario General de la Central Unitaria de Trabajadores y Trabajadoras de Chile (CUT). Santiago. 10/2025. En 2023, el Presidente Gabriel Boric asumió un compromiso histórico: enviar al Parlamento un proyecto de ley que hiciera posible la negociación colectiva ramal o multinivel, una herramienta esencial para equilibrar las relaciones laborales y democratizar la economía. Dos años después, ese compromiso aún espera traducirse en hechos concretos. Y mientras tanto, los mismos sectores de siempre han vuelto a levantar sus murallas discursivas.

La derecha y los grandes empresarios -representados por la CPC- han iniciado una ofensiva predecible, apelando al libreto conocido: advierten sobre “rigideces”, “daños a la inversión” o “amenazas a la productividad”. Son las mismas palabras que se usaron para oponerse al derecho a huelga, a la jornada de ocho horas o a las primeras leyes laborales del siglo pasado. Detrás del lenguaje técnico y la preocupación por “la economía”, se esconde un viejo temor: el de perder el control político y cultural sobre el mundo del trabajo.

Hablan de libertad, pero defienden privilegios. No hay nada más paradójico que escuchar a los grandes grupos económicos erigirse en guardianes de la libertad, mientras rechazan cualquier intento de democratizar los espacios donde se genera la riqueza. En su lógica, el mercado debe ser libre, menos cuando se trata de liberar a los trabajadores del yugo de la precariedad.

La negociación ramal es una demanda histórica del movimiento sindical. No se trata de una fórmula técnica ni de una obsesión ideológica: es una herramienta civilizatoria, que existe en la mayoría de las democracias laborales modernas. Permite establecer parámetros comunes por sector productivo, evitando la competencia desleal entre empresas que reducen derechos para abaratar costos, y fortaleciendo el poder de negociación de las y los trabajadores más vulnerables.

Por eso incomoda. Porque redistribuye poder. Porque pone en cuestión un modelo basado en la fragmentación y la subordinación. Y es allí donde emergen las voces del miedo: las que ven en cada avance laboral una amenaza, las que aún conciben la relación capital-trabajo como un privilegio del patrón. Son discursos que parecen provenir de una logia decimonónica, incapaz de entender que un país con trabajo digno es también un país más productivo, estable y democrático.

Mientras el Gobierno busca avanzar, estos sectores se parapetan detrás del tecnicismo y del tiempo. Pero cada mes que pasa sin que el proyecto vea la luz erosiona la confianza y debilita la esperanza. No se trata de apurar por apurar: se trata de cumplir una promesa que representa mucho más que una reforma laboral. Es una señal política sobre el tipo de país que queremos construir.

Chile no puede seguir siendo un país donde el trabajo se mida solo por su costo. La negociación ramal es una oportunidad para recuperar el sentido social de la economía y reinstalar el valor de la solidaridad como principio estructural del desarrollo.

Desde la CUT seguiremos empujando este debate con fuerza, no como observadores, sino como protagonistas. Porque la historia del sindicalismo chileno demuestra que cada conquista ha nacido de la persistencia, no de la espera. Y porque la dignidad del trabajo no se negocia en los salones del poder, sino en la conciencia organizada de quienes todos los días hacen funcionar este país.