Es interesante que, con su sonrisa constante y su parsimonia, Obama libró más guerras que nadie, es decir, usó la fuerza como recurso dominante, asistido por las obsesiones globalistas de los Clinton. Ellos aún gozaban de prestigio, pero continuaban la destrucción de las instituciones en las que se basaba la dominación de EEUU: BM, FMI, Bancos Regionales, que impulsaron el Consenso de Washington que padecimos en América Latina y avanzando sobre la Unión Europea y ONU, OMS y amenazando UNESCO y Kioto por mencionar algunas, todas ellas con un rol protagónico de Trump desde la otra vereda.
Jaime Bravo. Jorge Coulon, 27/9/2025. En Gramsci, hegemonía refería no a quien dominaba solamente, sino el que era capaz de generar influencia como actor dominante articulando intereses y proveyendo “sentidos comunes” que lograban ser compartidos. Gerard de Bernis, el economista galo sostenía como condición de la hegemonía el que quienes potencialmente podían disentir o desafiar el orden establecido, obtuvieran más en condición de subordinados de lo que obtendrían contraponiéndose de modo abierto y frontal al “orden” existente.
La posición hegemónica parece diferenciarse de la condición de hegemón como se usa en la literatura actual. Mientras la primera pareciera referir a un tipo de relación entre dominantes y dominados con una combinación de disuasión y persuasión, más que a los meros atributos de un liderazgo o a una actitud al que parece referir la segunda, que apela a la fuerza y a la imposición como forma de relacionarse.
Es interesante que, con su sonrisa constante y su parsimonia, Obama libró más guerras que nadie, es decir, usó la fuerza como recurso dominante, asistido por las obsesiones globalistas de los Clinton. Ellos aún gozaban de prestigio, pero continuaban la destrucción de las instituciones en las que se basaba la dominación de EEUU: BM, FMI, Bancos Regionales, que impulsaron el Consenso de Washington que padecimos en América Latina y avanzando sobre la Unión Europea y ONU, OMS y amenazando UNESCO y Kioto por mencionar algunas, todas ellas con un rol protagónico de Trump desde la otra vereda.
La presencia de ambos partidos nos indica que el uso de la fuerza (política, militar, económica) cada vez de modo más brutal alejan el concepto de hegemonía del accionar de la llamada anglosfera. Cuando el poder y su uso indiscriminado para alcanzar privilegios es la única respuesta, amenazando con compras y anexiones forzosas, con ocupaciones y aniquilaciones transmitidas por TV y una distancia entre el sentir de las ciudadanías y el comportamiento de las elites como hoy se observa, pareciera que convencer y persuadir están tan obsoletos como deliberar y decidir colectivamente en pos de algún interés compartido, cuando se puede tomar o más bien arrebatar lo que se quiere y, globalmente, la ciudadanía no decide nada.
Puede que en alguna acepción esto contenga algo de racionalidad (la racionalidad no es la piedra bendita para lograr buenos deseos, sino apenas el medio para elegir caminos para alcanzar objetivos). Pero al menos convengamos que para denominar esta forma de actuar no necesitamos a Gramsci. Más bien dejémosle descansar tranquilo y hagámonos cargo de algo que, más que hegemonía, parece solamente imperialismo.