El colapso de las tácticas dilatorias impone una tarea ineludible para las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas: la lucha por una Palestina única, laica, democrática y no sectaria, del río al mar. Este es el único camino para construir un Estado donde la tierra y los medios de producción sirvan a la clase trabajadora, palestina y judía, y no a la élite colonial. Esto no es una utopía, sino la conclusión dialéctica del fracaso de la partición y la persistencia del apartheid. La historia nos lo confirma, de Vietnam a Sudáfrica: la liberación nacional es indisociable de la lucha contra el imperialismo. Por tanto, la demanda de un solo Estado con igualdad de derechos no es simplemente radical, sino profundamente revolucionaria.
Jean Flores Quintana. Politólogo. Santiago. 7/10/2025. Hoy, 7 de octubre de 2025, se cumplen dos años desde que la historia se partió en dos, un quiebre que nos arrastra a un abismo de violencia planificada por el imperialismo y sus lacayos. La devastación en Gaza trasciende la catástrofe humanitaria para evidenciar el colapso de un paradigma diplomático. La solución de los dos Estados, impulsada históricamente por las potencias occidentales, ha colapsado, quedando expuesta como un modelo de paz estructuralmente fallido. La ofensiva militar de Israel, una manifestación del poder geopolítico de Estados Unidos y un acto de naturaleza genocida, no solo ha provocado la aniquilación de vidas palestinas, sino que ha destruido irreversiblemente cualquier posibilidad de implementar dicho acuerdo. Ante este vacío de perspectivas, la realidad material se impone: la paz ya no pasa por ese paradigma. Solo podrá conquistarse mediante el desmantelamiento del régimen de apartheid, la derrota del sionismo como proyecto colonial y la edificación de una patria que acoja a la clase trabajadora y a todos los pueblos que la habitan.
Bajo los escombros de Gaza yace el primer cadáver político: la solución de los dos Estados. Esta herramienta, ideada por el imperialismo, buscaba pacificar la resistencia mientras el proyecto colonial sionista avanzaba. Su deceso no es reciente; fue un asesinato a cámara lenta que la ofensiva genocida terminó por certificar. La destrucción sistemática de la infraestructura productiva y social en Gaza, combinada con la anexión militar y la violencia fascista de los colonos en Cisjordania, ha liquidado cualquier base material para un protoestado palestino. Este nunca fue pensado para ser soberano, sino un bantustán al servicio del capital. Insistir hoy en dicho paradigma es traicionar la lucha del pueblo.
La segunda gran mentira hecha añicos es la propaganda de “seguridad” de Israel, la lógica del opresor que justifica su despojo y su guerra. Por años, la violencia extrema, armada por el complejo militar-industrial norteamericano, se presentó como “defensa”. El resultado es lo opuesto: masacrar a un pueblo, bombardear campos de refugiados y someter a millones al hambre jamás genera seguridad. Esto solo alimenta la justa y necesaria resistencia de quienes se niegan a ser exterminados. La opresión palestina no es la solución a la inseguridad de la entidad colonial; es su causa fundamental. La paz real nunca nacerá de los tanques, sino de la victoria de los pueblos sobre sus opresores.
El colapso de las tácticas dilatorias impone una tarea ineludible para las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas: la lucha por una Palestina única, laica, democrática y no sectaria, del río al mar. Este es el único camino para construir un Estado donde la tierra y los medios de producción sirvan a la clase trabajadora, palestina y judía, y no a la élite colonial. Esto no es una utopía, sino la conclusión dialéctica del fracaso de la partición y la persistencia del apartheid. La historia nos lo confirma, de Vietnam a Sudáfrica: la liberación nacional es indisociable de la lucha contra el imperialismo. Por tanto, la demanda de un solo Estado con igualdad de derechos no es simplemente radical, sino profundamente revolucionaria.
La barbarie de los dos últimos años ha marcado un punto de no retorno. El camino de la violencia imperialista y la segregación fascista es un callejón sin salida para la Humanidad y la justicia social. La única vía para una paz justa es la solidaridad militante e internacional. Los pueblos deben organizar el apoyo a la resistencia para construir una paz basada en la autodeterminación, en contraste con la ofrecida por el imperialismo. El dilema central no es la cohabitación, sino si la clase oprimida logrará desmantelar las estructuras coloniales y capitalistas. Este futuro de liberación y equidad no es abstracto; es un mandato que se conquistará mediante la lucha popular organizada por los derechos humanos y la dignidad.