La televisión abierta en nuestro país debería ofrecer algunas alternativas diferentes en otros horarios y para la diversidad de la teleaudiencia bien intencionada y que se rehúsa a ser víctima del marketing, el rating y la publicidad engañosa.
José Luis Córdova. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 14/12/2024. Es probable que estemos condenados a soportar todavía por largo tiempo los matinales tal y como los conocemos: coludidos en la mediocridad, reiterativos en el morbo y el sensacionalismo, carentes de mensajes positivos y rayanos en el mal gusto y la ignorancia, faltos de cultura y de nivel educacional.
Pero la televisión abierta en nuestro país debería ofrecer algunas alternativas diferentes en otros horarios y para la diversidad de la teleaudiencia bien intencionada y que se rehúsa a ser víctima del marketing, el rating y la publicidad engañosa.
Sin embargo, aparte del discutible entretenimiento que brindan algunas teleseries nacionales o turcas, siguen los concursos baladíes, que ni siquiera se ocupan de formar, entregar conocimientos ni culturizar a niños, niñas o adolescentes.
Como si fuera poco, la farándula ha vuelto en gloria y majestad con su secuela de “confesiones”, revelaciones y denuncias de discutibles contenidos éticos o morales. Los abusos sexuales, acosos laborales y violaciones son materia de debates, “filtraciones”, polémicas entre “rostros” y “artistas” de todo tipo.
Las figuras de la tele oscilan entre animadores, locutores, chicas y chicos realitys, modelos y actores, actrices, bailarinas y bailarines que pasan de canal en canal a través de realitys shows y concursos bobalicones y logran mejores niveles de conocimiento -o “fama”- y popularidad de acuerdo al escándalo de moda de cada semana.
¿Qué más puede esperarse? Entre espacios de talante claramente imitativos en productoras y áreas de “contenidos” de los canales donde exitosos “realizadores” pasan también de canal en canal en cada temporada de acuerdo con las posibilidades de ir incrementando sus ingresos sin importar la calidad ni los atributos éticos de sus “productos”.
Si un animador de matinales recibe entre 14 hasta 20 millones mensuales nadie puede extrañarse que haya “personajes” que se hacen hasta 70 millones mensuales si sumamos campañas publicitarias y labores en productoras propiedad de estos mismos “rostros”.
De esta manera se explica que profesionales periodistas, exfiscales del Ministerio Público, exjueces, expolicías, abogados y médicos especialistas se desviven por minutos en los más diferentes programas, comentando, recomendando productos y hasta analizando situaciones judiciales, de salubridad, educación y conocimientos básicos de psicología junto a lecturas del tarot y otras “ciencias” esotéricas.
El reciente XIX Congreso Nacional del Colegio de Periodista actualizó el Código de Ética para los tiempos actuales, tratando de orientar las manifestaciones en redes sociales y plataformas digitales, así como enfrentar decididamente las mal llamadas “fakes news” que no son sino lisa y llanamente mentiras, falsedades que nada tienen que ver con el concepto técnico de noticias.
Lamentablemente la televisión y otros medios de comunicación masivo se han convertido en receptáculos de este tipo de informaciones de los más oscuros orígenes y transmitidas por fuentes igualmente cuestionables.
La ética periodística debería volver a las manos de organizaciones como los Colegios profesionales -que perdieron la categoría de entidades de derecho público y la tuición de la ética- y actualmente el Código para los periodistas sólo rige para los profesionales miembros de la Orden, que constituyen una pequeña parte de los periodistas actualmente en ejercicio en canales de televisión, prensa, radios y otros medios.
Sólo así se explican los excesos, las irregularidades, las incertezas y las más frecuentes barbaridades con las que nos sorprenden los llamados “comunicadores”, entre noteros, “movileros” y otros especímenes de las actuales faunas “periodísticas”, muchas de las cuales son egresados de carreras en universidades privadas que luchan año a año por mantener sus acreditaciones ante los deficientes currículos y programas ofrecidos como “productos del mercado” para los distintos medios de comunicación masivos con los resultados que tenemos que soportar día a día en pantallas, emisoras, diarios y unas pocas revistas.