Y es que no se puede frenar la violencia en los colegios sin frenar los discursos de violencia que vivimos a diario en nuestros hogares, medios de comunicación o redes sociales. Finalmente, este tipo de discursos se “filtran” en la conciencia colectiva, moldeando la percepción del mundo y de nosotros mismos, consecuentemente.
Martín Morgado. Dirigente Secundario. Antofagasta. 7/8/2024. Se ha vuelto frecuente ver noticias sobre la violencia escolar, cada una más grave que la anterior, afectando principalmente a establecimientos educacionales públicos, donde estudia gran parte de la población más vulnerable de nuestra sociedad. Como un mal social, la violencia no discrimina por clases; nos atrapa y nos daña como pueblo. Ante esto, es urgente entender que no podemos tratar los síntomas sin abordar la enfermedad de raíz. Considerando la violencia escolar como uno de los principales síntomas, podemos asumir que los programas de convivencia y proyectos de ley enviados por el Gobierno son intentos de tratamiento.
El desafío al que nos enfrentamos requiere no solo reducir la violencia en los colegios, sino también la reconfiguración de todo un contexto social que la fomenta y la normaliza. ¿Cómo podría un estudiante salir del ciclo de la desigualdad o de la violencia en un entorno donde la violencia es la norma? En muchos establecimientos educacionales, el bullying, la discriminación y la falta de herramientas para la resolución de conflictos están lamentablemente arraigados, tanto dentro del recinto como en sus estudiantes y funcionarios. No podemos ignorar que los actos de violencia en las aulas son reflejo de lo que sucede más allá de sus muros.
También es necesario cuestionar nuestro presente para mejorar el futuro: ¿A quién ataca el bullying? A extranjeros, a disidencias, a personas discriminadas por su aspecto o a las más pobres. Estos grupos, ya vulnerables por su posición en la sociedad, se convierten en blanco fácil de la violencia escolar. Todos los elementos del sistema en que vivimos convergen en esta problemática.
Y es que no se puede frenar la violencia en los colegios sin frenar los discursos de violencia que vivimos a diario en nuestros hogares, medios de comunicación o redes sociales. Finalmente, este tipo de discursos se “filtran” en la conciencia colectiva, moldeando la percepción del mundo y de nosotros mismos, consecuentemente.
Cambiar Chile para que en los colegios no haya violencia implica cambiar Chile en su totalidad. Es por estas razones que hacemos un llamado a toda la comunidad educativa: estudiantes, docentes, apoderados, trabajadores de la educación, autoridades y comunidad en general a seguir reimaginando conceptos tan básicos como la tolerancia y el respeto, para detener conceptos como la discriminación y la desigualdad. Esto es una tarea compleja e imperativa. Necesitamos un cambio social estructural que aborde la raíz de la violencia escolar, que promueva la empatía, la inclusión y el respeto desde la primera infancia. Solo entonces podremos aspirar a tener colegios y liceos donde la convivencia sea la norma y no la excepción.