El Partido Comunista frente a la paradoja del rechazo y la adhesión

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El problema no está en nuestras ideas, que son compartidas más allá de nuestras filas, sino en la imagen distorsionada que se instaló sobre nosotros y que la derecha y algunos de nuestros “aliados” pretenden proyectar al futuro para detener el crecimiento sostenido en el apoyo popular que muestra nuestro partido.

Daniel Jadue. Arquitecto y Sociólogo. Santiago. 8/2025. En Chile existe una paradoja que se expresa con claridad cada vez que se acercan elecciones y el último informe de GPS Ciudadano desnuda con claridad: una parte significativa de la población rechaza visceralmente al Partido Comunista, pero al mismo tiempo apoya varias de sus propuestas centrales, especialmente las que apuntan a fortalecer el rol del Estado en la economía y a redistribuir la riqueza.

Los números son contundentes: más de un tercio de los encuestados declara una animadversión afectiva hacia el PC, pero no rechaza las políticas de estatismo, regulación y justicia social que son parte del corazón de nuestro programa. Dicho de otra manera: hay un Chile que odia la palabra “comunismo”, pero quiere lo que los comunistas proponemos.

Este hallazgo confirma lo que siempre hemos sabido: el anticomunismo en Chile es, ante todo, un fenómeno cultural y emocional, no programático. Es el residuo de 50 años de propaganda, desde la dictadura hasta los medios de la gran empresa, que machacaron la idea de que los comunistas somos sinónimo de autoritarismo, caos o amenaza. Lo lograron al punto de que sectores populares que necesitan del Estado y de la organización colectiva repiten esos prejuicios, incluso cuando en la práctica apoyan las soluciones que nosotros defendemos.

Así, el problema no está en nuestras ideas, que son compartidas más allá de nuestras filas, sino en la imagen distorsionada que se instaló sobre nosotros y que la derecha y algunos de nuestros “aliados” pretenden proyectar al futuro para detener el crecimiento sostenido en el apoyo popular que muestra nuestro partido.

El rechazo no es hacia las políticas de salud, educación y derechos sociales universales, sino hacia el significante “Partido Comunista”. El anticomunismo logró encapsularnos como marca negativa, mientras nuestras propuestas circulan de forma “desideologizada” bajo otros nombres.

Los desafíos para las y los comunistas, a la luz de estos hallazgos, son sumamente claros. Lo primero es recuperar la batalla cultural. Tenemos que desmontar el anticomunismo como sentido común, no a la defensiva, sino con orgullo histórico y volviendo a reconectar con la base social de la cual nos hemos alejado. El PC no es una amenaza, es el partido que ha dado su vida por los derechos de los trabajadores y del pueblo. Se trata de transformar la caricatura en reconocimiento.

Lo segundo es mostrar gestión y cercanía real. Donde gobernamos municipios, dirigimos sindicatos o incidimos en la agenda nacional, debemos hacerlo visible: menos discurso abstracto y más ejemplos concretos de cómo los comunistas resolvemos los problemas cotidianos de la gente.

Lo tercero es disputar el afecto, no solo la razón. El rechazo es emocional, por tanto, la respuesta también debe serlo. De ahí la importancia del humor, la cultura popular, el lenguaje sencillo y los símbolos de esperanza que deben acompañar nuestras banderas. No basta con tener razón; debemos conmover, emocionar e inspirar a los pueblos de Chile como en el pasado lo hicieron nuestros poetas, nuestros músicos, nuestros escritores y tantos otros trabajadores del arte y de la cultura.

También debemos interpelar a los jóvenes y mujeres de los sectores populares. El estudio muestra que allí está el segmento más decisivo: mujeres, jóvenes y sectores de bajos ingresos que rechazan al PC como partido, pero simpatizan con el estatismo y con las propuestas que nosotros levantamos. Es hacia ellos donde debemos dirigir nuestra pedagogía política, mostrando que el comunismo no es un fantasma del pasado, sino una herramienta viva para conquistar dignidad hoy y para mirar el futuro con esperanza.

Por último, promover la unidad sin renuncia. Participamos en coaliciones amplias, sí. Pero esa amplitud nunca puede significar diluir nuestra identidad. Si algo demuestra el estudio es que nuestras propuestas tienen eco en la sociedad, incluso en quienes nos rechazan: abandonarlas sería regalarle a la derecha la victoria ideológica.

La lección es clara: el pueblo chileno quiere más Estado, más justicia social y más dignidad, aunque el anticomunismo lo haga dudar de quien lo propone. La tarea histórica del Partido Comunista es cerrar esa brecha: unir la adhesión a nuestras ideas con la valoración de nuestro partido. Ese es el desafío principal de la hora actual.

Porque al final, la pregunta no es si la gente quiere o no comunismo: la pregunta es si seremos capaces de mostrar, en cada lucha y en cada rincón, que comunismo significa lo mismo que ha significado siempre: la organización del pueblo para conquistar su emancipación, su dignidad y su felicidad.