Juegos Olímpicos y cuestiones de género

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El sensacionalismo se centró en si las personas trans deben competir, obviando por completo el detalle  de que la argelina ni siquiera es trans: es una mujer cis con un desorden hormonal que le hace producir más testosterona que la que se considera “normal” para una mujer.

Gabriela Fernández. “Cubadebate”. La Habana. 5/8/2024. Los Juegos Olímpicos de París han estado especialmente marcados por las cuestiones de género. Esta podría ser la respuesta lógica de una sociedad acechada por el conservadurismo rancio de una derecha neoliberal que va tomando fuerza y para la cual el Estado no debe opinar o regular sobre las libertades sexuales y reproductivas. También podría ser la estrategia de marketing de unos anfitriones que desde el inicio dejaron las intenciones claras.

En cualquier caso, que algunas diversidades causen más polémica que otras sí está estrechamente relacionado con esa corriente conservadora; una corriente que arrastra a todo “camarón que se duerme” a la piscina olímpica de la intolerancia por las diversidades más inocuas -y le dan a las realmente dañinas el mismo destino del Mar Muerto-.

Un escándalo especialmente memorable fue la  victoria de la argelina Imane Khelif sobre la italiana Angela Carini. Una regla de las Olimpiadas es que se gana o se pierde, así que la situación no habría sido un escándalo de no ser por la boxeadora que llevó la peor parte y se quejó dramáticamente de la fuerza de su contrincante.

Pero no fue esto la noticia. El sensacionalismo se centró en si las personas trans deben competir, obviando por completo el detalle  de que la argelina ni siquiera es trans: es una mujer cis con un desorden hormonal que le hace producir más testosterona que la que se considera “normal” para una mujer.

Esta condición le da ciertamente una ventaja ante las deportistas que no la padecen, pero no la suficiente como para no haber perdido un tercio de sus competiciones. Su marca -aunque es muy buena- ni de lejos alcanza al insuperable nadador norteamericano Michael Phelps, que ostenta récord de mayor número de condecoraciones en el deporte.

Phelps también padece de una condición médica que le facilita bastante el éxito y nunca fue puesto en duda su talento. Si le cuestionamos a Phelps su ventaja física, en honor a la justicia, tendríamos que señalar también otra serie de ventajas que influyen en su éxito. Las condiciones de Phelps -hombre blanco del “primer mundo”- para entrenar y prepararse no son las de la mayoría de los jugadores que compiten contra él en igualdad de reglas y ante las mismas exigencias, como si hubiesen tenido acceso a similares oportunidades de superación.

¿Qué herramientas tienen los países, a los que el desarrollo ha arrollado, para enfrentarse a los beneficiarios de su desastre?

La diversidad que decidieron mostrar los anfitriones merece espacios, merece respeto y merece visibilidad, pero ya que estamos en disposición de recordar la guillotina a los sistemas opresores hubiese sido interesante mostrar los entrenamientos en distintas zonas geográficas, para hablar con propiedad de diversidad y de justicia.

¿Cómo se prepararon las colonias que saquean para poder pagar ese espectáculo “rococarísimo” y contaminante?

¿Cómo hacen las mujeres con inquietudes deportivas en Arabia Saudita?

¿Cómo se preparó Haití en medio de la anarquía y la violencia?

¿Cómo se han preparado nuestros atletas durante más de 60 años de bloqueo?

¿Cómo se prepararon los palestinos, mientras los misiles mataban a su gente, para competir contra sus verdugos? ¿Cómo se prepararon los culpables?

No hay ni habrá una competición justa mientras no exista un mundo justo. Hacer una competencia paralela para mujeres y hombres que no se adhieran a los estándares de la “normalidad” no va a impedir que lo normal sea que nuestros atletas entreguen sus medallas a cambio de las oportunidades que nos roban.

La mejor apología de la justicia sería recordar que, a la hora de cortar cabezas, solo somos siervos contra monarcas; y esa nunca la veremos en la Francia capitalista. No obstante, hubiese sido interesante -al menos como mea culpa por convertirse en aquello que pretendían destruir- que hubiesen tomado alguna minúscula parte de los miles millones de euros gastados en las Olimpiadas como “inversión” para repartir pasteles a sus protectorados hambrientos, al mejor estilo de María Antonieta.