Los programas políticos se empeñan en imponer temas baladíes, intrascendentes, purgas internas entre partidos, discusiones tan estériles como infructuosas, encuestas de dudosa reputación, con un manto de anticomunismo, prejuicios y una a menudo soterrada campaña del terror como de los peores tiempos de la Guerra Fría.
José Luis Córdova. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 14/7/2025. Que un diputado de la República reivindique el golpe de Estado y los asesinatos durante la dictadura de Pinochet y se muestre dispuesto a repetirlo “con todas sus consecuencias” y que el comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile se permita desautorizar a su superior jerárquico, el Presidente de la República, son señales de la fragilidad de nuestra democracia.
En tanto, los medios de comunicación -y entre ellos los canales de televisión abierta- desempeñan el triste papel de distractores de los grandes temas en debate en medio de la actual campaña presidencial y de los inminentes comicios legislativos. Se inclinan ante el gran empresariado y las transnacionales que gastan recursos publicitarios que sustentan a estos mismos medios de comunicación.
Los programas políticos se empeñan en imponer temas baladíes, intrascendentes, purgas internas entre partidos, discusiones tan estériles como infructuosas, encuestas de dudosa reputación, con un manto de anticomunismo, prejuicios y una a menudo soterrada campaña del terror como de los peores tiempos de la Guerra Fría.
El periodismo está llamado a cumplir las tareas de informar oportuna y verazmente, así como difundir las bases de una democracia real, participativa que se fundamente en la libertad de expresión y de prensa por el derecho inalienable a la comunicación.
La televisión toma palco y más bien prefiere aumentar el caudal de ataques al progresismo, a las reformas profundas y necesarias para el país e insiste en difundir temor, desconfianza y dudas sobre el proceso político, social y cultural iniciado por el presidente Boric y los partidos y movimientos que lo apoyan.
Poner el acento de los errores, las irregularidades -y también ciertos delitos perpetrados por funcionarios y dirigentes públicos-no parece un afán de objetividad ni saneamiento, sino más bien de poner el dedo en la llaga, destacar lo más negativo y ocultar lo positivo.
Mientras, efectivos del Ejército transportan drogas desde el norte, Carabineros cobra por ingreso ilegal de migrantes, efectivos de la aviación trasladan ketamina en aviones Fach, gendarmes corruptos ingresan droga y celulares en los penales. ¿Estas fuerzas armadas protegen nuestra democracia?
Iniciada la campaña electoral presidencial, la candidatura de la ex ministra del Trabajo, Jeannette Jara parece indesmentible muy bien espectada, sin embargo, los canales de televisión no cesan en dar crédito y tribuna a los ataques, las suspicacias y prejuicios ante una propuesta progresista, profundamente innovadora que considera los indispensables cambios profundos en nuestra sociedad.
Deberemos esperar la franja electoral y los próximos debates para que las ideas de transformaciones económicas, sociales y culturales necesarias para el bienestar de nuestros conciudadanos y sus hogares sean conocidas por los electores y habitantes de nuestra Patria.
Por el contrario, se enrarece el ambiente con las inevitables noticias sobre delincuencia, corrupción, narcotráfico, crimen organizado y violencia -innegables en nuestra contingencia- pero que no son lacras que puedan ser eliminadas de un plumazo y exigen unidad de propósitos y objetivos de una sociedad democrática realmente participativa. La televisión y los medios de comunicación tienen -ante ello- un rol trascendente que parece ser desestimado en los tiempos que corren. ¿Nuestra democracia está en peligro?