Un par de analistas pagados se han dedicado, oportunamente, a interpretar el gesto de Lula con ínfulas de sabiduría y objetividad, tratando en el fondo de tender sobre la frontera entre los fascistas y los demócratas una neblina en medio de la cual puedan pasar desapercibidos los Bolsonaros, los Trump, los Milei, los Kast, los Bukele, y el resto de los aprendices de brujo que conjuran a las fuerzas reaccionarias inherentes al neoliberalismo y que se manifiestan como clasismo, xenofobia, racismo, homofobia y que son explotados con entusiasmo por estos demagogos, aprendices de Mussolini.
Hernán González M. Profesor. Valparaíso. 27/2/2024. El Presidente Lula da Silva declaró que el genocidio perpetrado por el Estado de Israel en la Franja de Gaza es comparable sólo al de Hitler en contra del pueblo judío a medidos del siglo XX. La reacción del Gobierno de Netanyahu no se hizo esperar y acto seguido, lo declararon “persona non grata”, como si eso tuviera alguna importancia a estas alturas de la masacre. Un acto extravagante por lo hipócrita y poco creíble.
A Lula se han sumado varios dirigentes y gobiernos de todo el mundo, incluido el de Chile, que han exigido la detención de los ataques de Israel sobre territorio palestino, incluyendo las tibias recomendaciones de la ONU o las de los países europeos, estos últimos aun con toda la cobardía que destilan. Y es que nadie se podría sustraer al horror de lo ejecutado por el Ejército israelí en los territorios palestinos. Como dijo Melanchon, ya ni siquiera se trata de un problema político, es una cuestión de humanidad. Los alegatos ante la CIJ demuestran, de hecho, el repudio mundial a las acciones militares de Israel sobre población civil indefensa y su trágico saldo en vidas, especialmente niños.
El genocidio cometido en Medio Oriente establece un parteaguas respecto de consensos civilizatorios a los que arribó la humanidad tras la derrota del fascismo en el siglo XX. El gesto de Lula es un llamado a todos los demócratas del mundo en el sentido de reafirmar los valores que inspiraron la lucha en su contra y por cierto, pone al descubierto a quienes tras un laxo concepto de la tolerancia, están dispuestos a aceptarlo o incluso comprenderlo dentro de él, despojándolo por completo de sentido.
El Mercurio y un par de analistas pagados se han dedicado, oportunamente, a interpretar el gesto de Lula con ínfulas de sabiduría y objetividad, tratando en el fondo de tender sobre la frontera entre los fascistas y los demócratas una neblina en medio de la cual puedan pasar desapercibidos los Bolsonaros, los Trump, los Milei, los Kast, los Bukele, y el resto de los aprendices de brujo que conjuran a las fuerzas reaccionarias inherentes al neoliberalismo y que se manifiestan como clasismo, xenofobia, racismo, homofobia y que son explotados con entusiasmo por estos demagogos, aprendices de Mussolini.
Son modelos de sociedad diametralmente opuestos los que se enfrentan en la hora actual y que dan origen a estos mamarrachos que utilizando el miedo, la desconfianza, la ira y todas las emociones más básicas -y que afloran en horas de incertidumbre e inseguridad como a las que ha arrastrado a la humanidad la globalización neoliberal de los últimos treinta años- retrotraen a nuestros pueblos a condiciones similares o aún más básicas que las que están en su origen. Bajos salarios, deterioro de su ecosistema, menos derechos sociales garantizados por el Estado, exclusiones de diverso signo, y violencia social y política.
Es la razón para que renazcan las viejas recetas del silabario neoliberal, recitado en forma grotesca como si fuera una gran novedad, mientras la Humanidad entera se aleja de éstas en tanto la han puesto en la situación mas recaria y de mayor vulnerabilidad producto precisamente de su propia acción. Escuchar a Rojo Edwards, a Evelyn Matthei, a Kast o Milei en este sentido es como hacer un viaje al pasado que nos advierte inconscientemente de los peligros que nos asolan como especie.
El discurso del Presidente Lula es, en cambio, un llamamiento al progreso de la humanidad. A romper con las taras que le impiden salir del círculo vicioso de desigualdad, pobreza, exclusiones y violencia.